Los viajes de Marco Polo, junto a su padre y su tío, se iniciaron en 1271 y concluyeron en 1295, al cabo de una estadía de veinticuatro años en el lejano oriente. Solamente el viaje de ida, desde Venecia a Pekín, duró unos tres años y el de regreso casi dos. Modernamente, un vuelo sin escalas de una a otra ciudad toma un promedio de doce horas.
La distancia entre Venecia y Pekín, en línea recta, es de ocho mil kilómetros y de unos once mil por carretera. Pero la distancia a través de la ruta de la seda de aquel tiempo era más o menos de veintidós mil. Ese fue el camino por el que transitaron. En principio, los Polo pensaban atravesar Persia para salir al mar y completar el viaje por esa vía, pero el transporte marítimo de esa región no ofrecía al parecer la más mínima garantía y se decidieron por la ruta terrestre, que no era menos peligrosa. Se unieron, desde luego, a una caravana y viajaron a lomo de caballo y a lomo de camello por una geografía que combinaba paisajes de ensueño y ambientes de pesadilla. Eran, sin duda, los tiempos heroicos de los comerciantes.
Concretamente, viajaron de Venecia a Bizancio y viajaron a Palestina, donde visitaron las ciudades de Acre y Jerusalén, viajaron por las ciudades de Mosul, Bagdad y Basora en el actual Irak, pasaron por Armenia y luego por las ciudades persas de Tabriz, Kermán y Ormuz y pasaron por Afganistán. Allí, según cuenta Marco Polo, en las tierras del norte, casi a mitad de camino, su salud se resintió y tuvieron que hacer un alto; se detuvieron durante un año hasta que el joven se recuperó.
La Pax Mongolica permitió un auge del comercio y la tolerancia religiosa que transformó el intercambio cultural entre Asia y Europa.
«Hay también en este reino montañas donde el aire es tan puro que, cuando alguien se ve aquejado de alguna enfermedad, sube a las cimas y la enfermedad desaparece de inmediato. Yo, Marco Polo, puedo asegurarlo, pues lo comprobé por mí mismo, ya que estando allí estuve enfermo por un año y cuando subí a las montañas me recuperé».
Se internaron después por el desierto de Karakum en Turkmenistán, pasaron por Samarcanda, Bujara y Taskent en la actual Uzbekistán, atravesaron una cadena de montañas llamadas Pamir que eran tan altas como las nubes y cruzaron por Mongolia a través de un desierto llamado Gobi que no parecía tener fin. Finalmente, llegaron a Suzhou y llegaron a Cambulac o Pekín en la China actual, conocida en esa época como Catai. La misma China que en esa época se encontraba bajo el dominio de los mongoles (1271-1368), a los que llamaban tártaros.
Los tártaros no eran más que una de muchas tribus de las estepas a las que los mongoles conquistaron. Tras la conquista, el nombre se convirtió en genérico, pasó a designar el conjunto de pueblos de esa región. De manera semejante, el nombre de Grecia en latín, el genérico de los helenos, proviene de los Graikoi, una tribu helénica del sur de Italia.
A pesar de su mala fama, los mongoles eran más tolerantes y abiertos que los chinos, sobre todo en lo que respecta a la religión y el comercio. Sus conquistas militares fueron desde luego destructivas y violentas en grado superlativo, pero durante la llamada «Pax Mongolica», que también se llamó «Pax Tartarica», se produjo un notable desarrollo de las comunicaciones y el comercio y el intercambio cultural, y se adoptó una política de tolerancia religiosa. Se abrieron, en efecto, las puertas al cristianismo y el islam y el budismo y otras religiones. Paradójicamente, no se intentó imponer la apreciabilísima religión chamánica de los mongoles, basada en la creencia en el dios Tengri, en el culto del cielo azul y eterno, en la búsqueda de la armonía con el cosmos y con la naturaleza, la veneración de ancestros y de espíritus naturales. Es decir, la misma religión de las estepas asiáticas que hoy parece estar resurgiendo. Aunque parezca mentira, Gengis Kan (que era chamanista) promulgó o decretó la libertad de culto para todos los súbditos de su inmenso imperio.
