Después de mirar la UASD de ayer y de hoy, la pregunta inevitable es hacia dónde queremos conducirla. ¿Qué universidad necesita la República Dominicana del siglo XXI? La Universidad Autónoma de Santo Domingo ha sido testigo y protagonista de nuestra historia social, científica y cultural. La actualidad exige más que memoria: reclama visión, compromiso y capacidad de transformación.

La UASD que podría ser no es una universidad nueva, sino una universidad renovada. Una institución que se reconozca heredera de su historia libertaria y popular, que se atreva a mirar al futuro con sentido crítico y creatividad. El país no necesita más universidades, necesita una universidad mejor, que lidere la educación pública con excelencia académica, transparencia y vocación humanista. Un buen primer paso para esa renovación sería someter finalmente al Claustro Mayor la propuesta de reforma estatutaria entregada al Consejo Universitario por la Comisión de Reforma y Transformación Universitaria,  hace casi un año.

Ser la “universidad del pueblo”, es un principio fundacional. La UASD nació y creció con una vocación democratizadora que ha permitido que generaciones de familias sin tradición universitaria accedan a la educación superior, transformando sus vidas y sus comunidades.  Sin embargo, la aceptación abierta implica atender una población estudiantil muy heterogénea, con grandes diferencias en formación previa, hábitos de estudio, nivel de lectura o madurez académica. La masificación sin acompañamiento degrada los procesos formativos: cuando una sección excede lo manejable, el docente pasa de ser formador a mero transmisor de información y el estudiante deja de ser sujeto crítico para convertirse en oyente pasivo.

No es la aceptación abierta lo que afecta la calidad, sino la ausencia de políticas de nivelación, tutorías y exigencia real. Varias universidades públicas de la región han respondido a este desafío con programas propedéuticos obligatorios, que preparan el ingreso a los estudios profesionales; evaluaciones diagnósticas iniciales, no para seleccionar, sino para diseñar apoyos personalizados; estableciendo modelos de acompañamiento por pares, donde estudiantes avanzados funcionan como tutores de los de nuevo ingreso; formación continua del profesorado, especialmente en didacticas activas, inclusión y tecnologías educativas; orientación profesional y servicios de apoyo psicológico. Resulta lamentable recordar el cierre sin trasparencia del Centro Apoyo Psicológico para Estudiantes, CAPE, donde profesores de Psicología Clínica ofrecían servicio gratuito y necesario. Ese espacio fue desalojado para entregar el local al Punto de Encuentro Estudiantil.

La apertura no significa conformarse con la mediocridad. La verdadera inclusión exige excelencia con apoyo: permitir que todas las personas entren, pero también que aprendan, crezcan y egresen con competencias reales. La calidad del estudiante no se define solo al ingreso; hay una corresponsabilidad institucional. Lo que la universidad hace con el estudiante desde el primer día determina buena parte de los resultados. La inclusión es un principio ético y político: no basta admitir, hay que acompañar. La calidad educativa se mide en resultados, no solo en matrículas. La UASD, con toda su historia, su carga simbólica y su enorme diversidad humana, representa justamente ese desafío contemporáneo: educar para la justicia y educar con rigor.

El conocimiento es la mayor riqueza de un país, y la UASD debe ser su principal productora. La UASD que podría ser es aquella donde investigar no sea un privilegio de unos pocos laboratorios, sino una práctica cotidiana y transversal. Pero la investigación es inviable si un profesor carga con 40 créditos semanales de docencia. Fortalecer los programas doctorales, destinar fondos permanentes para la investigación, crear redes interdisciplinarias, y crear vínculos entre ciencia, arte y sociedad, son pilares esenciales para generar conocimientos valiosos que orienten políticas públicas e inspiren innovaciones. Investigar debe ser un acto de amor al país, no solo un requisito académico.

La docencia es la actividad central de la UASD. Enseñar hoy exige más que impartir clases, requiere acompañar procesos de pensamiento, formar criterio y despertar sensibilidad social. Esto es formar los profesionales que el país necesita y ciudadanos, es nuestra misión institucional. El proceso de rediseño curricular está culminando y confiamos en que el próximo año se ofrezcan los nuevos planes de estudio en todas las carreras, incorporando metodologías activas, tecnologías educativas, y un diálogo interdisciplinario más robusto. Las aulas deben convertirse en espacios de descubrimiento, donde los estudiantes aprendan a pensar críticamente, comunicarse con empatía y actuar con ética. El desafío no es enseñar más, sino enseñar mejor.

El siglo XXI exige una universidad que dialogue con el mundo, sin perder su raíz. Fortalecer la internacionalización de sus programas, fomentar el intercambio académico, impulsar las publicaciones conjuntas y la movilidad estudiantil son tareas impostergables. A la vez de cuidar la soberanía cultural y el conocimiento local. Ser global no significa renunciar a lo nuestro, sino compartirlo con orgullo. La UASD que podría ser es una universidad abierta al mundo, pero fiel a su identidad, capaz de unir ciencia universal con sabiduría dominicana.

Toda modernización debe ir acompañada de una profunda renovación ética. Necesitamos estructuras más transparentes, procesos administrativos más ágiles, y una gestión centrada en el mérito, el servicio y la rendición de cuentas. Debemos abrazar la tecnología sin deshumanizar la enseñanza; profesionalizar la gestión sin perder el espíritu solidario;  y mantener viva la crítica sin caer en el conflicto estéril. El futuro no depende solo de los edificios o los recursos, sino de la calidad moral y profesional de quienes la habitan.

La UASD que podría ser no es un sueño imposible, sino una promesa postergada. La UASD que formó a generaciones de maestros, artistas, médicos, ingenieros, juristas y pensadores, tiene la oportunidad de reinventarse sin traicionar su esencia. Si logra unir calidad y equidad, ciencia y conciencia, modernidad y compromiso social, seguirá siendo el corazón pensante de la República y la conciencia ética de nuestra nación.

La UASD no puede esperar más. Las reformas están ahí, el talento está ahí, la necesidad está ahí. Lo único pendiente es la voluntad de asumir la grandeza que nos corresponde. El país merece una universidad pública a la altura de su pueblo y juntos podemos hacerlo.

Angela Caba

psicóloga clínica

Ángela Caba. Psicóloga y artista visual. Docente de la UASD y CEO de Pigmalion, EIRL

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