Sería once años después de emitido el decreto 2295 del Padre Billini en el años 1884 -relativo a la protección de los bosques de riberas de los ríos y manantiales- que otro dominicano importante de final del siglo XIX: Pedro Francisco Bonó (1828-1906), pensador y luchador por la Restauración de la República, hace una profunda reflexión en su obra El Congreso Extraparlamentario (1895)[i] sobre varios temas socioambientales; entre los que se destaca la montería, una forma de relación de producción precapitalista muy singular del pueblo dominicano que, a nuestro entender, constituye un factor condicionante en la conservación de nuestros ecosistemas forestales durante siglos.
Fue válida la preocupación de Bonó por la deforestación, cuando criticó a los nuevos ganaderos porque sustituían la montería donde estaba su ganado por labranza y pastizales que llegaban hasta las orillas de los ríos.
El sociólogo Bonó describe cómo estaba tradicionalmente distribuida, hasta cierto punto ordenada territorialmente, la producción agropecuaria, desde Dajabón hasta la loma Sillón de la Viuda, en la cercanía del actual Don Juan, Monte Plata, no muy lejos de Santo Domingo[ii].
Nos describe que, desde Dajabón a Santiago, las laderas y llanuras de los ríos estaban en labranzas y pastos: la zona que va desde Santiago a Cenoví, en San Francisco de Macorís, estaba bajo labranza; y de Cenoví hasta don Juan, Monte Plata, de pasto. De esta última aclara: “… excepto las orillas de ríos y arroyos, cejas, cordilleras, faldas y estribaciones”[iii], no había labranza.
Nos advierte que por no tener “las oportunas y necesarias precauciones” se han convertido los pastizales que están en terreno propios para crianza; es decir, en calidad de montería, “… en terrenos laborables, destruyendo todas las matas (haciendo referencia a los matorrales y “malezas”, comillas PT), cejas y arbolado de los ríos para servir de conucos, con lo cual se ha conseguido en la cejas y matas un terreno gredosos, ferroso, pobre; y, en el de las orillas de los ríos terrenos inundados, periódicamente, terrenos uno y otros que son sin esperanza, a menos que una poderosa agricultura dé a los unos las enmiendas necesarias, y a los otros drenajes y diques convenientes”[iv].
La Montería y su importancia para los ecosistemas forestales
El ganado de los hatos adaptado por siglos a una ecología propia de montería como ecosistema silvopastoril de la época, “… trashumante, montes y cerril, no encontró los abrigos, los oteros, cerros o medáneos donde acudía en la estación de las lluvias para dormir en seco y en la estación veranera para tomar la sombra”[v].
La nueva forma de producción ganadera que comienza a introducirse, además de descuajar el monte o bosque, trajo problemas microbianos: epizootia, una enfermedad contagiosa que afecta a animales en un área específica, causada por virus, bacterias, hongos o parásitos, y puede afectar tanto a animales domésticos como salvajes “…que las diezmaron y se vio privada del ramoneo y las frutas que tanto cooperaban a su alimentación”[vi].
La montería, que incluye matas o matorrales, “malezas”, follaje en general y árboles maderables, también producía frutos, que eran ingeridos por el ganado facilitando la expansión de las semillas de forma natural en el terreno comunal y campesino; ajustándose a la cobertura arbóreas con sus diferentes estratos vegetales o sotobosque y a los árboles.
Según Bonó, las especies naturales del país eran desplazadas por la codicia del progreso y el lucro sin pensar en el costo socioambiental de la perdida de la montería o deforestación, incluyendo la destrucción de los bosques de galerías o bosques ribereños, para introducir la Yerba Páez (Brachiaria mutica), citada como una de las especies que sustituyeron a las nuestras, las nativas y endémicas.
Aunque Bonó no hurga sobre especies en particular, cabe mencionar a la Mara, Guásima, Ramon, entre otras tantas ricas en frutos para los animales domésticos y la vida silvestre en general. En resumen, según LISTA ROJA de la Flora Vascular en República Dominicana (2016:6), en un total de 1388 especies que se evaluaron por su tipo biológico 250 son árboles o arborescentes, 454 son arbustos o arbustivas, 476 son herbáceas, 98 lianas o bejucos (trepadoras o reptantes), 46 estípites, 41 epífitas y 23 parásitas. Un gran número de estas son consumidas su follaje o frutos por los animales silvestres, domésticos y asilvestrados, lo que le da la razón al sociólogo y gran pensador de la Restauración de la República, poque como él plantea, históricamente, sirvieron para alimentar el ganado que abasteció la demanda de carne de España en la conquista de América.
En ese sentido, dice: “… Había siglos (que la montería) proporcionaba el sustento gratuito y abundante, tanto que de las sobras de nuestras crías se hacía un comercio de exportación, valorado en centenares de miles de pesos. Hoy estas sabanas, este inmenso territorio se tiene vacante y sin aplicación…” y critica que: “… el cibaeño gasta todo su tiempo, todas sus fuerzas, todos sus ahorros en derribar montes, en destruir riquezas naturales, en inhabilitar tierras de labor para poblarlas de Yerba Páez. (que), “… no resiste la más corta sequía, da una carne de gusto soso, de poco peso y el ganado sujeto a su exclusiva comida, de seguro no podrá alcanzar lo que le haría dar una alimentación variada”[vii].
La montería también es una expresión de la diversidad biológica del monte o bosque (yerbas, matas o matorrales, “malezas” y árboles que alimentaba al ganado vacuno y porcino); la socioeconomía: hateros, monteros, madereros, y como diría Pedro Mir, la sociopolítica, por ser amparo de fugitivos de la justicia, desclasados y escenarios de las luchas como fueron las montoneras, todavía vigente en las primeras décadas del siglo XX, montería que se comenzó a perder en las últimas décadas del siglo XIX, como bien lo expresan nuestros historiadores.
Así apreciaba Bonó a la montería, como ecosistema de producción ganadera y forestal, para criticar la nueva forma de producción “…porque los nuevos ganaderos se dedicaron a tomar el bosque. No quedó entonces arbolado que no vino abajo, cejas, matas, ni orillas de arroyos; todo se vio convertido en dehesa (potrero)…”[viii].
Esto es demoledor, ya que esas verdades descritas por Bonó a finales del siglo XIX, y como dice el historiador Raymundo González, se adelantan a más de cien años. El tema es digno de una profunda discusión, más allá de esta entrega, por el destino que tuvieron los ecosistemas forestales un siglo después.
Notas
[i] Bonó, P.F. ( 2007). El Congreso Extraparlamentario (1895). Publicado en la antología Textos Selectos. Colección Juvenil vol. I del Archivo General de Nación. A decir de Raimundo González, historiador y presentador de la obra, Bonó tuvo una visión de más de cien años de adelanto, lo que significa que, en lo socioambiental y forestal, el siglo XIX fue fundacional en esta materia en República Dominicana (PT).
[ii] Hay que recordar que Bonó estuve en la zona, cuando acampó en la zona de Bermejo, en medio de la Guerra de la Restauración, donde era el ministro de Guerra. Fue un notable conocedor de la ruralidad dominicana, lo que se evidencia con su novela El Montero (1856), donde trata sobre la vida social de los cazadores en las monterías.
[iii] Bonó, P.F El Congreso Extraparlamentario. En Textos Selectos (2007:155). Negritas, PT.
[iv] Ibidem. Paréntesis, PT.
[v] Ibidem.
[vi] Ibidem.
[vii] Ibidem. Págs. 156 y 157. Paréntesis y negritas, PT.
[viii] Ibidem. Paréntesis y negritas, PT.
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