El Diccionario de la lengua española define grosería sutilmente como “descortesía, falta grande de atención y respeto”, ofreciéndonos incluso un grupo amplio de sinónimos que completan su descripción: “descortesía, desatención, incorrección, insolencia, impertinencia, descaro, vulgaridad, zafiedad, lisura, leperada”.


Y se argumenta, que las groserías son “son formas para expresar descortesía o faltas de atención y respeto. Y que muchas veces estas expresiones ofensivas dependen de la “sensibilidad” del quien la recibe, por supuesto, tomando en consideración su edad, nivel educativo y social, el sexo y, por supuesto, el estatus social.
En estos días, como para variar y quizás “despejar el ambiente” con el tema de la tragedia del 8 de abril pasado, la cultura de la grosería por las redes y medios de comunicación, se ha hecho “viral”, sobre todo cuando dolientes son personas que tienen roles sociales de importancia. Muchas otras groserías son obviadas. (¿…?).
El refranero popular es muy rico en expresiones muy útiles al momento de analizar cosas que pasan, como el tema en cuestión. “Cría cuervos y verás…”. Parecería que el cuervo es un pájaro ingrato y desleal, ya que puede terminar traicionándonos o lastimándonos cuando menos los esperamos.
La cultura política nacional e internacional ha hecho de éste comportamiento un “arma de guerra” contra el opositor. Quizás ante la incapacidad de contar con ideas serias capaces de generar adeptos conscientes, acuden a la crianza y manutención de la descortesía, la falta de respeto y la vulgaridad para ganar sonrisas.
Por supuesto, una población escasamente educada, con un nivel de escolaridad bajo y deficiente, se constituye en el “caldo de cultivo” para la promoción y desarrollo de estos modos de comportamientos ajenos “a las buenas costumbres, el respecto ciudadano y el buen vivir”.
Los de hoy, ayer, le dieron de comer a los cuervos, como posiblemente los de ayer, hoy, hacen lo mismo. Así, estamos ante un fenómeno social que he llamado “la normalización de la grosería”, para referirme a un modo de proceder discursivo ajeno al conocimiento serio, pero sí como estrategia de insultos en la comunicación política.
Para muchos de los que son asiduos a estos espacios de comunicación esto resulta “normal”, como incluso hasta “cool”, convirtiendo la grosería en la forma común y hasta aceptada de comunicación, reemplazando o, cuidado, complementando, el lenguaje formal y la comunicación respetuosa. Usted dirá.
Por supuesto, la normalización de la grosería tiene consecuencias. La primera es la desensibilización hacia esta manera soez de comunicación, haciendo que terminemos de verlo como algo común y posiblemente, de lo que no hay por qué asombrarse. “Es una forma de decir las cosas”.
Por otro lado, hay que considerar además la pérdida de respeto social a la persona injuriada, como de aquellos que son los propagadores de improperios, solo que es muy probable que a estos les dé “par de tres”, es decir, “y a mí que me importa”, pues posiblemente no tienen nada que perder.
No se puede menospreciar que la vulgarización en la comunicación social genera enconos, malos entendidos, confusión, hasta violencia como única manera de responder ante tales improperios. No me sería raro que en algún momento la hostilidad y la reacción violenta, se constituya en arma de defensa del agraviado.
La educación ciudadana nos convoca a promover el respeto a los demás, haciendo de la comunicación social una estrategia de educación en la paz y la concordia, en una manera de trazar puentes aun aceptando las posibles diferencias de opiniones sobre cualquier aspecto de la vida.
Con el lenguaje construimos formas de vida y bienestar colectivo en la que todos podemos colaborar. A todos y a todas nos conviene vivir en una sociedad y en un mundo de oportunidades a las que podamos acceder a través de nuestras acciones personales y sociales, en un ambiente de respeto.
No sigamos “criando cuervos”, pues es muy probable que terminaremos como dice el refrán, “sin ojos” para ver y poder disfrutar lo hermoso de la vida y de todo lo que ella nos regala.
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