La parábola del mayordomo astuto, narrada en el Evangelio de Lucas (16:1-13), constituye una de las páginas más enigmáticas y sugerentes del Nuevo Testamento. Bajo la apariencia de un relato estrictamente religioso, encierra una poderosa reflexión sobre el ejercicio del poder, la rendición de cuentas y la capacidad de anticiparse al futuro cuando el ciclo de autoridad se aproxima a su fin. Leída desde la coyuntura dominicana actual, esta parábola ofrece una auténtica hoja de ruta para el presidente Luis Abinader ante la alta probabilidad de que su sucesor en el poder sea el expresidente Leonel Fernández.

En el relato bíblico, el mayordomo es advertido de que será destituido por haber administrado de manera inadecuada los bienes de su señor. Ante esa inminente pérdida de poder, lejos de paralizarse o negar la realidad, actúa con frialdad estratégica: renegocia deudas, se asegura aliados y prepara las condiciones mínimas para su supervivencia cuando ya no ocupe el cargo. El amo no elogia su conducta moral, sino su inteligencia práctica. En clave política, la parábola enseña que cuando el poder entra en fase descendente, el gobernante responsable debe pensar en el “día después” y actuar con previsión, no con soberbia ni con una negación voluntarista de los hechos.

En el caso dominicano, Luis Abinader detenta hoy la jefatura del Estado, pero no controla por completo las lógicas profundas del sistema político ni el agotamiento de su propio ciclo de gobierno. Las señales acumuladas de desgaste, los conflictos internos, las tensiones dentro de la coalición oficial, los escándalos que han erosionado la confianza ciudadana y la fatiga social frente a determinadas políticas apuntan hacia un escenario en el que la alternancia bien podría materializarse a favor de Leonel Fernández. La pregunta estratégica ya no es si el presidente simpatiza o no con ese desenlace, sino cómo administrará su tramo final de poder para asegurar gobernabilidad presente y respeto futuro.

Desde la perspectiva weberiana, la política exige una “ética de la responsabilidad”: el gobernante no solo debe responder ante sus convicciones, sino también ante las consecuencias reales de sus decisiones sobre la comunidad política. Luis Abinader se encuentra, por tanto, ante una disyuntiva semejante a la del mayordomo de la parábola: puede encerrarse en una lógica de confrontación, persecución y revancha, o puede utilizar la cuota de poder que aún conserva para construir puentes, desescalar tensiones y pactar condiciones mínimas de estabilidad institucional frente a un eventual gobierno encabezado por Leonel Fernández.

Una lectura inteligente de la coyuntura indica que conviene a Luis Abinader que quien lo sustituya en el poder sea precisamente Leonel Fernández, y no un liderazgo improvisado, radicalizado o sin experiencia de Estado. Fernández encarna a un actor con probada capacidad de negociación, sólida formación intelectual, visión internacional y comprensión fina de los equilibrios del sistema político dominicano; un liderazgo que, aun en la crítica, valora la estabilidad, el crecimiento económico y la preservación del Estado constitucional de derecho. Entre un relevo incierto y un liderazgo con experiencia acumulada, la racionalidad estratégica aconseja ordenar el tránsito hacia este último, procurando que la alternancia se produzca en un clima de respeto recíproco.

En consecuencia, la conducta política de Abinader en esta etapa debería orientarse a no dinamitar los puentes con quien muy probablemente podría ser el próximo jefe de Estado. Ello supone moderar el uso faccioso de los órganos de control, evitar la tentación de persecuciones selectivas, no manipular los tiempos judiciales con fines estrictamente partidarios, abstenerse de reformas de última hora que alteren las reglas del juego y, sobre todo, garantizar la neutralidad de los órganos administrativos clave en materia electoral. El mayordomo astuto comprendió que no podía seguir actuando como si fuera dueño de lo ajeno; del mismo modo, el presidente debe recordar que el poder es una administración temporal, no una propiedad personal ni partidaria.

Así como el mayordomo alivió la carga de los deudores, la actual administración tiene todavía la oportunidad de aliviar tensiones sociales y políticas antes del eventual cambio de mando. Ello implica rectificar decisiones impopulares, abrir espacios estructurados de diálogo con la oposición –muy particularmente con la Fuerza del Pueblo y con Leonel Fernández–, y promover reformas institucionales de consenso que envíen un mensaje inequívoco: el gobierno saliente no abandona el país en el caos, sino que contribuye a un tránsito pacífico, ordenado y previsiblemente exitoso. Ese gesto no solo fortalecería la legitimidad del próximo gobierno, sino que beneficiaría directamente al propio Abinader y a su entorno, al reducir los incentivos para la revancha y el ajuste de cuentas.

La lección de la parábola es clara: la astucia política, cuando se combina con sentido de responsabilidad, puede transformar una salida que luce como derrota en una salida honrosa. Luis Abinader todavía dispone de margen para decidir si será recordado como un gobernante que, ante la perspectiva de perder el poder, incendió los puentes institucionales, o como un estadista que comprendió el ritmo de la historia y abrió la puerta a un nuevo gobierno, previsiblemente encabezado por Leonel Fernández, con suficiente estabilidad para garantizar respeto a su persona, a su legado y a los derechos de sus colaboradores.

En definitiva, la parábola del mayordomo enseña que el poder es efímero, pero que la manera en que se administra su final puede asegurar protección, respeto y continuidad histórica. A Luis Abinader le resulta políticamente ventajoso asumir que la alternancia no es una tragedia, sino una fase normal de la democracia, y que conviene trabajar para que, si las urnas así lo deciden, el próximo presidente sea Leonel Fernández, en un clima de reglas claras y reconocimiento mutuo. De la honestidad, la inteligencia y la previsión con que actúe en este tramo final dependerá que pueda retirarse con la cabeza en alto y con la razonable expectativa de un buen trato por parte del próximo inquilino del Palacio Nacional, cumpliendo así la enseñanza evangélica de que “los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes”.

José Manuel Jerez

Abogado

El autor es abogado, con dos Maestrías Summa Cum Laude, respectivamente, en Derecho Constitucional y Procesal Constitucional; Derecho Administrativo y Procesal Administrativo. Docente a nivel de posgrado en ambas especialidades. Postgrado en Diplomacia y Relaciones Internacionales. Maestrando en Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Diplomado en Ciencia Política y Derecho Internacional, por la Universidad Complutense de Madrid, UCM.

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