En nuestra sociedad se están suscitando unas series de fenómenos o comportamientos inadecuados que rayan en el mal ejemplo o en lo antisocial; los cuales, por su nivel de frecuencia, cada día toman espacios en la colectividad, más allá de las mareas de indignaciones que emanan al momento de sus ocurrencias; pero que lamentablemente al pasar de los días se cubren por el polvo del olvido o la impunidad, dando cabida a que esos desaciertos avancen hacia la normalización, a pesar de ser vicios corrosivos sociales.
Por lo tanto, no podemos perder el asombro ante el hecho de que supuestos artistas urbanos o ¨creadores de contenidos¨ profanen un centro educativo con la producción y grabación de un video cargado de vulgaridades extremas y que todo se quede en una alarma o reacción momentánea, sin aplicar los frenos correspondientes a través de sanciones ejemplarizadoras.
Igualmente, no podemos permitir que se haga una costumbre el que se mancille con ligereza nuestros símbolos patrios, centros culturales o religiosos, y que esos actos bochornosos se pretendan resolver con una simple excusa pública; acciones incorrectas estas que las provocan adrede con la finalidad de ganar views o ser influencers.
De igual manera, no podemos seguir validando las violaciones agresivas a la norma de tránsito; donde por ejemplo ciudadanos conductores de motocicletas o ciertos ¨guagüeros¨, gozan de una privilegiada ¨inmunidad diplomática¨ vial o en el tránsito; ya que por más infracciones que cometan, algo impide que sean procesados penalmente por las autoridades competentes. Solo basta detenerse a observar en un semáforo y lo que sucede ahí en términos de conductas impropias, ya ni ruboriza ni mucho menos llama la atención ante el deber ser.
La corrupción se sustenta en la tolerancia social y se va nutriendo de esos pequeños actos indelicados, que por ser supuestamente imperceptibles ante el daño que generan, se van dejando pasar poco a poco, fruto de la indiferencia, al no detenerlo a tiempo, crecen y se reproducen como una avalancha bajo el influjo de la impunidad; creando destrozos considerables e incalculables al tejido social.
Asimismo, como sociedad no podemos aprobar que el ciudadano vea la corrupción como una oportunidad o un medio ¨legitimo¨ para alcanzar fines de éxitos y lucros; llegar a entender eso, es como creer que en el infierno estamos salvos y seguros. En ese orden el escritor, filósofo y periodista británico Gilbert Keith Chesterton apunta que "para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar ¨derechos¨ a sus anhelos personales y ¨abusos¨ a los derechos de los demás".
Permitir que roben para luego asumir a esos personajes como notables y honorables, es asumir que junto a ellos hemos perdido la brújula de la conciencia moral. Lo anormal debe evitarse ver como algo normal, porque de sistematizarse la corrupción es caer en total caos. El filósofo griego Demócrito de Abdera, siguiendo la línea de lo anterior, expresó que ¨todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa¨.
Ante esas realidades negativas, es nuestro deber no actuar en piloto automático como si fuésemos robots; es necesario volver a encontrar la brújula interna que nos muestre el camino del buen ejemplo. Entender que si esa brújula moral está deteriorada, extraviada, adormecida y nublada por la oscuridad; el ser humano estaría dominado por los vicios y expuesto al naufragio de su vida y las vidas de aquellos que le rodean.
De tal modo, que urge realizar una parada, cuestionarnos y generar los cambios proactivos que transformen e inspiren el establecimiento de la cultura del buen ejemplo. Definitivamente como asienta el reconocido escritor y clérigo inglés Thomas Fuller que ¨una buena vida es el mejor ejemplo¨. Y los buenos ejemplos fortalecen a la sociedad.
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