El 17 de octubre, Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, Naciones Unidas recuerda que acabar con la pobreza no es solo cuestión de ingresos, sino de dignidad, justicia y pertenencia; el llamado de este año es claro: “Garantizar el respeto y el apoyo adecuado a las familias” (ONU). El texto que sigue ha sido construido a partir de las voces de tantas personas que transitan día a día la pobreza, la lejanía de los centros y los innumerables esfuerzos cotidianos por alcanzar derechos básicos que deberían ser garantizados.

El llamado de Naciones Unidas para 2025 insiste en instituciones que den prioridad a las personas, cambiando la cultura de la desconfianza y el control por una de respeto y colaboración y reconociendo los esfuerzos que ya hacen las familias. Eso no es caridad: es devolver derechos. En esa misma línea, The Hidden Dimensions of Poverty (ATD Cuarto Mundo & Universidad de Oxford, 2019) subraya que la pobreza inflige sufrimientos del cuerpo, de la mente y del corazón: vidas acortadas por condiciones indignas, ansiedad por la incertidumbre diaria y humillación por tener que pedir lo básico.

Los intangibles

Siempre he pensado que lo más terrible de la pobreza son esos espacios que transcurren en el día entre ocupación y ocupación, en donde piensas y te detienes por un momento y pareces ver que la salida —si es que llegará— está muy lejos.

Los días están llenos de cosas intangibles, ajenas a las preguntas de las encuestas. Pequeños, medianos y grandes sacrificios que hacen que un día normal parezca una pequeña preparación para la guerra.  En el sudor cotidiano, está presente desde el despertar el abandono institucional: no sale agua de la llave, “hoy no es lunes”. Toca buscarla en el tanque del patio o en el del baño o donde el vecino, para hacer el café. Hay que cepillarse y tal vez no bañarse temprano, porque no hay forma de saber si alcanzará: ya empezaste tu día y no tienes derecho al agua. A duras penas, sales de la casa al trabajo. Si es día de suerte y todavía alcanza “Supérate” para las tres comidas, sales desayunada.

Si vives fuera de “los centros”, toca “crujía” con el transporte: el motoconcho, la guagua destartalada; si vives en La Cuaba, o en La Guáyiga, o en Villa-linda, o en Pantoja o en San Luis, o en Guerra, o en Capotillo, o en Gualey… si vives en cualquier “periferia”, “Loteka-tetoca” pasar la mil y una para llegar (muchas veces con lodo; otras, con suerte) al trabajo.

No son las 8:00 de la mañana y ya sobre tus hombros está presente la mochila del abandono institucional, del dolor de la asistencia, de los derechos básicos violados.

Tu jornada laboral tampoco será lo “más lindo”, porque, aunque no eres “oficialmente pobre” tu trabajo es mal pagado o con jornadas no justas o sin seguro; trabajas casi de pie en un súper o detrás de un mostrador, con fuegos a tu dignidad desde los dos lados; o sirviendo un café, un trago o unas papas por un salario que tal vez solo alcanza pegándolo con los retazos de la asistencia para 20 días, sorteando las comidas.

La vuelta a casa es tal vez peor: la espera a los pies cansados; los tapones en un asiento compartido con cuatro o cinco más; la llegada en motoconcho; la entrada a la casa; el apagón; la decisión de la cena; los muchachos; el camino empedrado, o enlodado, o empolvado. El cansancio del día, pero de la vida, que te hace mirar el afán de tener los hijos en la escuela o en su esperanza de lograr hacer “un curso”, que eleve su condición laboral, a ver si tal vez en alguna empresa deja de importar que viva en alguna periferia y obtengas un empleo que al menos… eleve un poco la dignidad.

Son las 8:00 de la noche y ya has vivido el olvido del regidor, del diputado, del síndico, del senador, del presidente, del gabinete social, de la distribuidora eléctrica. Te la “bandeas” con la junta de vecino; haces diligencias junto a otros para ver si “echan un chin” de asfalto. Y si las diligencias funcionan y llega la brigada y arregla algún callejón, el barrio lo celebra como si fuera un favor, como un algo “extraordinario”, como un premio a su perseverancia.

A veces ni siquiera sabes que tienes derecho; que mereces un club, una cancha, una clase de música o baile o al menos que confíen que tú puedes tener ideas de cómo superar tu pobreza.

A veces ni siquiera sabes que no eres “pobre oficial”.

A veces solo sientes vergüenza del lodo, llevas tus zapatos en su funda, te silencias; te ríes de ti misma. Transitas tu día a día, oras a ese Dios que sueñas que cambiará algo. Juegas en la banca y esperas… esperas a que la magia del azar algún día llegue y entonces, solo entonces, podrás descansar.

Erradicar la pobreza no es repartir favores: ni endurecer los controles es reconstruir condiciones de justicia para que nadie tenga que “agradecer” por el asfalto ni esperar al azar.

  • Investigadora social y candidata al PhD en Ciencias Sociales

Jenny Torres

Investigadora Social

Activista. Investigadora social en pobreza urbana, vivienda y políticas sociales.

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