Reunido el 9 de octubre con los directivos de las principales agencias de noticias mundiales, el Papa León XIV condenó la manipulación de la información prevaleciente en el día de hoy, señalando que “no estamos destinados a vivir en un mundo donde la verdad ya no sea distinguible de la ficción”, que “el mundo necesita una información libre, rigurosa, objetiva”, y recordando la célebre advertencia de Hannah Arendt: “El súbdito ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino la persona para la que ya no hay diferencia entre realidad y ficción, entre lo verdadero y lo falso”.
Posteriormente, el 12 de octubre, el presidente Donald Trump publicó en Truth Social que el “FBI de Biden” colocó a 274 agentes en la multitud del 6 de enero para actuar como agitadores e insurrectos. En la misma publicación, se refirió al evento como una “estafa” y demandó excusas para “mucha gente buena”. Las acusaciones de Trump son cuestionadas por el hecho de que Joe Biden no asumió la presidencia hasta el 20 de enero de 2021, es decir, dos semanas después del ataque al Capitolio. En la fecha de los disturbios, el presidente era Trump.
La anterior es la última de una serie de mentiras deliberadas y que apenas resisten un análisis a las que ya nos tiene acostumbrados el presidente estadounidense en todas las materias, trátese de conflictos internacionales, economía, salud y medio ambiente, y que Trump proclama sin pudor alguno y en la cara, incluso, de todos los mandatarios del mundo entero, como ocurrió en su más reciente estrambótica intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Lo que [ya no tanto] sorprende de Trump es la facilidad no solo con la que dispara consistentemente sus manifiestamente burdas mentiras, sino la pasividad con la que el público reacciona ante las mismas y, lo que es peor, los millones de personas que cínicamente las aplauden, comparten y difunden.
La verdad pierde terreno frente a la emoción y la propaganda
No es tanto, como afirmaba Arendt, que no sabemos distinguir entre lo verdadero y lo falso. Es que sencillamente nos resignamos a estas manifiestas mentiras. Como decía Alexandr Solzhenitsyn, “sabemos que nos mienten. Ellos saben que mienten. Ellos saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten. Y, sin embargo, siguen mintiendo”.
Lo que rige entonces es lo que Steve Tesich denominó en 1992 “un gobierno de mentiras”, acuñando el hoy popular neologismo “posverdad”. El lema global sería el de que “fundamentalmente, nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en una especie de mundo de la posverdad”.
En La mente cautiva, Czesław Miłosz explora la actitud de los intelectuales bajo regímenes totalitarios, sumidos en un pensamiento acrítico y sumiso al poder gracias a la supresión estatal del pensamiento independiente. Aquellas mentes cautivas del monstruo totalitario anticipan nuestro mundo de posverdad en el que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a nuestras emociones y creencias personales. Sin embargo, contrario a las sociedades totalitarias del pasado, lo que reina hoy es la psicopolítica (Byung-Chul Han), una política de las emociones que, en lugar de un Estado opresor y dominante, da paso a un poder seductor e inteligente que logra que las personas complacientemente se sometan a la total dominación.
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