Rosa Brea Franco, psicóloga de extensa experiencia en el manejo y estudio del duelo, autora de importantes libros sobre el tema, describe, en entrevista reciente a la periodista Laura Ortiz del periódico Diario Libre, el duelo colectivo; uno de esos elefantes blancos que dejamos pasar de lado.
Esa tristeza compartida sobre la que ella advierte alberga rabias de consecuencias imprevisibles, capaces de alterar el orden público. Aun así, no es tomada en cuenta por los gobernantes a la hora de dirigirse a los afligidos. Es probable que tan arriesgado descuido se deba a esa enajenación, difícil de evadir, a la que lleva el poder.
Rodeados de asesores, no pocas veces demasiado encumbrados, y correligionarios entretenidos en sus propios menesteres, a los poderosos se les dificulta sintonizar con el alma colectiva. Aparte, son proclives a "hacerse el loco" (panacea recomendada en los cochambrosos manuales de la política criolla).
El estado de ánimo ciudadano que señala la certera psicóloga "afecta la narrativa y la percepción de la vida y comprensión de los hechos de la comunidad afectada"… Ocurre a consecuencia de catástrofes políticas o naturales; también en momentos traumáticos que transforman la esperanza en desesperanza. Produce sentimientos de "vulnerabilidad compartida", conducentes a una percepción de desamparo institucional.
Ante el desamparo y la vulnerabilidad, el instinto busca protección a toda costa, colocándonos en posición de ataque. Tendemos, impulso impredecible, a sujetarnos a la primera tabla de salvación que encontramos. En tales condiciones de emotividad se ausenta la razón. Por eso, cuando en los pueblos predomina un gran desasosiego, como sucede en el duelo colectivo, los mandatarios deben actuar de inmediato procurando alivio.
Ante el duelo colectivo se requiere empatía, claridad, constancia y transparencia. El mamoneo, el sofisma y los chivos expiatorios atizan el fuego y retardan el proceso curativo.
Las mayorías, pasionales la mayoría de las veces, centradas en el trauma y el aquí y ahora, son proclives a convertir la frustración en ira sublevante (así lo demuestra la historia). No hay mejor forma de evitar ese peligroso fenómeno que tomando en cuenta el trasfondo psicológico de las circunstancias. Una vez se está consciente de ello, sin esperar, manda pasar a un "mea culpa" reivindicativo. A "pecho abierto".
Contrario al mismo manual cochambroso de la política criolla —que recomienda al político no defenderse, sino atacar, y proscribe pedir perdón—, existen momentos en la interlocución entre gobierno y gobernados en los que defenderse, ser sincero, humilde y pedir perdón resultan indispensables.
Hablar al público careciendo de empatía, desconectado del sentir de la audiencia, es arriesgarse a no ser oído. Intentar sintonizar con el duelo colectivo obliga a detenerse y abandonar el torbellino de la politiquería. Tomarse unos momentos y auscultar. Descender de las cumbres, liberarse del anillo palaciego, olvidar intereses grupales y sincerarse consigo mismo son pasos previos indispensables para enfrentar a un pueblo decepcionado. Solo así el poder sirve de bálsamo curativo.
El duelo de una colectividad —afirma la experimentada Rosa Brea Franco— ocurre por una sensación grave de desprotección, desorden y desconfianza en las autoridades. Es obvio, entonces, que lograr conectar con el sentir de los afligidos aumenta la credibilidad y las posibilidades de amainar las crisis.
Tres siglos antes de Cristo, el tutor de consejeros imperiales, Han Feizi, escribió: "La eficacia del lenguaje está condicionada por la actitud emocional de quien lo escucha. Y si se quiere evitar el fracaso y sus consecuencias, hay que conocerla antes de echar a hablar. El tratado del gran maestro chino, estudioso de los que mandan y de quienes les sirven, fue lectura obligada de emperadores y ministros. Todavía sus consejos tienen vigencia.
Ante el duelo colectivo se requiere empatía, claridad, constancia y transparencia. El mamoneo, el sofisma y los chivos expiatorios atizan el fuego y retardan el proceso curativo.
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