El próximo 2 de septiembre desaparecerá el Estatus Temporal de Protección (Temporary Protective Status, TPS) bajo el cual unos 510,000 haitianos han logrado vivir y trabajar en Estados Unidos. El departamento de Estado anunció la semana pasada que los ciudadanos americanos, dada la peligrosidad de la situación, deberían abandonar Haití “lo antes posible”, pero el Departamento de Seguridad Nacional, al anunciar la desaparición del TPS dijo que la situación había mejorado “lo suficiente” en ese país. Una obvia contradicción. Mientras tanto, un juez federal ha bloqueado temporalmente lo de la eliminación del TPS.
Por otro lado, también venció un sistema de asilo, el “parole”, bajo el cual unos 300,000 haitianos podían quedarse en Estados Unidos. ¿Qué proporción de esos 810,000 haitianos podrán ser capturados por los americanos y devueltos a su país de origen y qué proporción de los que lleguen a Haití tratará de cruzar hacia nuestro país? Es algo que solo el tiempo dirá.
El señor Miller, encargado de diseñar la política norteamericana de deportaciones ha indicado que el objetivo es subir la cantidad de deportados de 300 a 6,000 diarios. Para ese propósito en el “grande y bello presupuesto” se ha incluido una partida de US$175 billones con qué apoyar esas enormes deportaciones. El gobierno de Trump está tratando de que países tan disímiles de los de nuestro continente, como lo son algunos africanos, den su consentimiento a recibir deportados latinoamericanos. Esperemos que los americanos no nos soliciten recibir haitianos.
Además, cada día se localizan más dominicanos en Puerto Rico, Nueva York y otras ciudades con el propósito de deportarlos por carecer de documentos. También se mantiene el proyecto de ley que gravaría con un impuesto de un 1% a las remesas enviadas desde Estados Unidos.
La incertidumbre en ese país es tal, provocada por el “quita y pon” de aranceles y el “grande y bello” presupuesto que aumentaría aún más el déficit presupuestal norteamericano, que durante los primeros meses de este año su economía no creció y si eso sigue así, indudablemente se reflejará en la nuestra, y difícilmente lograríamos mantener tasas de crecimiento de un 4% como en el pasado reciente.
El turismo hacia nuestro país procedente de Estados Unidos se redujo en los primeros meses de este año y en las zonas francas no se toman decisiones importantes hasta que se averigüe cómo quedaremos en términos arancelarios con un México que compite con nosotros y que en la actualidad nos lleva ventajas arancelarias en las zonas francas, excepto en rubros que no producimos como autos, acero y aluminio. Ya Trump ha anunciado que después de negociar los aranceles con los países grandes, a los pequeños, como el nuestro, simplemente nos enviarán una carta indicando cuál es el nivel arancelario para nuestras exportaciones a ese país. En resumen, un “toma o deja” sin negociaciones.
Con el muy textilero Vietnam el arancel negociado es ya de un 20%, el mexicano es 0% y, hasta que no llegue la antes referida carta, el nuestro es de un 10%. ¿Cuál será el definitivo? ¿El de 0% para los americanos poder cumplir con el DR-CAFTA, un 5%, un 10%, o un 20%?
A la incertidumbre para los inversionistas extranjeros se agrega la incertidumbre dentro del mercado dominicano, al no saberse qué acontecerá con el precio del petróleo y el gas natural en un mundo con tres guerras simultáneas.
En conclusión, el contorno internacional, con todos sus peligros e incertidumbres, indudablemente afectará negativamente a los dominicanos.
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