“El bien puede ser radical; el mal nunca puede ser radical, solo puede ser extremo, porque no posee ni profundidad ni ninguna dimensión demoníaca todavía—y este es su horror—puede extenderse como un hongo sobre la superficie de la tierra y arruinar el mundo entero. El mal proviene de una incapacidad para pensar.” (Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén)
En los tiempos que corren, gobernados por la voluntad de poder y la perfidia de la injusticia, una voz se alza para recordarnos de qué se trata vivir de verdad: me refiero a la filósofa e historiadora Hannah Arendt (1906-1975), quien, con su perspicaz análisis ético de nuestra contemporaneidad, diagnosticó excelentemente el problema de raíz de nuestro tiempo.
Considerada hoy en día como una de las teóricas políticas más influyentes de todos los tiempos, esta gran pensadora reflexionó sobre un sinfín de temas acuciantes: la naturaleza del mal, del poder, de la fama, de la riqueza y, sobre todo, del totalitarismo. Nacida en el seno de una familia judía en la Baja Sajonia alemana, Arendt perdió a su padre a la edad de los siete años. Hija de una ferviente socialdemócrata, la joven filósofa se graduó de la educación secundaria en Berlín y procedió a estudiar bajo el infame Martin Heidegger en la Universidad de Marburgo, con quien entabló una relación amorosa.
Arendt obtuvo su doctorado en filosofía en la Universidad de Heidelberg en el año 1929, con una tesis sobre el amor en el pensamiento de San Agustín, asesorada por el existencialista Karl Jaspers. En 1933, fue encarcelada brevemente por la Gestapo hitleriana por sus investigaciones prohibidas acerca del antisemitismo. Luego huyó a París y ayudó a las juventudes judías a establecerse en Palestina, tierra que se hallaba en ese momento dominada por el imperio británico.
El mal se extiende cuando la obediencia sustituye al pensamiento crítico.
Al ser ocupada Francia por los nazis, Arendt fue detenida nuevamente y escapó hacia Estados Unidos en 1941. Allí publicaría sus obras más monumentales, como Los orígenes del totalitarismo (1951) y La condición humana (1958). En 1963 produjo Eichmann en Jerusalén, el resultado de su participación como periodista en el juicio del criminal de guerra nazi, Adolf Eichmann. Inicialmente simpatizante del sionismo, Arendt —junto a otros intelectuales judíos como Albert Einstein (1879-1955)— pasaría a criticar fuertemente el extremismo sionista que actualmente ocupa el poder en el Estado de Israel.
En Eichmann en Jerusalén, la pensadora alemana reflexiona sobre la naturaleza del mal, acuñando la famosa expresión, la banalidad del mal. Con esto se refería al hecho de que los peores crímenes de la humanidad se cometen, no siempre por pura malicia o mala voluntad, sino meramente por la mezquina obediencia a la autoridad que siempre es responsable de la anulación del pensamiento crítico en las y los individuos. Atormentada toda su vida por los horrores del nazismo, de la guerra y de la discriminación y la persecución del pueblo judío, Arendt consagró su existencia sobre esta Tierra al pensamiento crítico aplicado a los fenómenos más terribles de su tiempo.
Los sistemas totalitarios aíslan a las personas para debilitar su capacidad de juicio ético.
La conclusión a la cual arribó tras largos años de reflexión fue que los sistemas de poder totalitario buscan mantener a las y los individuos aislados, víctimas de una profunda soledad que les hace creer que están solos y solas en sus opiniones, pensamientos y valores éticos y políticos. Además, Arendt se preguntó siempre si el mal podía o no trascender los límites de lo banal para tornarse en radical.
Ahora que países como los Estados Unidos sucumben a sistemas proto-totalitarios, influenciando también los acontecimientos desarrollados en nuestra patria, el pensamiento arendtiano resulta más urgente que nunca. Pues, a medida que la persecución de minorías sexuales, de género y raciales incrementa con cada día que pasa, vemos sujetos apiñarse “voluntariamente” en camiones de la Dirección General de Migración, con el beneplácito de grandes segmentos de la población dominicana. Imágenes que recuerdan a las y los judíos siendo amontonados durante el holocausto perpetrado por los nazis, o el pueblo palestino actualmente siendo exterminado por Benjamín Netanyahu (n. 1949) y sus secuaces genocidas y terroristas.
La única manera de superar este momento sombrío de nuestra historia colectiva será recordando siempre la reflexión final contenida en Eichmann en Jerusalén de la filósofa Arendt: solo el bien puede ser radical, pues el mal es siempre meramente banal. Como seres humanos venidos a este mundo tan falto de respuestas claras y sin pautas que nos guíen, nos compete tener en cuenta en todo momento que, cuando somos interpeladas e interpelados por la banalidad del mal y no hacemos nada al respecto, somos nosotras y nosotros quienes estamos viviendo en la mentira.
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