Cómo desliar esto que voy llevando en alguna parte del cerebro, nudo que se hace y deshace y que no sé qué hacer con él o con ellos. Lo suelto en tres disparos: estoy jodido, triste y tranquilo. Se acaba, los sí, “se acabó”, como diría Raphael de España, aunque tal vez lo mío no sea tan dramático como lo del de Linares, porque después no sonarán aquellos “claros clarines” del poeta.

Comencemos por lo de jodido: mi chorro de amigos ahora cae del gotero como eso, como gotas.

Antes tenía la costumbre de llamar a media humanidad, de agobiar, preguntando que cómo estabas, que por qué no seguías leyendo o haciendo esto o lo otro, que cómo te iba en el tapón. El otro día me dije: soltaré esos expedientes, veré si me llaman. Pero bueno, qué haremos: no me llaman. Se perdieron. O se lo perdieron. O perdimos todos.

Sigamos por lo triste: de verdad que me encantaba conversar, con las patas largas y tendidas, pero ahora ellas se me duermen. ¿Y saben qué hago si una pierna se me duerme? Pues trato de que la otra no la despierte. Ojo: esto parece parte de algún stand up comedy para principiantes, pero me pasó el otro día.

Pero también hay sus colmos, como el otro día, que llamé a fulanito y me dijo: “¿pero por qué tenías tanto tiempo sin llamarme?”. ¡Bálbaro!, me dije, así y en buen cubano y puertorriqueño y criollo: “BÁLBARO”.

¿Estoy tranquilo? Sí, porque también hay que reinventarse. ¡Fluir! Eso lo aprendí de una adorada amiga: “fluye”. Si hay una palabra tan válida como un salvavidas esa es la de fluir.

A las amistades verdaderas no tienes que atenuarlas, porque resulta lo peor: esas mentiras cotidianas que todos nos enchufamos. Es ese “ay, pero ayer estuve pensando en ti”, que es el grito con el que todo mundo me responde cuando duro ocho meses sin llamar. “Ayer estuve hablando sobre ti”, suena mucho, muchísimo más peor, con perdón de la Academia de la Lengua y sus leyes de buenas costumbres. ¿Es tan complicado coger un fucking teléfono y decir, oye, cómo andas?

La amistad debería ser un camino de dos vías. Ahora, en medio del camino, como Dylan, ya no miro para un lado ni para el otro: lo hago para arriba, porque las nubes a veces son más vivaces que la sombra que viene por algún fondo.

Dejo que la Isla se quede con sus soles de pacotilla y sus tapones a todo pulmón y mis amistades cambiando autos, mudándose para Terrenas o soñando con un finde en Cabarete o quejándose de Jet Blue o con las dudas de si Cedimat o la Plaza de la Salud o si me alcanzarán los chelitos o si hay que arrancarle la cabeza a la candidata o si mejor espero al pusher, porque ese al menos no te da consejo alguno. Fluyo.

Jodido, triste y tranquilo. ¿Algo más? Seguramente.

Oigo al poeta de la salsa formular que “no me digan que es muy tarde ya”. Tal vez no lo sea, pero desde este otro lado del globo, dentro de este Dark Side of the Moon, de alguna manera todavía es temprano y el sol saldrá en algún momento para todos, y bla bla bla.

Miguel D. Mena

Urbanista

Editor, docente universitario y urbanista

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