La temporada navideña se presenta cada año como un tiempo singular que invita a una pausa consciente en medio del ritmo acelerado de la vida cotidiana. No se trata únicamente de una celebración circunscrita a fechas específicas, sino de un periodo cargado de significados espirituales y humanos que convocan a la reflexión, a la paz interior, al recogimiento y a la renovación sincera de los afectos. La Navidad despierta en las personas una sensibilidad particular, recordándoles la primacía de lo esencial sobre lo superficial y de lo humano sobre lo meramente material.

Entre los rasgos más distintivos de esta temporada se encuentra la alegría, entendida no como euforia pasajera, sino como una alegría serena que nace del encuentro y del compartir. Las luces, los hogares adornados y la música característica crean un ambiente propicio para la esperanza; sin embargo, dicha alegría se sostiene, sobre todo, en el sentimiento profundo de gratitud por la vida, por la familia y por los vínculos que acompañan al ser humano incluso en los momentos de mayor dificultad.

La Navidad también realza el valor del abrazo, gesto sencillo que encierra una profunda dimensión simbólica y emocional. Abrazar en este tiempo implica reconciliarse, perdonar, acortar distancias y reafirmar el afecto. En un abrazo navideño se manifiestan la solidaridad, el consuelo y el amor que, en muchas ocasiones, trascienden las palabras. Es una manera de reconocer al otro como parte esencial de nuestra historia personal y colectiva.

Exhortamos a vivir la Navidad con conciencia y comedimiento, a fortalecer los vínculos familiares y sociales, a practicar el abrazo sincero y el compartir desinteresado

El compartir en familia ocupa un lugar central durante la temporada navideña. Las reuniones familiares se convierten en espacios de diálogo, memoria y afecto, donde se evocan tradiciones, se honra el recuerdo de quienes ya no están y se fortalece el sentido de pertenencia. Alrededor de la mesa, más allá de los alimentos, se transmiten valores, enseñanzas y experiencias que consolidan la unidad familiar y refuerzan los lazos entre generaciones.

De igual modo, la Navidad se extiende al encuentro con amigos y compañeros. Es un tiempo oportuno para estrechar relaciones, expresar gratitud y reconocer el esfuerzo compartido. En los ámbitos social y laboral, estos días fomentan la cordialidad, el respeto mutuo y la convivencia armónica, recordándonos que la vida en comunidad se dignifica cuando prevalecen la empatía, la cooperación y el reconocimiento del otro.

Otro rasgo esencial de la temporada navideña es el espíritu solidario que la acompaña. Muchas personas sienten un llamado genuino a ayudar, a compartir con quienes más lo necesitan y a practicar la generosidad de manera consciente. La Navidad sensibiliza frente a las realidades ajenas y exhorta a actuar con compasión, comprendiendo que el bienestar individual está estrechamente vinculado al bienestar colectivo.

Que esta temporada navideña sea, pues, una oportunidad para detenernos, mirar al prójimo con mayor humanidad y renovar nuestro compromiso con los valores que dignifican la vida. Que no se limite a unos días de celebración, sino que inspire actitudes permanentes de respeto, solidaridad, amor y empatía. Exhortamos a vivir la Navidad con conciencia y comedimiento, a fortalecer los vínculos familiares y sociales, a practicar el abrazo sincero y el compartir desinteresado, de modo que su luz se prolongue más allá de las fiestas y acompañe, con sentido y esperanza, cada paso del nuevo año.

¡Feliz Navidad!

Víctor Ángel Cuello

Docente UASD

Publicista, docente universitario y dirigente social. · Docente de la Escuela de Crítica e Historia del Arte de la Facultad de Artes, UASD. · Asistente técnico de la Vicerrectoría de Extensión, UASD. · Miembro activo de organizaciones de servicio social y comunitario.

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