Con el paso de los años, todo lo vamos viendo de un modo cada vez más claro. Observar a un grupo de hombres de mediana edad —unos sesenta años de promedio— jugando una partida de dominó a través de los ojos de un niño de ocho años es un deleite muy especial; más si entre ellos estaba tu papá, el cual se reservaba el derecho de hacer un paréntesis cada noche y sacar una moneda de diez centavos para que tú fueras corriendo a comprar una barquilla de leche que vendía una guagua cerrada al pasar frente a la casa. El gozo no podía ser entonces más inigualable.

Mi papá fue siempre un gran jugador de dominó. Tenía una capacidad única para calcular las fichas de su contrario. Él asumía el juego casi como una competición olímpica. Si tú eras su frente, debías comportarte y estar a su altura, y si lo tenías en contra, jamás cedía ni un milímetro en su afán por pasarte el rodillo por encima.

En esa época en la que compartía diariamente un buen rato con sus colegas, todos se reunían, avanzado ya el atardecer, en un solar paralelo a nuestra casa. Aquello llegó a constituir casi una logia en la que cada uno reconocía el enorme valor que poseía su pareja de juego. Aún recuerdo, sobre todo, al compañero de mi papá. Billillo, de origen cocolo, era un señor muy simpático y cariñoso conmigo. Tengo la impresión, aunque no lo puedo asegurar del todo, de que ambos lograban ser los mejores de cada velada, pero puede ser que mis recuerdos estén equivocados. Mientras jugaban, escuchaban música, preferiblemente cubana, y se tomaban unos cuantos tragos de ron. Mi papá prefería el ron Palo Viejo, que compraba cada noche, y luego escondía entre unos arbustos el alcohol sobrante, yo supongo que para que mi madre no le peleara por dicho consumo.

La verdad es que, mirando en retrospectiva, aquella fue una época dorada para el grupo. Todos ellos eran y se sentían hombres llenos de vitalidad en todo el sentido de la palabra. Después, con los años, fueron desapareciendo uno a uno cuantos habían sido sus amigos, y mi padre se quedó peleando tercamente con la vida hasta cumplir los cien años.

Algo antes de perder sus facultades, formó un pequeño club de contrincantes de dominó encabezado por mi hermano mayor Alfredo y mi cuñado Carlos. Su mayor placer, en aquellos días, era derrotarlos a ambos. Una característica de mi papá que mantuvo a lo largo de su vida, modelada esencialmente por mi hermano César, fue la perseverancia y una fuerte obstinación a la hora de perseguir los objetivos que se marcaba. Y por eso acostumbraba a sacar, debajo de la escalera que daba al segundo nivel de la vivienda, una mesa de dominó; traía una caja con las fichas y los tres echaban sus partidas en la terraza de la casa, con la pretensión siempre de resultar victorioso.

No sé bien qué tipo de recursos neuronales poseía aún intactos, a pesar de su edad, para lograr ganar a mi hermano y a Carlos sin perder nunca su enorme fuerza y entusiasmo. Ni un solo día, a lo largo de todo aquel período, dejó de llevar un registro semanal de victorias y derrotas. Recuerdo que estas últimas serían pocas frente a sus adversarios.

Una vez que cayó en cama, fue atendido con mucho amor por mi madre y mis hermanas.  Yo subía en repetidas ocasiones a su habitación y, después de varias chanzas entre ambos, le decía

—Salvador, allá en el cielo Billillo te estará esperando junto a tus viejos amigos para echar una partida de dominó.

Él se echaba a reír de buena gana y me respondía ya cumplidos los cien años.

—Pues dile que me esperen porque yo, a estas alturas, he perdido el interés por el juego y a mí no me quedaba otra opción al escucharle que morirme de la risa.

Y hoy, que estoy seguro de que la amistad profunda y verdadera no la separa el espacio ni el tiempo, creo que Billillo y mi papá deben estar, en algún rincón del cielo, agradecidos de poder jugar la última partida de dominó entre las nubes.

David Pérez Núñez

Escritor

Poeta, narrador y ensayista. El autor está situado desde siempre al margen de movimientos literarios. De difícil ubicación nunca formó parte de ningún taller de literatura y poesía, no se unió a grupos ni a corriente alguna. Independiente, escritor desde la periferia, se le puede describir como un punto tangencial en el universo de las letras de su país.

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