No sonríe en ninguno de sus retratos. En todos se ve como imagen viva del dolor sin solución. Vivió para reclamar –a veces iracundo– una grande dignidad no mutilada: libertad consecuente y para todos, justicia material sin promesas incumplibles, soberanía para marcar el rumbo del futuro. Representó en él las ideas más nuevas de su tiempo y, al cabo murió cargando la diatriba de los dueños centenarios de esta Patria Parcela Altamente Rentable. Se le recuerda hoy, reproducido a cientos de veces su rostro de tristeza. Se busca -y ojalá que algún día aparezca— aquella, su sonrisa, que hoy desconocemos.
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.