Los prejuicios andan por ahí, revueltos, de cabeza en cabeza. Limitan nuestros vínculos personales, las relaciones laborales y el desarrollo colectivo.
Tengo un amigo que critica a las personas de más de 60 años que por decisión, y no por necesidad económica, se mantienen activas en sus trabajos o emprenden nuevos sueños profesionales.
Con frecuencia, la gente adulta juzga duramente a los jóvenes. Los acusan de ser “de cristal”, flojos, y se asume, sin una evaluación rigurosa, que no tienen las competencias para tal o cual puesto.
Muchos hombres (y tristemente también algunas mujeres) todavía se preguntan si las mujeres somos lo suficiente prácticas, firmes o racionales para liderar.
Y los prejuicios raciales nos persiguen a pesar de tantas luchas por la igualdad. Hay excelentes cantantes y actrices de piel oscura que no reciben toda la atención y papeles que merecen por no tener la "presencia" necesaria para ciertos roles. La presencia a veces significa tener la piel clara y el pelo lacio.
¿Qué decir de la clase? ¿Cuántas veces se asume que un profesional no maneja el inglés porque es de clase trabajadora y no estudió en un colegio caro? ¿Cuántas veces se da por hecho que ciertas personas no serán capaces de ocupar determinados puestos por su origen, aunque hayan estudiado el doble y probado una y otra vez sus capacidades?
Y si eres mujer, sabes cómo pesa la apariencia. Si estás muy maquillada puedes ser percibida como superficial. Si tratas de lucir sencilla y sobria, puede ser que te consideren desarreglada, en un país donde el aspecto importa demasiado.
Así que podemos ser discriminadas por viejas, por jóvenes, por mujeres, por negras, por ser originalmente de clase trabajadora, por usar maquillaje y por no usarlo.
Los prejuicios y acciones discriminatorias nos llevan a herir a las personas y a quitarles oportunidades, a ser injustos en procesos de selección de empleados, suplidores o socios. Así, terminamos por perder mucho del talento que necesitamos para crear, innovar, mejorar procesos y hacer buenas políticas públicas. La diversidad es clave para tener distintas miradas a la hora de tomar decisiones, y muchos talentos y habilidades excepcionales pueden perderse cuando un prejuicio se interpone entre nosotros y la realidad.
Una persona de 65 años puede estar actualizada en las tecnologías y tendencias de su oficio y un joven de 26 años, por su formación e historia de vida, puede estar capacitado para liderar procesos complejos.
Lo importante es que nos centremos en lo fundamental y que los prejuicios no nos obnubilen la cabeza ni el corazón. Y si se interponen, porque somos falibles, a fin de cuentas, los detectemos a tiempo, no solo en nuestras relaciones laborales, también y, sobre todo, en nuestras interacciones personales.
“Tengo un sueño: que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”, dijo Luther King en su famoso discurso. Si todos fuéramos juzgados y juzgáramos solo por nuestras acciones, capacidades y ética en las relaciones, el mundo sería un lugar mejor.
*Canoa Púrpura es la columna del proyecto periodístico de Colectiva Púrpura y de su podcast Libertarias, que se transmite por La República Radio.
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