No sonríe en ninguno de sus retra­tos. En to­dos se ve como ima­gen viva del dolor sin so­lución. Vivió para reclamar –a veces iracun­do– una grande dignidad no mutilada: libertad conse­cuente y para todos, justicia material sin promesas in­cumplibles, soberanía para marcar el rumbo del futuro. Representó en él las ideas más nuevas de su tiempo y, al cabo murió cargando la diatriba de los dueños cente­narios de esta Patria Parcela Altamente Rentable. Se le recuerda hoy, reproducido a cientos de veces su rostro de tristeza. Se busca -y ojalá que algún día aparezca— aquella, su sonrisa, que hoy desconoce­mos.

Ramón Colombo

Periodista

Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.

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