A propósito del Día de la Navidad, la relectura que hacen de la misma Gianni Vattimo y René Girard, en un diálogo publicado bajo el título de ¿Verdad o fe débil?, resulta de gran pertinencia para esta época que exige una puesta en entredicho del devenir de ciertas formas institucionales del cristianismo.
Me refiero al llamado de Vattimo para “debilitar” el carácter doctrinal cristiano y retomar el mensaje originario de la “caritas”, del amor al prójimo, frente al “cristianismo del odio”. Empleo este último término para referirme a una diversidad de iglesias denominadas cristianas (en su mayoría protestantes) que se articulan en torno a proyectos políticos de la extrema derecha y promueven un mensaje de exclusión y discriminación negativa.
Desde el cristianismo del odio se produce una disociación cognitiva que permite autoproclamarse seguidor del recado evangélico y, al mismo tiempo, despreciar al extranjero, al pobre, al vulnerable. Esta manifestación del cristianismo se inscribe dentro de la tradición metafísica del pensamiento occidental y la defensa de unos valores doctrinales que requieren ser preservados de una amenaza exterior a la “tribu”.
Como afirma Girard, el acto sacrificial del evangelio muestra la inocencia del sacrificado que encarna el símbolo de todas las víctimas inmoladas injustamente en la historia.
Las consecuencias prácticas del cristianismo del odio no son otras que la sistematización de una política del odio que ejerce una violencia estructural contra las víctimas. Se produce, entonces, la adulteración del espíritu que la historia del sacrificio de la cruz incorpora al Occidente, pues, como afirma Girard, el acto sacrificial del evangelio muestra la inocencia del sacrificado que encarna el símbolo de todas las víctimas inmoladas injustamente en la historia.
El cristianismo del odio toma el partido del verdugo e instaura como protocolo de comunión el código de la fuerza. El “debilitamiento” del cristianismo conlleva retomar como centro de la práctica cotidiana una ética de la caridad que no se focalice en la defensa fanática de principios absolutos como la “Verdad”, el “Bien”, la “Patria”, la “Familia”, sino que se centre en “el amor al próximo”, sin el cual el mensaje cristiano se reduce a una cruel doctrina tribal.
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