Su nieto Kublai Kan estableció el dominio completo de los mongoles en China y creó la dinastía Yuan en 1271. Sus conquistas unificaron a un territorio que permanecía fragmentado desde hacía muchos siglos y, sin proponérselo, creó las condiciones para el surgimiento de la dinastía Ming, que expulsaría a los mongoles en 1368. Durante el largo imperio de Kublai Kan (1260-1294), los mongoles incentivaron la agricultura, el comercio y el uso del papel moneda y llegaron a establecer un dominio total a través de la ruta de la seda, que unía los principales centros comerciales de Asia y Europa y ofrecía a los comerciantes y viajeros una seguridad desconocida hasta entonces. No sin exageración, alguien se atrevió a afirmar que «una doncella podía recorrer el reino con una diadema de oro en la cabeza sin sufrir ningún daño».
Kublai Kan recibió a Marco Polo con honores, marcando el inicio de una relación que revelaría al mundo los secretos del imperio mongol.
Una de las cosas que causaron estupefacción entre los lectores del libro de Marco Polo fueron sus descripciones del orden que reinaba en el imperio mongol y de las muchas facilidades que, bajo la tutela de Kublai Kan, se ofrecían a comerciantes y viajeros. Entre ellas, plantar «árboles a lo largo de los caminos» para que los viajeros pudieran orientarse y disfrutar de sombra y abrigo.
Para los Polo, nada podía ocurrir de mejor manera posible y a su llegada fueron objeto de todo tipo de consideraciones. Así lo cuenta Marco:
XIV De cómo los dos hermanos y Marco llegaron a la ciudad de Clemeinfú, en donde se hallaba a la sazón el Gran Khan.
Y micer Nicolás, Mafeo y Marco, hijo de Nicolás, se pusieron en camino y cabalgaron tanto toda la primavera y el estío hasta llegar a la ciudad de Clemeinfú, en donde se encontraba el Gran Khan. No haré mención, sino más adelante, de lo que encontraron en el camino, pues deseo contároslo a su tiempo en mi libro. Sabed solo que emplearon tres años y medio en este viaje, pues las grandes nevadas y las lluvias y los ríos desbordados les impedían cabalgar en invierno. Y, en verdad, cuando supo el Gran Khan que llegaban, les envió al encuentro un mensajero con cuarenta días de anticipación, y fueron bien atendidos y servidos por todos.
XV De cómo los dos hermanos y Marco fueron al palacio del Gran Khan.
Cuando Nicolás, Mafeo y Marco llegaron a esa gran ciudad, se fueron al Palacio Principal, en donde se hallaba el Gran Khan rodeado de muchos barones. Se arrodillaron y humillaron ante él; pero el Gran Khan les hizo levantar, les colmó de honores y les recibió con grandísimo júbilo, interrogándoles de cuanto habían hecho desde que se separaron. Los hermanos le aseguraron que todo había ido a pedir de boca, puesto que volvían sanos y salvos. Entonces presentaron sus breves y cartas que el Papa le enviaba, que le causaron gran alegría. Cuando el Gran Khan vio a Marco, que era el joven bachiller, les preguntó quién era. «Señor —dijo micer Nicolás—, es mi hijo y esclavo vuestro». «Sea bienvenido», dijo el Gran Khan. Mas, ¿por qué extenderme en referiros más tiempo las grandes manifestaciones de cariño y los honores con que fueron recibidos por el Gran Khan?
***
Lamentablemente, ni la «Pax Mongolica» ni el imperio mongol sobrevivirían mucho tiempo a la muerte de Kublai Kan. Sus dominios comenzarían rápidamente a fragmentarse y los chinos recuperarían su país. Casi al mismo tiempo, la peste negra, mencionada anacrónicamente en la entrega anterior, asolaría todo a su paso, tanto en Asia como en África y en Europa.
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