Es innegable la estrecha relación entre médicos y farmacéuticos en la Segunda República. Por eso presentamos este reporte elaborado utilizando mis escritos y fuentes, pero desarrollado por inteligencia artificial. El estado de la farmacia en la Segunda República Dominicana (1865-1900): Entre la turbulencia política y la modernización farmacéutica.
El período comprendido entre 1865 y 1900, conocido como la Segunda República, marca una era de profunda transformación y, al mismo tiempo, de considerable inestabilidad para la naciente nación dominicana. Esta turbulencia política se entrelazó con una situación de salud pública extremadamente precaria. Un ejemplo notable de la interconexión entre la crisis política y la sanitaria fue la epidemia de cólera que azotó Santo Domingo en 1868. La enfermedad se propagó en una población ya diezmada y sitiada por las tropas de Buenaventura Báez, lo que agravó la crisis humanitaria. La ciudad se encontraba militarmente aislada, un factor que, de manera inesperada, limitó la propagación del brote al resto del territorio nacional. La omnipresencia de estas enfermedades y la alta mortalidad generaron una demanda constante y desesperada de tratamientos. Esta demanda actuó como un motor económico para el sector farmacéutico, fomentando el desarrollo y la importación de cualquier producto que prometiera alivio, a menudo sin importar su origen o eficacia real.
La práctica farmacéutica durante la Segunda República era un oficio en transición. El profesional de la época, conocido como boticario, desempeñaba un rol dual: era tanto un artesano que preparaba medicamentos como un comerciante que los vendía. Las boticas, precursoras de las farmacias modernas, no eran meros puntos de venta, sino laboratorios donde se elaboraban las "fórmulas magistrales" de manera individualizada a partir de un petitorio de sustancias. Este proceso incluía la utilización de alambiques, morteros y prensas, lo que subraya la naturaleza manual y preindustrial de la profesión. Las preparaciones se basaban en una variedad de ingredientes, incluyendo plantas, minerales, y otros compuestos, lo que mezclaba el conocimiento empírico con la incipiente química de la época. A pesar del rudimentario marco institucional, la profesión de farmacéutico gozaba de un prestigio considerable, en parte debido a la notoria escasez de médicos en el territorio nacional después de la proclamación de la República en 1844. En este contexto, el farmacéutico a menudo cumplía un rol más amplio en la comunidad, similar al de un médico, proveyendo no solo medicamentos sino también asesoramiento sanitario. Esta posición de influencia se ejemplifica en la figura de Francisco Ulises Espaillat, un farmacéutico de profesión que fue un destacado luchador en la Guerra de la Restauración y que llegó a la presidencia de la República Dominicana en 1876. Su carrera demuestra que el conocimiento en salud era una forma de capital social y político en la época. La presencia de profesionales extranjeros en la década de 1860, indica que la importación de conocimiento y práctica profesional era tan importante como la de los medicamentos.
El farmacéutico actuaba como un eslabón vital entre el conocimiento médico y la atención al paciente, a menudo sirviendo como el primer y único punto de contacto con el sistema de salud para la mayoría de la población.
El marco regulatorio de la farmacia en la República Dominicana durante este período es un tema que revela la fragilidad institucional del Estado. Si bien se afirma que "no existía regulación para ejercer la medicina y farmacia" , esta afirmación debe matizarse con la existencia de intentos de control previos al inicio de la Segunda República. Durante el período de anexión a España (1861-1865), la Reina Isabel II creó la Junta Superior de Medicina, Cirugía y Farmacia de Santo Domingo. Presidida por Carlos Jacobi, esta institución y el Reglamento de Medicina y Cirugía promulgado por Pedro Santana estaban basados en normativas ya vigentes en Cuba y Puerto Rico.
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