En mi último artículo escribí sobre el descubrimiento que significó conocer de cerca la obra del escritor español Benito Pérez Galdós, en quien he encontrado similitudes con nuestras experiencias caribeñas.
Para demostrar esta cercanía, aquí les pongo un extracto de su novela Fortunata y Jacinta: “Las comunicaciones rápidas nos trajeron mensajeros de la potente industria belga, francesa e inglesa, que necesitaban mercados… y los venían a buscar aquí, cambiando cuentas de vidrio por pepitas de oro… Otros mensajeros saqueaban nuestras iglesias y nuestros palacios, llevándose los brocados históricos”.
¿Cómo puede haber confluencias entre la obra de Pérez Galdós y el mundo latinoamericano si ese no era su propósito?
¡Parecería que el hombre estuviera describiendo acontecimientos de los siglos XV y XVI caribeños, con los españoles engañando a los indios y los ingleses saqueando lo construido por los españoles! Porque él habrá nacido en Las Palmas de Gran Canaria, territorio más cercano a África que a Europa; desde este lado del mundo se piensa en él como un autor español y, en consecuencia, portador de una realidad distinta a la nuestra. Desde este lado del mundo hay cierta desconfianza con los españoles. Ni la labor del padre Las Casas, ni el sermón de Montesino, ni la dedicación de una capilla a la Virgen de la Altagracia en 1503 en el Hospital San Nicolás de Bari, ni ninguna de las manifestaciones de identificación y apoyo a los nacidos en estos territorios han podido borrar la desconfianza suscitada por las consecuencias del descubrimiento de América. Cuatrocientos y pico de años después de este hecho, en “Cien años de soledad”, Gabriel García Márquez nos familiarizaba con los miedos de la bisabuela de Úrsula Iguarán ante una posible segunda venida de Francis Drake.
Actualmente, su obra no puede catalogarse de novedosa
¿Cómo puede haber confluencias entre la obra de Pérez Galdós y el mundo latinoamericano si ese no era su propósito? Indirectamente podemos llegar a la explicación si nos fijamos en cuál era su objetivo a la hora de escribir sus novelas: reflejar la sociedad a través de sus personajes, retratando la dignidad de cada uno de ellos, proveyéndolos de un lenguaje, una apariencia y unas ideas individuales que, al recibir tanta atención, se convierten en seres humanos universales. Su obra es un homenaje a Madrid, pero lo hace con tanta verosimilitud y simpatía que lectores alejados de él en el tiempo y en el espacio podemos sentirnos cercanos a su discurso. Al igual que a muchos de sus coetáneos, a este autor le interesaba que fuera el relato de la realidad lo que condujera a la reflexión.
Y para llegar a este propósito, hacía un uso magistral del humor y de la combinación de los niveles de relato: narrador omnisciente, reflexión por los personajes, diálogos y hasta saludos directos a la lectoría. Más que nada esto último. A algunos pasajes se les siente el verdadero gusto en el acto de contar, diríamos hasta “chisme”, por no definirlo en castísimo “cotilleo”. Actualmente, su obra no puede catalogarse de novedosa (en el año 2020 se celebró el bicentenario de su nacimiento), pero es tan chula que a uno no le queda más remedio que usar la frase de uno de sus personajes: “Apechuguémonos de novedades”. En todo caso, novedades para nosotros.
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