Cuando uno echa la mirada hacia el siglo 19 y ve a todos esos señores de grandes bigotes y barba bien cuidada, reloj de leontina en el chaleco, sombrero de copa, botas con polainas blancas y un eterno discurso republicano para salvar a una patria que, según parece, siempre ha estado en peligrosos trances (como una mujer golpeada y disputada por sus peores amantes), se resiste a aceptar que hoy, cuando ya pasaron de moda bigotes, barbas y polainas, la patria sigue teniendo el mismo tipo de amantes y resulta cada vez más difícil salvarla, porque han hecho que descienda a hacer esquina precisamente a la Duarte, mostrando sus mejores dotes carnales.
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.