A Yoryi solía verlo con frecuencia, siendo yo adolescente, próximo a su casa en la calle Cuba, en el tradicional barrio de Los Pepines, en Santiago de los Caballeros. Tengo grabada su imagen de fina estirpe de añejo artista: solía llevar una boina española ladeada, un bigote bien cuidado, gafas de montura negra y grande, y, sobre su camisa, los breteles que sostenían pantalones anchos. Su paso era lento. Para entonces, ya era una figura emblemática de la pintura nacional. Obviamente, en ese tiempo yo no conocía la dimensión de su enorme talento, no solo para la pintura, sino también para la música y el magisterio. Años después de su fallecimiento, en 1979, recuerdo haber asistido a varias exposiciones de sus obras pictóricas, organizadas por el Centro de la Cultura de nuestra ciudad.

Por eso, me agradó sobremanera cuando mi primo, Ramón Hipólito, hace aproximadamente dos años, solicitó mis servicios profesionales para formalizar la adquisición de un conjunto de pinturas del maestro Morel. En su colección, el primo privilegiaba las obras de Yoryi con un motivo costumbrista, en especial aquellas que recreaban el embrujo de nuestras campiñas. Algunos meses después, una tarde, el primo se presentó en nuestra oficina. Al recibirlo en mi despacho, me sorprendió: traía un cuadro en cada brazo, elegantemente envueltos en papel de estraza, o de colmado. De pronto, me dijo:

Primo, le he traído esta sorpresa de regalo.

Colocó el cuadro más grande sobre un mueble y se dispuso a entregarme el otro. A seguidas, me pidió que lo abriera. Con gran expectación y sigilo, así lo hice. Minutos después, logré abrirlo: era un óleo que evocaba un motivo jurídico. Me impactó. Representaba a dos figuras sobredimensionadas de colegas togados, conversando muy de cerca, en tonos sombríos, dominados por el blanco y el negro, con una tenue luz amarilla y gris de fondo.

Inmediatamente, noté la firma de Yoryi en la esquina inferior izquierda. Minutos más tarde, el primo me entregó una tarjeta blanca, con sus iniciales en la parte superior. Con una prosa exquisita, su mensaje decía:

Mi muy querido primo: El Maestro lo plasmó antes de tu nacer, pero no me cabe duda de que estaba dirigido a un futuro penalista de estirpe olímpica. Usted. Desde que vi esta belleza de obra con aroma legal, poco común en Yoryi Morel (solo conozco un boceto a lápiz), supe que nunca sería mía. Sin embargo, me sentí dichoso de poder adquirirla para usted.

La disfrutaré más que si estuviera conmigo, porque la pasión por su oficio la llevas impregnada en el alma…y aquí el maestro Morel lo plasma con simpleza, finura y firmeza.

Recíbala como honor a su desempeño, que todos sus familiares respetamos, y como sello eterno de lo que la sangre une”.

El mensaje me conmovió profundamente. Le di las gracias al primo por tan extraordinario presente y por sus emotivas palabras. A seguidas, me entregó un documento: al abrir el sobre, confirmé que se trataba de un certificado de autenticidad de la obra, firmado por el reputado pintor y restaurador de arte español Julio Llort Guindulain. En esencia, el documento reza:

En esta obra se caricaturiza, en un estilo expresionista, la imagen de dos juristas en un callado conciliábulo, típico de sus profesiones… Una obra de pequeño formato, pero de gran sátira. Por estas razones, considero esta obra auténtica de Yoryi Morel.

No cabía duda: estábamos ante una obra de Yoryi muy excepcional, por abordar una temática poco usual en su trayectoria, lo cual aumentaba su valor.  Por igual, por los 73 años que tiene de pintado.

Aún no había terminado de leer el certificado cuando el primo se dispuso a desvelar el otro cuadro, el más grande. Esta vez se trataba de una fotografía, casi el doble del tamaño del lienzo anterior, enmarcada. Captaba el interior de una casa, donde se veían varias personas, una de ellas conversando por teléfono. En la pared, claramente, colgaba el cuadro de Yoryi. En la parte central inferior del marco, una pequeña plaquita dorada consignaba:

Maestro Yoryi Morel. Los Juristas 1952. Procedencia: Familia Esteva. Santiago, R. D. Foto 1971.”

El primo me explicó que esa fotografía también la había recibido de los antiguos propietarios del cuadro, quienes se la entregaron como prueba de su genuina procedencia. Me la obsequiaba igualmente.

De pronto, me sorprendió el apellido de la familia que aparecía en este mensaje: Familia Esteva. Me intrigó: hacía años que había cerrado un caso relacionado con una familia de ese inusual apellido. Un caso cautivador dentro de mi ejercicio profesional: un homicidio agravado perpetrado contra un hombre bueno, mientras dormía en la mecedora del comedor de su casa. Yo representé a sus hijos. Tras casi siete años de arduo proceso, logramos una sentencia de condena para los implicados, que constituyó un precedente jurisprudencial destacado en materia de prueba indiciaria.

Le comenté esto al primo y procedí a llamar a una de las personas a las que había representado, hija del occiso, para preguntarle si sabía algo sobre los anteriores dueños de la pintura. Tremenda fue la sorpresa cuando, entre lágrimas, me confirmó que el cuadro había pertenecido a sus abuelos y que estaba, justo como lo mostraba la fotografía, en una de las paredes de su residencia. Del mismo modo, me confesó que las personas que aparecían en esa foto eran sus únicos tíos.

También yo rompí en llanto. El primo no podía creerlo.  Su asombro fue aún mayor, cuando le confesé – que esos hechos de sangre acaecidos hace casi diez años- ocurrieron a pocos metros del lugar que vio nacer a sus padres y parientes cercanos.

Eran unas coincidencias insospechables. Entonces, el primo, solo atinó a decirme:

— “Espero que algún día escribas este relato… porque es cautivador”.

De mi parte, solo pude reiterarle las gracias por tan emocionante obsequio y prometerle que, más adelante, plasmaría esta conmovedora historia.

Casi dos años después de aquellos hechos, hoy cumplo esa promesa.

José Lorenzo Fermín

Abogado

Licenciado en Derecho egresado de la PUCMM en el año 1986. Profesor de la PUCMM (1988-2000) en la cual impartió por varios años las cátedras de Introducción al Derecho Penal, Derecho Penal General y Derecho Penal Especial. Ministerio Público en el Distrito Judicial de Santiago (1989-2001). Socio fundador de la firma Fermín & Asociados, Abogados & Consultores desde el 1986.-. Miembro de la Comisión de Revisión y Actualización del Código Penal dominicano (1997-2000). Coordinador y facilitador del postgrado de Administración de Justicia Penal que ofrece la PUCMM (2001-2002). Integrante del Consejo de Defensa del Banco Central y de la Superintendencia de Bancos en los procesos de fraudes bancarios de los años 2003-2004, así como del Banco Central en el caso actual del Banco Peravia. Miembro del Consejo Editorial de Gaceta Judicial. Articulista y conferencista ocasional de temas vinculados al derecho penal y materias afines. Aguilucho desde chiquitico. Amante de la vida.

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