Las gotas tocan lentamente el techo de la terraza, el cual es de un material ligero, prensado en varias capas de papel cartón, mezclado con poco hormigón.
Impactan secas como golpes de niño a las puertas de las casas. La oscuridad preñada de sombras paridas entre la frondosidad de las plantas y algunas luces lejanas de las calles que llegan a lamer mis ojos.
Me acomodo en la mecedora solitaria que me aguarda por las noches y donde juntos, los dos, nos abrazamos en silencio, ese que se me hace imposible en las mañanas, cuando los ronquidos empiezan a desembarazarse de los sueños.
Cuando la ciudad se despierta, volvemos a integrarnos a la manada…
A esta hora, cuando todos duermen, nos miramos sin hablar y tú me meces a un vaivén que arranca "antañosos" recuerdos de mi infancia. Cuando la lluvia se veía venir a lo lejos de la sabana y el viento frío acariciaba mi carita ingenua y gozosa.
En este rincón oscuro, donde suelo prender una vela "insinuosa" y débil a un costado de mis pies, cuelo en tela de yute el café y el agua tibia y corto en dos el pan de agua al que mojo de mantequilla salada.
Azucaro el néctar negro mientras suelta vapores que parecen pelearse con la brisa mojada e impregnada de yerbas y olores ocres de la tierra. Agarro el pan y lo introduzco al jarro metálico que acurruca al café y me deleito saboreando un sabor que destila patria.
Una patria que ha quedado lejana en distancia y en tiempo y que en este rincón asolado de vientos y gotas incrementadas evoco como un tornado que la encierra en mis adentros.
Hay un llanto contenido y unas lágrimas mudas de donde se forman manos implorantes intentando tocarla, pero está lejos y todo se ha esfumado entre calles distintas y unos prados sepultados en cemento.
De nada sirve volver a lo que ya no existe. Solo al cerrar los ojos logro verlo todo de nuevo y todas estas sombras dibujadas que me acompañan y este sabor vaporoso que moja mi lengua.
Los sentidos arrojan recuerdos que, como chispas, suelen brotar de repente. Cierro los ojos y escucho el trajín de la lluvia, golpear entre las hojas, los muros, la madera, la tierra y mis pies descalzos.
Los olores son los mismos de "aquella parte." Los sabores idénticos motivan la memoria que me lleva a "aquellos instantes" en donde, como hoy, esta noche, siento toda la indiferencia y la noble ingenuidad de un mañana que no existía porque todo era el instante. Todo era un momento.
Como este que intento extenderlo al infinito antes que la luz los despierte a todos y me encuentre entre un mar de desconocidos, en una patria que nunca será la mía. ¡Salud! Mínimo Momentero.
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