Se cuenta que Miguel Ángel, al hablar del David, dijo que él no lo había creado y que simplemente retiró la piedra que lo cubría. La frase puede ser un mito, pero su encanto no depende de la exactitud histórica porque algo en ella resume una forma de mirar el mundo y la idea de que lo esencial ya existe y espera un gesto de claridad.

Cuando uno piensa en esa imagen, es difícil no pensar también en la vida pública. Muchas veces creemos que el progreso consiste en añadir, pero casi nunca nos detenemos a ver cuánto nos pesa lo que acumulamos sin pensarlo, lo que dejamos que se vuelva costumbre o el ruido que aceptamos como paisaje. La piedra es eso; la suma de todo lo que hemos dejado que tape lo que importa.

El debate público suele moverse entre anuncios que se superponen, reformas que se enlazan unas con otras, estructuras que crecen sin que se justifique su necesidad. Hay una ansiedad por demostrar movimiento, de celebrar lo que se agrega, aunque lo agregado no cambie nada y, quizás por eso, en algunos momentos, lo más sensato es detenerse y mirar qué sobra y no lo que falta o lo que en verdad estorba.

La imagen del escultor funciona porque nos recuerda algo que preferimos olvidar y es que no todo lo que está debe quedarse. Hay pesos que no enseñan nada, rutinas que se disfrazan de tradición y decisiones que envejecen sin que nadie se atreva a tocarlas. Es que la claridad no se obtiene multiplicando capas; llega cuando una mano las retira con el debido cuidado.

Ese gesto demanda algo más que técnica; requiere valor, porque no es fácil quitar lo que muchos han normalizado, ni tampoco es fácil aceptar que detrás de esa piedra puede aparecer algo distinto a lo que imaginábamos. Aun así, cada sociedad que se ha tomado en serio la idea de madurar lo ha hecho reconociendo que la limpieza precede al orden y que sin retirar los velos acumulados no aparece ninguna figura.

La frase atribuida a Miguel Ángel permanece porque no habla solamente del arte de tallar piedra. Nos habla del arte de hacerse responsable, de entender que la creación también implica renuncia y que la grandeza no siempre depende de agregar, sino de permitir que lo verdadero tome aire. Es que en tiempos donde todo compite por llamar la atención, la simple tarea de despejar se vuelve casi un acto moral.

Hay circunstancias en las que un país necesita justamente ese gesto. Un momento en que deja de tener sentido seguir apilando adornos sobre una estructura que pide alivio. Un instante en que conviene mirar lo que se ha vuelto parte del ruido y preguntarse si todavía sirve. Esa pregunta, que parece menor, abre caminos que las grandes declaraciones no siempre alcanzan.

Nada garantiza un resultado perfecto porque la perfección nunca ha sido la medida de lo esencial. Ahora, lo que sí ofrece este gesto de retirar lo innecesario es la posibilidad de que algo más nítido aparezca, de que la figura que estaba bajo la piedra empiece a tomar forma y de que el país que existe bajo las capas pueda, al fin, reconocerse.

Pedro Ramírez Slaibe

Médico

Dr. Pedro Ramírez Slaibe Médico Especialista en Medicina Familiar y en Gerencia de Servicios de Salud, docente, consultor en salud y seguridad social y en evaluación de tecnologías sanitarias.

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