Evolutivamente nos desarrollamos para mantenernos y andar erguidos, con la cabeza hacia el cielo y los pies sobre la tierra. Cielo y tierra, sueños y acción son los dos polos que parecen definir nuestras vidas y sus posibilidades. Entre la tierra y el cielo caben mil proyectos por pensar y hacer.
Nuestra morfología es muy sabia y se hizo posible por y para propósitos determinados, permitiendo nuestra constitución como seres humanos por la capacidad de actuar y pensar, desarrollada paulatinamente en un proceso dialéctico que permitió pasar desde la dimensión cuantitativa hacia lo cualitativamente distinto y mejor.
Somos seres de acción y para la acción como condición necesaria para el desarrollo de nuestra conciencia guiada y mediada, en su desarrollo, por la acción misma, por supuesto, la acción pensada, hacia nuevas maneras de ser y estar.
La psicología dialéctica nos propone que la conciencia cuenta con una doble función que, aunque accionan unidas muchas veces, no constituyen una unidad, pues son distintas. Una, la regulación inductora, que nos da el por qué y para qué de la acción; la otra, la regulación ejecutora, proporciona la manera, el modo de actuar.
Mientras la primera contiene todos aquellos procesos psíquicos que impulsan la acción: necesidades, deseos, creencias, predisposiciones, motivos que conducen hacia la acción; la segunda, contiene aquellos aspectos y procesos que dan el cómo de la acción, como son nuestras percepciones, prioridades, propósitos, etc.
Separar la acción del pensamiento es casi imposible, solo quienes actúan por instintos prescinden de esta capacidad humana. Acción y pensamiento reflexivo para una nueva acción, nos guía en la búsqueda de lo nuevo, que irremediablemente nos conducirá hacia nuevas ideas y pensamientos.
Teilhard de Chardin (1888-1955), sacerdote jesuita, paleontólogo y filósofo francés, estudió este proceso dinámico y evolutivo de la materia, señalando que el ser humano evoluciona mental y socialmente hacia una unidad espiritual final, incluso. El pensamiento le proporciona un sentido a nuestra evolución más allá de lo concreto presente.
Leyendo a Ryan Holiday en su libro “La quietud es la clave”, lejos de lo que pudiera imaginarse, señala que alcanzar la quietud mental y espiritual supone una gran acción que nos impulsa, que crea las condiciones necesarias para lo nuevo, pues mente y cuerpo están unidos indisolublemente.
En su libro Persona y acción, Karol Wojtyla, más conocido como el Papa Juan Pablo II, aborda el tema desde una postura fenomenológica dejando de lado consideraciones morales, para concentrarse en el análisis de la conciencia que la persona tiene de sus actos hacia una doble trascendencia:
Del sujeto hacia el objeto mismo, que él llama trascendencia horizontal, y del sujeto hacia sí mismo, que asume como trascendencia vertical, en la que el sujeto se autodetermina, a través de la integración, el vínculo entre la psiquis y el cuerpo en el actuar humano. La acción revela la persona.
Por alguna razón evolutiva, nuestra cabeza, hogar del cerebro, mira hacia arriba y nuestras extremidades nos abren y conducen por los caminos por recorrer física y mentalmente. Es una lástima que algunas personas y líderes no parecen saber que ya dejamos de caminar horizontalmente.
En mis años de juventud tuve la oportunidad de aprender un método que me sirvió entonces y lo sigue haciendo hoy día, se trata de la Revisión de Vida, en la que acción-reflexión-acción se constituyen en una lógica poderosa permitiéndonos detenernos a reflexionar lo que hacemos para avocarnos a una nueva acción superior.
La tragedia que recientemente hemos sufrido y que aún lacera el alma nacional fue producto de ese accionar personal e institucional que no se detiene a pensar en consecuencias y que cuando lo inevitable se hace presente quizás y solo quizás, suele solo decir “lo siento”.
Démonos la oportunidad de traspasar los límites de las emociones irracionales hacia un modo de pensar y actuar capaz de generar una nueva conciencia colectiva que nos haga más humanos y más cerca de un actuar-pensar-actuar colectivo conducente a una vida más centrada en el bienestar colectivo y el espíritu que le guía y da vida.
¿Soñador? ¡Sí! Me reservo el derecho a serlo. Me niego a seguir el camino de la diatriba estéril, más conducente a la irracionalidad y a la satisfacción de egos, que, a la búsqueda y construcción de una vida humana con aspiración a lo nuevo, a nuevas maneras de actuar-pensar-actuar.
Compartir esta nota