Propósito. Este artículo busca fortalecer la cultura histórica de la nación dominicana y vacunarnos contra la confusión: ni por desconocimiento, ni por agendas externas malintencionadas, ni por relatos internos que tergiversan los hechos. La historia es brújula, no es eslogan. Los dominicanos heredamos lengua, derecho e instituciones de Europa y, a la vez, forjamos una cultura propia —rica y bien ganada— en el cruce de raíces europeas, africanas e indígenas, con trabajo y en defensa del terruño (García; Moya Pons; Cassá; Balcácer).De “descubrimiento” a conciencia propia (1492–siglo XVII)
Desde 1492 se inicia un proceso de etnogénesis criolla: cabildo, derecho y fe se amalgaman con prácticas locales y una memoria de frontera que antecede al Estado (García; Moya Pons). Hitos traumáticos —el saqueo de Francis Drake (1586) y las Devastaciones de 1605–1606— vaciaron regiones y desarticularon oficios, pero también activaron pertenencias y reflejos comunitarios en defensa del territorio (García; Rodríguez Demorizi). En paralelo, La Tortuga devino plataforma de penetración francesa hacia el Noroeste, preludio de la colonia de plantación que tomaría forma en el siglo siguiente (García; Vega). En 1655, la invasión inglesa de Penn y Venables fue contenida por lanceros y monteros del interior: un episodio que la memoria dominicana recuerda como identidad en armas (Vega; Moya Pons).
Los tratados que separan, trazan y sacuden (siglos XVII–XVIII)
La frontera dominico-haitiana no es invención reciente: resulta de tres siglos de arreglos que primero separan, luego trazan y finalmente sacuden el orden isleño.
- Nimega (1678–1679): sin delimitar Hispaniola, la paz europea favoreció la posición francesa y habilitó arreglos de facto en la isla (se cita Rebouc/Guayubín como referencia temprana en el norte) (García; Moya Pons).
- Ryswick (1697): España reconoce el tercio occidental de La Española (Tortuga y Saint-Domingue) bajo Francia, institucionalizando dos espacios coloniales: plantación esclavista al oeste y economía extensiva y de menor densidad al este (García; Moya Pons; Cassá).
- Aranjuez (1777): Francia y España miden y marcan la línea con mojoneras y cartografía: Dajabón/Masacre al norte y Pedernales al sur, con ajustes intermedios; gran parte del trazo pervive (García; Peña Batlle; Rodríguez Demorizi).
- Basilea (1795): España cede Santo Domingo a Francia, generando vacío institucional (salida de élites, vaivenes de propiedad y trabajo) que acelera la autoconciencia del Este y abre paso a la Reconquista (1808–1809) y a la España Boba (1809–1821). Basilea no “crea” la nación dominicana, pero apura su reloj histórico (Moya Pons; Balcácer; Cassá).
- Utrecht (1713) fue más tarde invocado por Londres para objetar la cesión de Basilea; tras la derrota napoleónica, París (1814) restauró el marco previo en el Este (García; Peña Batlle).
“Oeste de plantación, Este de baja densidad”: bifurcación de modelos
La expansión francesa desde La Tortuga hacia la “tierra grande” (mainland) pasó del corsarismo a la colonia de plantación, con puertos, capital y coerción suficientes para sostener el régimen esclavista y, luego, la Revolución Haitiana (1791–1804) (Madiou; Ardouin; James; Dubois). Ese vigor demográfico y militar explica la capacidad de movilización del Oeste y la decisión de securitizar toda la isla en 1822 (Madiou; Dubois). En el Este, en cambio, la combinación de baja densidad, redes cabildantes y milicias locales favoreció una identidad de resistencia que, andando el siglo XIX, se convertiría en proyecto de Estado (García; Cassá; Balcácer).
Un episodio poco citado y clave para el norte insular es la batalla de La Limonade (1691), parte del pulso por el corredor de Cap-Français (hoy Cap-Haïtien), que la historiografía dominicana relee como escuela de ciudadanía junto a Guaba/1605, Penn y Venables/1655 y Palo Hincado/1808 (Vega; García; Balcácer).
De la nación social al Estado republicano (siglo XIX)
La fórmula dominicana —“antes de ser Estado ya éramos nación”— resume tres siglos de larga duración cultural: lengua, devociones, hábitos de trabajo, memoria de defensa y un sentido de pertenencia al suelo (Moya Pons; Balcácer). Ese sustrato se convierte en institución con Duarte y la Trinitaria, la Independencia (1844) y la Restauración (1863–1865), donde la experiencia histórica enseña que fuerza sin legitimidad fracasa y legitimidad sin fuerza se desvanece (Balcácer; Cassá).
Cerrar el círculo jurídico (siglo XX)
La línea interestatal moderna se cerró en derecho con el Tratado de 1929, el Acuerdo de 1935 y el Protocolo de Revisión de 1936, colocando cientos de pirámides a lo largo de casi 400 km. No fue trámite: fue traducir a ley tres siglos de prácticas y tensiones. Por eso la frontera actual es historia y derecho a la vez (Peña Batlle; Rodríguez Demorizi; Balcácer).
Para qué sirve recordar todo esto
Para vacunar contra “verdades mal contadas”. No fuimos pieza pasiva de potencias ni nuestra identidad es consigna vacía. Heredamos europeidad en lengua y derecho, aportamos creatividad cultural desde América y África, y sostuvimos la pertenencia con trabajo y defensa (García; Moya Pons; Henríquez Ureña). Cuando alguien corte fragmentos del pasado para forzar su agenda —extranjera o doméstica—, volvamos a hechos y tratados; están escritos y pueden verificarse (García; Peña Batlle; Rodríguez Demorizi).
Cierre. En La Española hubo dos procesos que aprendieron a coexistir tras separarse. El deber de hoy es gobernar esa coexistencia con memoria, ley y cooperación, sin renunciar a la voz propia. Así se honra la herencia y se sostiene la cultura rica y bien ganada que nos define (Balcácer; Cassá; Henríquez Ureña; Vega; Moya Pons; García; Madiou; Ardouin; James; Dubois).
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