…escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo… (RVR, 1977)
Algunos pensadores de la psicología social y política asumen que el escenario del derrumbe que vivimos hoy en Occidente se debe a un agotamiento del pensamiento, lo que ha devenido en una suerte de vaciamiento de lo que antes constituía los cimientos sociales de un capitalismo triunfal: la moral. Aun para asumir un discurso crítico contra la moral burguesa, ésta es imprescindible. Ahora nos queda un lugar vacante de principios al cual no se le puede oponer sino otro hueco.
Mientras una franja de nuestros ensayistas contemporáneos se dedica a la paráfrasis de ideas foráneas poco digeridas, inaplicables a este tiempo y espacio e incongruentes con nuestras realidades, crece ante nuestros ojos el tumor social de un neopopulismo en respuesta al agotamiento del orden político y la normalización de la corrupción. Instituciones débiles, casi ausentes, dan paso al crecimiento sin bordes éticos de ruidos mediáticos que van generando una psicología intergrupal.
La psicología social ha estudiado cómo se forman grupos alternativos o subgrupos. Emergen con un decir opuesto a los sistemas sociales más o menos organizados; sus actuaciones se constituyen en atractor para aquellos que viven en marginalidad económica o cultural. Dado que “pertenecer” es connatural al hombre, si el orden predominante no les permite inserción, entonces se adherirán allí donde creen homologarse. Surge de tal modo, en medio de esa metástasis, un “liderazgo” que no tiene ninguna orientación, un capitán sin astrolabio para conducir un barco sin timón.
Generado un modo de decir, “un pensamiento débil”, una conducta sin ética, la pseudo soberanía popular como enfermedad de la democracia con frágil legitimidad, acelera el crecimiento de una falsa ideología del nosotros contra ellos. Esa oposición en la que se fundamenta todo populismo de derecha o izquierda, entre los dominicanes no se expresa como oposición entre las élites y el pueblo, sino entre la estulticia y el saber. Asistimos, como escribí hace ya unos años, a un no saber cómo poder.
Quisiera tener una fórmula que, aplicada, pudiera mitigar este deterioro. Pero no. Sólo tengo el análisis social y la denuncia que aspiran, si no a una resurrección de la consciencia y a una toma de postura, al menos al debate de las ideas que todavía no hayan muerto.
El populismo, tal y como se había estudiado hasta hoy, expresaba una dinámica de protesta, una psicología de masa donde los yoes se disolvían, un discurso de demandas sociales y económicas, unas acciones de identidad grupal y –con razón o sin ella– una retórica política que oscilaba entre izquierda y derecha. Hoy, en la época del populismo light, la movilidad social solo llega al clic, la chatura de las emociones se sustituye con emoticones y “seguir al líder” se expresa en el tuiteo. Es difícil hoy establecer los bordes definitorios del semantema “pueblo”.
La omnipotencia extraconstitucional, profetizada por Oswald Spengler como anuncio del derrumbe de Occidente, se ha presentado invertida en nuestro país (somos expertos en invertirlo todo). No se trata aquí de un poder extraordinario global representado en alguna injerencia del centralismo europeo o del imperio USA; lo que hemos venido observando es la metástasis de un populismo que inicialmente, al salir de las dictaduras, fue alimentado por figuras mesiánicas enfermas de poder, y suplantadas hoy por la idiocia como discurso.
Llegamos hasta aquí para toparnos con dos extremos del mismo mal: una plutocracia hebefrénica creciendo ante la indiferencia de los llamados al disenso, y unos cabecillas de la infamia: emergentes que enarbolan con orgullo la ignorancia y lo inmoral como estandartes en sus “luchas” por cuotas de poder. Mientras tanto, la oposición política de los dominicanes parece infectada del virus del sueño, sin reaccionar siquiera ante los escándalos y desaciertos del poder.
¿Qué hubiera pasado si el campeón de la bolita del mundo hubiera amanecido un día con la feliz idea de convertirse en presidente de todos los dominicanes? Tal vez la sede del gobierno se hubiera trasladado al Eugenio María de Hostos, Relámpago Hernández hubiera sido canciller, Silvio Paulino director de prensa de la presidencia y los Hermanos Bronco encargados directores de prisiones. En esa sociedad distópica, los hombres de pelo en pecho tendrían un lugar privilegiado, y las luchas sociales devendrían en parodias.
El riesgo al que asistimos es aún peor: la suplantación de las luchas populares por el cotilleo, la dignidad de la mujer sustituida por los secretos de alcoba preconizados por comunicadoras licenciosas, los debates geopolíticos dejados en el baldío social, degradados al perreo. Mientras tanto, continúa la depredación ecológica, la carestía de la vida, la violencia intrafamiliar, las bandas juveniles, el derrumbe, en fin, de lo que tanto costó a hombres y mujeres forjar: la patria.
Quisiera tener una fórmula que, aplicada, pudiera mitigar este deterioro. Pero no. Sólo tengo el análisis social y la denuncia que aspiran, si no a una resurrección de la consciencia y a una toma de postura, al menos al debate de las ideas que todavía no hayan muerto. Debate del cual surja una verdad, como se espera que ocurra en todo sistema caótico.
Como dice el poeta nacional Don Pedro Mir: faltan hombres y falta una canción.
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