Existe un gran contraste en nuestro país entre la reconocida simpatía del dominicano y el bajo nivel de civilidad que se evidencia de forma notoria en el tránsito, pero también en un sin número de manifestaciones de la vida en comunidad en las que se refleja el poco respeto por los demás al utilizar espacios públicos o áreas comunes en espacios privados.
Y aunque esta falta de civilidad pudiera relacionarse con la falta de educación, no se trata necesariamente del nivel educativo de la persona, ni de su nivel económico o social, puesto que desgraciadamente sobran ejemplos de malos comportamientos a lo largo y ancho de las capas sociales.
Asimismo resulta paradójico que en un país en el que generalmente se reclama la aprobación de una ley para intentar solucionar los más diversos problemas o el endurecimiento de las sanciones para determinadas inconductas, y en el que con virulencia se denuncian violaciones a la ley e impunidades cuando se trata del sector público, al mismo tiempo haya un nivel tan alto de incumplimiento ciudadano con las leyes y una sorprendente tolerancia a estos, como si la transgresión solo importara cuando nos afecta, y solo debiera ser sancionada cuando es un hecho cometido por terceros fuera de nuestro círculo afectivo.
Se ha valorado como positivo el anuncio por el ministro de Educación de que la asignatura de Moral y Cívica será incluida nuevamente en el pénsum de las escuelas, pero debemos hacer conciencia de que no se trata solamente de impartir la materia, sino también del contenido que esta tendrá para que sea capaz de transformar conductas, educando desde lo más básico para tratar de erradicar malas costumbres de muchos de tirar desperdicios en las calles, avenidas y carreteras, o la de limpiar su frente pero ensuciar el entorno, de no respetar los derechos ajenos cuando se escucha música, se celebra una fiesta, se estaciona un vehículo, se transita en la calle, y otras actuaciones en las que a diario se manifiesta irrespeto y falta de civilidad.
Pero también se trata del ejemplo que den los profesores, muchos de los cuales a pesar de que en sus hojas de vida exhiben grados universitarios y de maestría, muchas veces actúan más como gremialistas que como enseñantes, y no se comparan con la estatura moral que hizo merecer llamarse maestros a muchos que quizás no tuvieron esos títulos, pero que sí tenían conocimientos y vocación de enseñarlos, representando un apostolado de servicio, y supieron sembrar en sus alumnos importantes lecciones que marcaron sus vidas, a pesar de tener menos beneficios que los que hoy existen, pues no se trata solo de un tema económico.
Debemos hacer una reflexión como sociedad para empezar a generar transformaciones que van más allá del tema educativo, pues así como no puede ser tolerado como normal que los motoristas transiten sin placa, sin licencia de conducir, sin casos de protección, y cometiendo todo tipo de violaciones a la ley causando agravios y angustias al resto de los conductores ante la aparente impotencia o falta de voluntad de sancionarlos de las autoridades, tampoco puede serlo que comercios ofrezcan a sus clientes pagar sin el impuesto correspondiente o peor aún que los cobren y no los paguen al fisco, o que un porcentaje alto de profesionales de la medicina exijan cobros en efectivo o transferencias bancarias a cuentas de terceros, con la intención manifiesta de defraudar al fisco, así como ocurre con otros profesionales liberales, a pesar de que se supone que recibieron enseñanzas en ética profesional.
Por eso es importante que se enseñe desde temprana edad que un buen ciudadano cumple sus deberes, y eso no se materializa con sentirse orgullosamente dominicano o llevar una insignia nacional en el pecho, sino que se ejerce cada día, cumpliendo con la ley, respetando las normas de convivencia, pagando los servicios públicos que se consumen así como los impuestos, protegiendo el medioambiente, haciendo un uso correcto de los espacios públicos, y asumiendo compromisos por su comunidad y por su país, con la misma firmeza con que se reclaman los derechos. Debemos comprender que para inculcar la moral y la civilidad necesitamos más que una materia, libros y postulados, se requiere igualmente de conductas ejemplares e inspiradoras, principalmente por parte de quienes se supone son modelos que seguir.
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