En los próximos días iniciará el nuevo curso escolar en la República Dominicana y, como cada año, se sienten las demandas de gremialistas y padres por la falta de aulas adecuadas para alojar a los niños mayores de tres años, aun cuando nuestra Constitución establece que toda persona tiene derecho a una educación integral y de calidad a lo largo de su vida.
A pesar de los importantes logros de la ciencia y la técnica, todavía el cerebro humano es un órgano insuficientemente estudiado. Faltan muchas zonas y funciones por conocerse. Ya se han identificado los beneficios de la educación en los primeros años de vida: mejora el aprendizaje, el rendimiento, la creatividad, la atención y la autorregulación emocional; aumenta la probabilidad de realizar estudios técnicos y universitarios, y se asocia con la reducción de las desigualdades socioeconómicas.
Estudios con imágenes de resonancia magnética han comprobado que la estimulación temprana influye en la estructura cerebral, generando mayores volúmenes cerebrales en la adultez a largo plazo. Estudios confiables han determinado que el 85 % de las interconexiones neuronales, o la llamada sustancia gris que forma la corteza cerebral, se desarrollan durante los primeros cinco años de vida. Se ha comprobado la llamada “plasticidad cerebral”, es decir, la capacidad del cerebro para aprender, adaptarse, reorganizarse, razonar y controlar las emociones en respuesta a la experiencia. También se ha confirmado la existencia de las llamadas “neuronas espejo”, descubiertas en los años 90, en experimentos en el cerebro de los monos, que explican el aprendizaje de una persona por realizar una acción o cuando observa a otra realizarla (por lo que recibe consecuencias positivas o negativas o el refuerzo vicario), y se asocian con la imitación, la empatía, la comprensión de intenciones y el aprendizaje por observación.
Por otro lado, las redes sociales y la inteligencia artificial han convertido la mente humana en su campo de batalla, ampliando las posibilidades de engañar y mentir. Las personas deben desarrollar un interés por la verdad y la ciencia, lo cual se cultiva principalmente en la escuela, y no rendir culto a la mentira, al poder y la riqueza. La escuela debe ser el espacio donde se indague acerca de la verdad a partir del conocimiento científico, puesto que los hechos bien documentados y estudiados, tanto del pasado como del presente, tienen más valores que los relatos sin fundamento y que las apariencias.
Por eso han trascendido e influido hasta nuestros días los europeos Ignacio de Loyola, cuyo aniversario 469 se celebró el pasado 31 de julio, Día de San Ignacio, y Juan Bautista de La Salle, ambos proclamados santos, así como las maestras dominicanas Salomé Ureña de Henríquez y Ercilia Pepín. Todos se destacaron por impulsar la educación y la formación científica como medios para ayudar a las personas y a las almas.
Recordemos que durante la dictadura de Trujillo y hasta la década de 1980, cerca del 90 % de la población dominicana residía en el campo, donde solo existían escuelas públicas que admitían a los niños a partir de los siete años. Esto provocó en estas generaciones una enorme carencia de estimulación cerebral temprana, lo que se asocia al bajo nivel cultural y educativo de buena parte de la población actual. Se ha establecido que las adversidades sufridas durante la infancia pueden dejar cicatrices en las personas y en la cultura por generaciones, las cuales, afortunadamente, pueden revertirse. Esta es una consecuencia negativa de la opresión cultural que ejerció aquel régimen y otros gobiernos autoritarios que le sucedieron. Los cuales invirtieron poco en la educación.
En resumen, la educación temprana no es un lujo: es la inversión más poderosa para romper el ciclo de desigualdad socioeconómica. Es tiempo de aplicar políticas educativas orientadas a compensar estas carencias y a defender los valores democráticos. La consigna debe ser: Todos los niños, a las clases que ya es hora.
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