En Verdad y mentira en la política, Hannah Arendt afirma que, a diferencia de las mentiras políticas tradicionales, relacionadas con el ocultamiento de secretos, las mentiras políticas modernas se relacionan con hechos que son de conocimiento público. La reescritura de los hechos históricos y la distorsión de los acontecimientos vividos por millones de personas son ejemplos de las referidas prácticas.
Arendt señala que las mentiras políticas modernas contienen, sea de modo consciente o no, una estructura violenta. En sistemas totalitarios como el nazismo o el estalinismo, la violencia contra los hechos era sólo el preámbulo de la violencia física, así que la desaparición de un agente social o político en una fotografía que registraba un acontecimiento crucial de la historia, o la reescritura que borraba del relato a quien había desempeñado un rol crucial en los eventos políticos era el anuncio de lo que sería el exterminio físico del individuo.
Lo que presenciamos a partir de la revolución digital y la emergencia de lo que ha venido a llamarse posverdad es un refinamiento de este proceso violento de desdibujamiento de los hechos que son de conocimiento público. ¿Hasta dónde este proceso termina, empleando la metáfora de Arendt, “apartando la verdad de este mundo”?
En la novela clásica de Fiódor Dostoievski, Los hermanos Karamázov, existe un pasaje en que un mentiroso incorregible le pregunta a un monje cómo puede obtener la salvación. La respuesta del religioso fue que nunca debía mentirse a sí mismo.
Arendt toma este pasaje para reflexionar sobre el hecho de que la persona que miente a los demás sigue conservando la capacidad de distinguir entre la verdad y la mentira, sigue siendo un hogar de la verdad que oculta. El agravio contra la realidad no es definitivo, todavía hay “posibilidad de salvación”.
Arendt señala que esta posibilidad queda amenazada por la moderna manipulación de los hechos que ella conoció con el auge de los medios de comunicación tradicionales y la propaganda, pero que jamás pudo imaginar al no ser testigo de la revolución digital y la proliferación de la posverdad.
La posverdad, como actitud de indiferencia ante los hechos, difumina la posibilidad de discernir que todavía subyace a la mentira, reconfigura la red de sentido compartido generando desorientación en el mundo y deja cada vez menos resquicios para “no mentirnos a nosotros mismos”.
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