Los poetas y escritores de la generación de los ochenta sintieron el peso de los tiempos de crisis, transiciones y disyuntivas que les tocó vivir. Toda la noción de un mundo mejor que proyectaban los escritores comprometidos se vino abajo con el colapso de aquel muro en 1989. Fueron momentos muy difíciles para ese grupo de poetas y escritores que no habrían encontrado qué decir, especialmente en una época en que se cuestionaba la idea de que todo es relativo, que no existen fronteras o diferencias entre la vida y el mundo; ante la noción de que no había distinción entre un hombre honesto y un ladrón (como lo describe lúcidamente Cambalache de Serrat); que un Miguel Ángel, con un concepto claro de las artes y de la vida, es lo mismo que un pintor de callejón de cualquier país, tal como lo proponía el marxismo, que negaba la distinción entre alta y baja cultura, lo que llevaba a que las fronteras se difuminaran en pro de una cultura popular globalizada.

Desde esa perspectiva, no sería tan descabellado ver, pues, los espectáculos de lucha libre de un Jack Veneno, "¡El Campeón de la Bolita del Mundo!", con sus “¡saltos mortales!” y sus “¡hombres por los aires!” no solo como farsa popular, sino también como una metáfora del héroe o analogía para la llamada década perdida que habría contribuido a llenar el vacío existencial del dominicano de aquel entonces. Si todo es relativo, ¿cuál sería el sentido de hacer poesía? Si no hay fronteras ni distinciones entre arte y farándula, como en este mundo de la postmodernidad en que vivimos, ¿de qué valdría seguir escribiendo poesía?

Si la poesía de los sesenta se rebeló contra la ideología redentora de las izquierdas tras un largo periodo de miedo y silencio bajo la dictadura de Trujillo, la poesía de los ochenta surgió como reacción a la poesía de los años sesenta, la del compromiso social, y por extensión, a la de las demás generaciones poéticas previas. Por más que un poeta hubiese intentado escribir otro tipo de poesía en esa época de mandarinato cultural de las izquierdas en el país, ¿se habría atrevido a hacerlo, temeroso de sufrir ostracismo por parte de los intelectuales izquierdistas, en una poesía que se asumía como algo que solo debía ponerse del lado de los humildes y oprimidos? (Toda una instrumentalización de las artes, pues.).

Las reacciones extremas se dan en todo tiempo y espacio. Los poetas de los ochenta, ante el fracaso del arte comprometido, se refugiaron en sí mismos. No escribían versos ceñidos a una agenda, como ocurrió con la poesía de compromiso.

La poesía ochentista es introspectiva, centrada en el yo intimista. De ahí su juego de imágenes y de palabras, de sus acrobacias verbales. Fueron versos de carácter existencial, con el uso de imágenes contrastadas que buscan alguna conexión con la ideología de ese tiempo, para ver si lograron trascenderla con sus experimentaciones, o si simplemente la dejaron intacta. Para salir de ese momento histórico y dar el salto necesario para trascenderlo, la generación de los ochenta debió hacer un esfuerzo monumental. Tal es la razón de su énfasis en un nuevo lenguaje, en hacer un arte diferente. En El ojo del arúspice (1984), Mármol escribe:

el (sic) ojo de la luz es una espera inmensa que no anida

el ojo de mi yo perfora su ojo y se amenazan

el hombre de mi yo se dirige a su hombre lentamente…. (“Cercanía”)

Es evidente en José Mármol, teórico del grupo, como se observa en Miniantología poética del ’88, publicada en Cuadernos de poética (SD: Taller, C. por A., 1988) su búsqueda de un nuevo lenguaje poético. Critica a algunos poetas de su generación por ver la vida diaria de forma simplista y vacía, al mostrarla de manera demasiado literal y sin pensar en su verdadero significado. (Véase 12-13) Fueron los tiempos en que los poetas de esa generación estrecharon vínculos con los de generaciones anteriores en busca de orientación, como Manuel del Cabral, Víctor Villegas y otros.

En su ensayo crítico sobre la poesía de los ochenta, Mármol intenta establecer las formulaciones teóricas y principios estéticos del grupo. Empero, creemos que es difícil que haya logrado hacerlo de manera abarcadora. (Porque, para parodiar la conocida metáfora vegetal, no es fácil ver el bosque en medio de tantos árboles). Se precisa que otros examinen la obra del grupo y su probable impacto en perspectiva y conjunto, de manera más objetiva y rigurosa.

En las obras de los poetas de esta generación se descubren, entre otros tantos poetas y pensadores, influjos de los presocráticos, César Vallejo, Lezama Lima, Michel Foucault, Fernando Pessoa, Antonin Artaud y André Bretón.

En medio de ese vacío, de derrumbes, relativismos, desequilibrios sociales y el fin de las ideologías, los poetas y escritores de los ochenta no tuvieron más remedio que mirar hacia adentro, en sus experiencias humanas, en busca de nuevas formas de interpretar la realidad heredada. Así, se embarcaron en la exploración de un nuevo lenguaje poético, como lo vemos en las formulaciones teóricas de Mármol.

Para saber si los literatos de los ochenta fueron o no una generación vanguardista, algunos habrían esperado, además de otros factores o criterios, que hubiesen escrito un manifiesto, como lo hicieron Andrés Avelino con el Postumismo y Manuel Rueda con el Pluralismo. No lo hicieron la Poesía Sorprendida ni la Generación del 48. Resulta que no hace falta un manifiesto para hacer arte de vanguardia; basta con la práctica misma. Algo similar ocurrió con grupos literarios como la Generación del 27 en España, Bloomsbury en Inglaterra y Oulipo en Francia, entre otros grupos literarios, que, hasta donde sabemos, no publicaron un manifiesto en el sentido estricto del término.

Para concluir, ante el colapso de las grandes ideologías y la pérdida de referentes, los poetas y escritores de los ochenta se refugiaron en la introspección, la experimentación y en un arte que, lejos de responder a consignas, buscaba trascender su tiempo. Su obra no fue evasión ni juego vacío, como se ha llegado a creer, sino una respuesta inevitable a la incertidumbre de la época. A diferencia de otras generaciones, no necesitaron manifiestos para ser vanguardistas: lo fueron en la práctica. Similar a la Generación del 27 en España o los experimentos de Oulipo en Francia, entre otros grupos literarios, pensamos que innovaron al buscar un lenguaje propio y romper con la tiranía de fórmulas establecidas.

Álex Ferreras

Linguista y académico

Obtuvo su licenciatura en Lenguas Modernas con mención en Inglés, magna cum laude, en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU). Como exbecario Fulbright, completó una Maestría en Literatura Comparada en la Universidad de Massachusetts, UMass Amherst, en Estados Unidos. Posteriormente, alcanzó el grado de Doctor en Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Ferreras es actualmente Profesor Titular de Inglés en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Ha desempeñado varios roles destacados en esa misma institución, incluyendo el de exdirector de la Escuela de Idiomas, Profesor Fundador de la Maestría en Lingüística Aplicada a la Enseñanza del Inglés y docente en el Doctorado en Humanidades y Estudios Sociales y Culturales del Caribe. Es autor de una veintena de libros de poesía, narraciones, artículos, antologías y crítica literaria.

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