Piedra angular del derecho romano, la frase en latín pacta sunt servanda (los pactos deben cumplirse), empezó a circular en tiempos muy antiguos, que se remontan a los orígenes de la civitas romana. Sabiamente recogida en el Digesto de Justiniano, del año 533 d. C., que compiló sentencias y reflexiones de legendarios jurisconsultos romanos, como Julio Cornelio Paulo y Ulpiano, este principio apareció también en las obras de oradores de la talla de Cicerón y Herenio, y -mucho más tarde- en infinidad de glosas del alto y bajo medievo. Desde entonces, esta afortunada fórmula ha atravesado todas las épocas y latitudes, hasta llegar a nosotros sin perder vigencia ni lustre, como paradigma convencional en las relaciones entre estados, valiendo también el mismo principio, razonablemente, para el trato entre personas.

Hoy, tras el inicio de la presidencia de Donald Trump, los nuevos -e inciertos- vientos políticos que soplan desde Washington, sacuden las certidumbres del pasado, alimentado un dramático debate entre los socios internacionales del gigante americano, en el que las relaciones con el liderazgo político estadounidense son el objeto de un atento examen, de parte de los aliados globales, y muy particularmente, de Europa y de los miembros de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico del Norte), quienes desde el inicio de la presidencia Trump, acumulan desplantes de parte de la imprevisible administración americana.

Solo para mencionar algunos: los reiterados propósitos de anexión de Groenlandia, territorio bajo soberanía danesa, y de Canadá, al igual que la amenaza de ocupación del Canal de Panamá; la inédita guerra arancelaria contra los aliados, a golpe de anuncios en las redes sociales del presidente norteamericano; el desastroso encuentro de Donald Trump con el presidente ucraniano en la sala oval de la Casa Blanca, el pasado 28 de febrero; hasta llegar al acercamiento entre Trump y el líder ruso Vladimir Putin, con quien Estados Unidos ha avanzado solitarias negociaciones para la paz en Ucrania -a las que muy posteriormente se ha integrado Kiev.

Más recientemente, la anunciada visita de la esposa del vicepresidente americano y del asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos a Groenlandia; y –dulcis in fundo– el escándalo sobre la discusión de planes secretos de guerra en un chat de altos cargos de la seguridad nacional, en el que se incluyó por error a un periodista, y en cuyos intercambios, ahora publicados, figuras como el vicepresidente americano y el secretario a la Defensa manifestaron abierta hostilidad a Europa. Señales de un vuelco alarmante de las relaciones entre Estados Unidos, y los que hasta pocas semanas atrás, se consideraban a sí mismos como compromisarios de una alianza inquebrantable.

La reacción de Europa ha sido rápida: el pasado 3 de marzo los líderes europeos y de la OTAN se reunieron en Londres, para enviar una señal de unidad política e impulsar la defensa y rearme europeo, apuntando colectivamente, a una autonomía estratégica que los haga menos dependientes de Estados Unidos. Como resultado del encuentro, la presidenta de la Comisión Europea Úrsula von der Leyen, anunció la creación del Plan Rearmar Europa, que, con sus 800 mil millones de euros tendrá la tarea de propulsar la industria bélica europea y el rearme europeo. De esta cifra, 150 mil millones tendrán la forma de un préstamo comunitario, mientras que el resto se recaudaría de la activación de la cláusula nacional de salvaguardia del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea, para permitir a los Estados miembros aumentar el gasto en defensa -estimando que un aumento del 1,5 % del producto interno bruto en los presupuestos de defensa de la UE, podrían generar alrededor de 650 mil millones de euros a lo largo de cuatro años.

Este plan, que para la presidenta von der Leyen, “constituye la fundación de una Europa de la defensa”, fue aprobado por el Consejo Europeo el pasado 6 de marzo, y hace unos días, el 19 de marzo, la Comisión Europea lo presentó en el Libro Blanco sobre la Defensa Europea, dando una forma estructurada al Plan Rearmar Europa, ofreciendo a los países miembros una visión sobre la futura defensa en la Unión Europea, e igualmente allanando el camino para el reforzamiento de las capacidades militares en el continente europeo, en la que la industria bélica made in Europe estará llamada a jugar un rol crucial.

Sin embargo, es claro que el éxito del plan dependerá de la unión de las voluntades políticas de los países de la UE, y de la capacidad de cada uno de los países para sortear los desafíos internos, y las divisiones externas. El distanciamiento americano ha dado una profunda sacudida a los socios europeos, quienes desde el final de la Segunda Guerra Mundial habían contado con la ininterrumpida protección de la disuasión nuclear americana, lo que ahora parece sujeto a los humores de una presidencia Trump transaccional, temperamental y voluble. Tempora mutantur.

