“Aquí hay demoledores de reputación: el dominicano goza con demoler la reputación, sobre todo con otra que se llama el “Buscagoterismo”. Le gusta buscarle gotera a la gente seria.” Bueyón

El presidente se despertó un sábado cansado del “periodismo de investigación”. Los llamó revolvedores de basura: personas empeñadas en mirar hacia abajo, incapaces de levantar la vista hacia algo elevado. No defendió la suciedad, había que retirarla, pero advirtió:

“El hombre que nunca hace otra cosa, que nunca piensa, habla o escribe salvo sobre sus hazañas con el rastrillo de estiércol, rápidamente deja de ser una ayuda para la sociedad, deja de ser un incentivo para el bien, y se convierte en una de las fuerzas más poderosas para el mal.”

Citó al “peregrino” de Bunyan, a quien en el libro se le ofrece una corona celestial a cambio de su rastrillo, pero que ni siquiera puede levantar la vista concentrado en la inmundicia, en lo vil y lo degradante.

Le dijo a todo el que quisiera escuchar: “El mentiroso no es en absoluto mejor que el ladrón, y si su mendacidad toma la forma de calumnia, puede ser incluso peor que la mayoría de los ladrones. Recompensar el engaño atacando falsamente a un hombre honesto, o incluso exagerando de manera histérica al atacar a un hombre malvado con falsedades, es sumamente perjudicial”.

No se quedó allí, también le habló a los mercenarios de la comunicación diciéndoles “El intento de obtener beneficios financieros o políticos a costa de destruir el carácter de una persona solo puede resultar en una calamidad pública.”

Sabía que lo malinterpretarían, así que lo aclaró: “Es fácil tergiversar lo que acabo de decir… Algunas personas son sinceramente incapaces de entender que denunciar la difamación no significa aprobar el encubrimiento, y tanto los individuos interesados en ser encubiertos como aquellos que practican la difamación fomentan esta confusión de ideas.”

Un editorial de la época respaldó su postura: esos “periodistas” sembraban "semillas de la anarquía". Saturado de artículos sensacionalista el presidente hizo una reflexión final, dijo que esos ataques groseros contra el carácter de las personas crean un sentimiento público mórbido y vicioso, que al mismo tiempo actúa “como un desincentivo profundo para que hombres capaces y de sensibilidad normal ingresen al servicio público bajo cualquier circunstancia.”

Ese presidente era Teddy Roosevelt. El año, 1906. Un siglo antes de las redes sociales y los gobiernos de las “Redes”, ya existía el "Gobierno de las Revistas" —como lo llamó el periodista William Allen White—, prueba de que la difamación y la manipulación mediática son virus sin época.

La reflexión final que hace Roosevelt me recuerda la anécdota sobre Francisco J. Peynado, que siempre cita José Luis Corripio (Pepín) como razón para no adentrarse en política. Según le contó su papá a Pepín, Peynado quien fuera candidato presidencial contra Horacio Vásquez en 1924, aprendió muchas cosas de esa experiencia, puesto que él:

“No había descubierto en su vida hasta ese momento que era un sinvergüenza, un bandido y un delincuente hasta que fue candidato de la República Dominicana, él era un prócer hasta el día ese que ya se convirtió en candidato”.

La democratización de las redes sociales no ha hecho más que amplificar estos fenómenos. Los algoritmos, diseñados para premiar el escándalo, y la adicción a los likes, las visualizaciones y la atención efímera, dan nuevo vuelo a las mismas vilezas de siempre. En tiempos donde la difamación se viraliza en segundos y el buscagoterismo se disfraza de opinión, conviene recordar las palabras proféticas de Roosevelt en 1906, el lamento de Peynado en 1924 y la mordacidad de Bueyón en los 1980s. Puesto que el demoledor sigue ahí, solo que hoy tiene más herramientas… y menos vergüenza.

Tony Raful (hijo)

Abogado

Abogado con maestría en Derecho de la Regulación Económica (PUCMM) y Política Económica Internacional (Universidad de Kent).

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