Con Gaza y Beirut en el corazón
Las situaciones clínicas más complejas de abordar en las demencias incluyen, entre otras, la manía. La manía, o estado de exaltación disfórica, da nombre a los centros de atención psiquiátrica que en su mayoría han desaparecido o han sido reconvertidos en centros de internamiento para pacientes con trastornos mentales cronicos: los antiguos manicomios.
El estado disfórico o maníaco se caracteriza por la hiperactivación de los sentidos y la presencia de una cascada de síntomas. Entre ellos destaca la verborrea: el paciente habla en exceso, muy rápido y con una lluvia de ideas, mostrándose expansivo y exultante, con una percepción de gran capacidad para realizar cualquier actividad. Este estado es tan intenso y abrumador que resulta difícil de controlar y la persona que lo padece no es consciente de ello.
Es frecuente la fuga de ideas, con cambios constantes en los temas de conversación. En muchos casos, la falta de control es tan intensa que el lenguaje se vuelve soez, con el uso de malas palabras y expresiones desinhibidas. Aunque el discurso puede mantener una cierta lógica, lo habitual es que la intensidad con que se expresan las ideas sea una manifestación clave de la enfermedad.
Algunos estados emocionales “normales” pueden presentar patrones de conducta similares, pero en la manía la emoción está gravemente alterada. La gravedad del cuadro se determina por la disfunción que origina en la vida del paciente, su incapacidad para seguir normas establecidas o mantener una rutina. Es en este punto en el que se produce la ruptura funcional.
En la mayoría de los casos, el paciente no reconoce que está enfermo y su resistencia a buscar asistencia médica es alta. Lo habitual es que el entorno familiar detecte los síntomas y solicite ayuda, lo que a menudo deriva en ingresos involuntarios, ya que la capacidad de juicio de la persona afectada se encuentra gravemente perjudicada.
Nos preguntamos entonces: ¿cómo se llega a la manía? Es un proceso largo que en la mayoría de los casos transcurre por fases opuestas, como la depresión. Este estado, junto con la manía, conforma los trastornos bipolares, en los que ambos polos del estado de ánimo coexisten de forma antagónica. Comprender la gravedad de esta patología es fundamental, ya que puede llegar a anular completamente el juicio del paciente.
En el contexto de las demencias, el síndrome disfórico es uno de los más difíciles de manejar debido a la fragilidad de los ancianos y la intensidad de los síntomas. La intervención adecuada es clave, pero el diagnóstico suele ser complejo, ya que muchas veces los familiares consideran que la conducta del paciente es parte de su personalidad y afirman: “Siempre ha sido así”. Explicarles que se trata de un trastorno del estado de ánimo que requiere intervención farmacológica es un desafío.
Lo más complicado de todo el cuadro clínico es generar conciencia en el entorno familiar, ya que, al haber convivido tanto tiempo con la enfermedad, pueden percibirla como algo normal. Por desgracia, esto hace que muchas veces pase desapercibida.
La manía en ancianos es un estado grave debido a sus consecuencias en la salud integral: disminución en la ingesta de alimentos y líquidos, riesgo de caídas y lesiones y una severa afectación de la convivencia. Por todo ello, la intervención de geriatras y psiquiatras es fundamental en el manejo de los síndromes psiquiátricos asociados a las demencias.
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