Napoleón Bonaparte, solía repetir que “Si se conoce la geografía de un país, se puede entender y predecir su política exterior”, y, estando así las cosas, no es difícil comprender por qué la amenaza rusa es percibida con creciente alarma por los países del este y del norte de Europa, los más determinados al rearme -y los más próximos al vecino ruso. Igualmente, no es una coincidencia, el que los países bálticos y Polonia hayan anunciado su retiro de la Convención de Ottawa, tratado internacional que prohíbe las minas antipersonas; ni que el mismo día, la presidenta de la Comisión Europea Úrsula von der Leyen haya declarado que “si Europa quiere evitar la guerra, debe prepararse para la guerra”.

Por su parte, el presidente francés Emmanuel Macron ya había hecho una alocución a los franceses el pasado 5 de marzo, reiterando, con tono grave, el apoyo francés a la defensa europea, porque “Rusia se ha convertido, en el momento en que les hablo, y para los años venideros, en una amenaza para Francia y para Europa”; mientras que la estoniana Kaja Kallas, jefa de la diplomacia europea, declaró recientemente, que “nuestras agencias nacionales de inteligencia nos informan que Rusia podría poner a prueba la capacidad de defensa de la Unión Europea en un plazo de tres a cinco años”.

El crecimiento de los gastos en defensa de los 27 países de la UE no es nuevo, tomando en consideración que desde el 2021 había aumentado en más del 31%, impulsada por la invasión rusa de Ucrania, hasta alcanzar en el 2024 la cifra global de 326 mil millones de euros. Una cifra considerable, pero todavía muy lejana de los objetivos, considerando, sobre todo, las incertidumbres que ahora se ciernen sobre la OTAN y sobre el efectivo compromiso americano de cara a la defensa de sus miembros en caso de un ataque ruso.

Es así, que los países de la UE tratan de colmar, aunque a golpes de deuda, un inmenso retraso en el gasto de defensa. Algunos, como Francia, lucen más aventajados que otros. Única potencia nuclear europea junto a Reino Unido, Francia contaba en el 2017 con un presupuesto de defensa de 32.7 mil millones euros, mientras que hoy es de 50.5 mil millones euros -cifra considerable, tomando en cuenta el estado actual de las finanzas francesas, pero todavía insuficiente. Por esto en febrero pasado, Emmanuel Macron anunció que el presupuesto de la defensa en Francia subiría a un 3.5% del PIB, y que no era de excluir otros nuevos aumentos.

Hay que recordar que Francia es el segundo exportador mundial de armamentos, con un 9,6% del total, aunque muy detrás de los Estados Unidos, que con un imponente 43% ocupa el primer lugar, -y que, en los últimos 5 años ha aumentado las importaciones de armamento americano en Europa del 155%.

Alemania, motor económico de la UE y uno de los aliados europeos más alarmados por el nuevo giro de la política americana, en pocas semanas está pasando de ser uno de los países europeos con menor gasto en defensa, a romper récord con el anuncio del futuro jefe de gobierno Friedrich Merz, de 100 mil millones de euros adicionales para el gasto en defensa e infraestructuras, cifra astronómica y absolutamente excepcional. Apuntando a este objetivo, el pasado 18 de marzo, Merz logró que las dos terceras partes del Bundestag alemán aprobaran una reforma constitucional que permitirá el endeudamiento del país por miles de millones de euros, allanando el camino al rearme masivo de Alemania

Para tener una idea de la magnitud de las cifras anunciadas por Merz, basta recordar que el presupuesto del estado federal alemán consiste, actualmente, en 480 mil millones de euros al año. Consecuentemente, los mil millones suplementarios evocados por el futuro jefe de gobierno alemán equivalen a más de dos años de presupuesto de Alemania, señal inequivocable de la gravedad con la que Berlín percibe la amenaza rusa, y de la seriedad con la que los alemanes han decidido enfrentar el distanciamiento del aliado americano.

En una Europa -y resto del mundo- donde se corre desbocados hacia el rearme, el riesgo de entrar en una nueva época de proliferación nuclear se hace cada día más palpable, y es que, a falta del apoyo americano de antaño, la cobertura de la disuasión nuclear francesa e inglesa luce insuficiente, vista desde Varsovia o Berlín. De igual manera en el Pacífico, es noticia reciente que Corea y Japón también se interrogan sobre su propia seguridad, y sobre la necesidad de una protección nuclear autónoma, que no dependa solo del aliado americano. Los vientos sembrados globalmente por la presidencia Trump, se transforman en tempestades de inciertos resultados.

En un fichero internacional sin más compromisos que honrar que el de las crudas relaciones de fuerza entre las naciones, y en el que los intereses nacionales se reducen a una mera dimensión transaccional, solo nos queda exclamar:  ¡Mala tempora currunt!

Johanne Peña

Politóloga y diplomática

Politóloga y diplomática dominicana. Labora en el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde se ha desempeñado como ministra consejera de las embajadas de República Dominicana en Roma y París, así como en el servicio interno de la Cancillería. Apasionada de diplomacia de la ciencia, geopolítica, literatura e historia, realizó sus estudios en Ciencias Políticas y Asuntos Europeos en Italia.

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