La semana pasada indiqué que el papa Francisco centró su magisterio en gran medida en la importancia de generar un diálogo abierto y plural con el objetivo de fomentar un nuevo estilo de vida que sea compatible con la dignidad de las personas y el ambiente donde desarrollan su personalidad. El Sumo Pontífice defendió la inalienable dignidad de cada persona, más allá de su origen, color, religión o ideología, apostando por un «amor fraterno» que nos permita, al margen de nuestras diferencias, trabajar juntos para la construcción de un destino común. Es necesario, a juicio de su santidad, fomentar como sociedad un desarrollo humano, integral y sostenible que garantice una mejora integral en la calidad de vida de las personas.

Durante su pontificado, el papa Francisco realizó innumerables homilías, actos normativos, exhortaciones, motu proprio, consistorios, mensajes urbi et orbi, discursos, entre otros documentos. La mayoría de sus enseñanzas se viralizaron en las redes sociales como consecuencia de su estilo cercano, sus palabas directas y su capacidad para conectar con las personas. En ejercicio de su magisterio pontificio, el papa Francisco emitió cuatro encíclicas. Dos de estas cartas fueron dirigidas a todas «las personas de buena voluntad». En efecto, si bien el papa Francisco escribió estas encíclicas desde sus convicciones cristianas, las mismas se encuentran abiertas al diálogo con todas las personas, creyentes o no creyentes.

En este artículo pretendo resaltar algunas de las ideas esbozadas por el papa Francisco en las encíclicas sociales Laudato Si’ y Fratelli Tutti. En estas cartas, frente a su preocupación por la degradación ambiental y humana, el Sumo Pontífice resaltó la importancia de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de las personas y de cuidar juntos el ambiente.

En Laudato Si’ el papa Francisco propuso un diálogo constructivo sobre el medio ambiente. Para su santidad, es necesario fomentar una ecología integral que incorpore claramente las disposiciones humanas y sociales. Esto en el entendido de que «no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental». De ahí que, de cara a los problemas que impiden un desarrollo humano, integral y sostenible, los cuales se encuentran directamente ligados a la cultura del descarte, esto es, a la incapacidad de poder absorber y reutilizar las cosas,  se debe apostar por una respuesta integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad y, simultáneamente, para cuidar de la naturaleza.

El papa Francisco nos recordó en esta encíclica que el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y, por tanto, responsabilidad de todos. En ese sentido, es necesario que exista una reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. La persona, tomando de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, debe también de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones fututas.

Para esto, nos explica el papa Francisco, se debe evitar hábitos dañinos de consumo y explotaciones desmedidas de los recursos naturales. El Sumo Pontífice nos recuerda que «menos es más» y que la sobriedad que se vive con libertad y conciencia, sin obsesionarse por el consumo, es liberadora. En su propias palabras: «En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple». Se puede, insiste su santidad, necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se «es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y en el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades, quedando así disponibles para la múltiples posibilidades que ofrece la vida».

En síntesis, dado que el cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, siendo uno de los principales desafíos actuales para la humanidad, pues la degradación ambiental implica necesariamente una degradación social que afecta especialmente a los excluidos, es necesario impregnar en toda la sociedad una cultura de cuidado y de amor recíproco por la naturaleza.

El papa Francisco nos instigó en la encíclica Laudato Si’ a construir un proyecto común y a colaborar juntos para el cuidado de la tierra, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades. «Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una familia común» y, por tanto, debemos orientar nuestras actuaciones al servicio de un tipo de progreso «más sano, más humano, más social, más integral».

En Fratelli Tutti el papa Francisco nos invitó a desear y buscar el bien de los demás y de toda la humanidad. La única forma de poder conformar ese proyecto común que asegure tierra, techo y trabajo para todos es reconociendo la dignidad de cada ser humano y buscando una  «amistad social» que integre a todos, sin distinción por razones políticas, sociales, ideológicas o religiosas. Para el Sumo Pontífice, «cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo y, al mismo tiempo, no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona». Por tanto, es necesario ver al «otro» como un miembro indispensable de ese «nosotros» que debe trabajar de forma fraternal para la construcción de una vida plena.

El papa Francisco dejó claro en esta encíclica que «las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos». Por tanto, como comunidad, «estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral». Esto nos obliga necesariamente a integrar a través del diálogo social al «otro», respetando sus puntos de vista o sus convicciones divergentes, con el objetivo de poder alcanzar objetivos comunes.

Bajo este contexto, la política debe estar puesta al servicio del bien común. Dicho de otra forma, la política, en lugar de ser una receta de mercadeo que encuentra en la destrucción del «otro» el recurso más eficaz para maximizar intereses particulares, debe fomentar el diálogo constructivo para la consumación de proyectos sociales que garanticen el desarrollo de todos y el bien común. La grandeza política, nos recuerda el papa Francisco, «se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo». Los políticos, en pocas palabras, deben asumir un proyecto de nación.

En las encíclicas Laudato Si’ y Fratelli Tutti, más que impartir enseñanzas teológicas, el papa Francisco nos llama a reflexionar en un mundo sustentado en el respeto y el amor al «otro». Nos hace poner la mirada en el servicio que, a juicio de su santidad,  asume formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. Todos tenemos responsabilidad sobre el «otro», por lo que estamos obligados a cuidar «la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano».

Ojalá estas cartas encíclicas no se queden en meras exhortaciones y las enseñanzas del papa Francisco nos ayuden a todos, creyentes o no creyentes, a centrar la dignidad humana y construir juntos, reconociendo las diferencias de procedencia, nacionalidad, color, religión o ideología, una sociedad humana y fraterna. Un destino común que, frente al deterioro social y ambiental, ponga sus esfuerzos en asegurar la protección de los derechos básicos de las personas y del ambiente donde desarrollan su personalidad.

Roberto Medina Reyes

Abogado

Licenciado en Derecho, cum laude, de Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Magíster en Derecho Constitucional del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Magíster en Derecho Administrativo y en Derecho de la Regulación Económica de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Especialista en Derechos Humanos de la Universidad de Castilla-La Mancha.

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