En 2025, las remesas ya no son solo “aire” que entra por la ventana macroeconómica dominicana; se han convertido, de hecho, en una de las columnas estructurales del modelo de crecimiento y del pacto social implícito entre la diáspora y el país. Los datos más recientes del Banco Central muestran que entre enero y octubre de 2025 ingresaron US$9,878.4 millones en remesas, un 10.8% más que en igual período de 2024, y que el año podría cerrar en el entorno de US$11.7–12.0 mil millones, según las propias proyecciones oficiales y notas de prensa especializadas (Banco Central de la República Dominicana [BCRD], 2025a; Diario Libre, 2025; EFE, 2025). Esto implica que, por segundo año consecutivo, las remesas superan holgadamente los US$10 mil millones y se consolidan como la principal fuente de divisas netas del país, por encima del turismo y de la inversión extranjera directa, tal como subrayan tanto el BCRD como los análisis recientes de la CEPAL e instituciones financieras internacionales.
Estimaciones recientes señalan que en 2024 las remesas familiares representaron alrededor de US$10,756 millones, equivalentes a una proporción muy elevada del valor de las exportaciones y cercana al monto total de los ingresos por turismo (BCRD, 2025b; EFE, 2025). En términos de cuenta corriente, diversos trabajos de la CEPAL y del Banco Mundial destacan que, para economías como la dominicana, las remesas han llegado a representar una fracción significativa de todas las divisas que entran al país, con un peso similar al que muchos países de renta media destinan en conjunto a salud y educación (CEPAL, 2025; World Bank, 2024). Para 2025, el propio BCRD ha indicado que, acumuladas a agosto, las remesas equivalían aproximadamente a cerca del 10% del PIB, una magnitud que confirma su carácter sistémico y no meramente complementario.
Desde la perspectiva social, el punto decisivo es otro porque las remesas sí tienen un efecto medible sobre la pobreza, pero su distribución es muy desigual. Tomando como referencia Las remesas a América Latina y el Caribe en 2025: adaptaciones en un contexto de incertidumbre (BID, 2025) —donde se estima, entre otras cosas, que la pobreza monetaria general se sitúa en torno al 19% en 2024 y que alrededor del 13.3% de la población se encuentra en pobreza según otra metodología, mientras que el 75.7% de los hogares es clasificado como no pobre “gracias” a las remesas—, la narrativa dominante es la de un país en el que los flujos externos refuerzan una trayectoria de reducción de la pobreza, pero lo hacen sobre una base de fuerte segmentación interna (Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo [MEPyD], 2025; CEPAL, 2025).
El 94.5% del monto total de las remesas destinado a hogares no pobres; apenas un 5.5% a hogares en pobreza relativa y menos del 1% a hogares en pobreza extrema; las cifras que manejamos resultan consistentes con lo que encuentra la literatura comparada, donde la mayor parte del volumen de remesas se concentra en deciles medios y altos, aunque la dependencia relativa de las remesas sea mayor en los estratos pobres. Estudios del Banco Mundial para América Latina, como los de Acosta et al. y los informes sobre remesas y desarrollo, muestran que, en países como la República Dominicana, la proporción de remesas sobre el ingreso total del hogar tiende a alcanzar su máximo precisamente en los hogares de menor ingreso y puede rondar el 40% en los deciles más pobres, aun cuando el monto absoluto recibido sea menor que en los hogares de ingreso medio (Acosta, Calderón, Fajnzylber & López, 2008; World Bank, 2024).
Si miramos la película de la pobreza con las cifras oficiales, el mensaje es matizado pero coherente. El Boletín de Estadísticas Oficiales de Pobreza Monetaria del Ministerio de Economía indica que la pobreza general se redujo de 23.0% en 2023 a 19.0% en 2024, lo que equivale a unas 413,686 personas que dejaron de estar en situación de pobreza monetaria en un solo año (MEPyD, 2025). Esa mejora está asociada, sobre todo, a la recuperación del empleo formal y al aumento del ingreso laboral real, pero los estudios de impacto de remesas en el país —por ejemplo, Paulino (2019) y los trabajos recogidos en la serie Oeconomia del propio Banco Central— muestran que recibir remesas reduce la probabilidad de que un hogar sea pobre en el orden de varios puntos porcentuales y recorta de manera significativa la severidad de la pobreza extrema allí donde los montos son relativamente altos (Paulino, 2019; Peña & Paulino, 2020).
Cuando combinamos esos hallazgos con nuestras cifras micro (26,615 personas que pasan de pobreza extrema a pobreza relativa, 116,201 que salen de la pobreza relativa y 20,713 que saltan desde la pobreza extrema a la no pobreza), el cuadro de mediano plazo es el de un país que utiliza la migración y las remesas como una suerte de “política social a distancia”; a modo de una red de protección informal, relativamente eficaz para amortiguar choques y reducir la pobreza monetaria, pero que no corrige las causas estructurales de la desigualdad ni sustituye a la protección social basada en derechos (Clemens & McKenzie, 2018; CEPAL, 2025).
La distribución territorial y demográfica de las remesas refuerza esa lectura, quedando afirmados en los análisis recientes basados en los registros del BCRD, y muestra que la participación de las zonas metropolitanas en el total de remesas recibidas en la República Dominicana pasó de alrededor de 55% en 2015 a más de 58% en 2023, con el Distrito Nacional concentrando ya más de un tercio del flujo total, mientras algunas provincias pobres apenas modifican su participación (BCRD, 2025b; CEPAL, 2025). Esto significa que, aunque las remesas ayudan a sostener ingresos rurales y de pequeños municipios, el grueso del flujo refuerza el dinamismo de las áreas urbanas más integradas a la economía moderna, lo que puede profundizar brechas territoriales si no se acompaña de políticas deliberadas de inversión en los territorios expulsores de migrantes. De igual modo, la mayor presencia de jefaturas femeninas y de mayor edad en los hogares receptores de remesas en pobreza extrema son coherentes con la evidencia regional, sobre todo porque la diáspora tiende a enviar recursos a madres y abuelas que funcionan como “anclas familiares” y gestoras del cuidado, lo cual feminiza la gestión de ese ingreso y desplaza parte del riesgo socioeconómico hacia hogares encabezados por mujeres (World Bank, 2024; Acosta et al., 2008).
Por su parte, en el plano macroeconómico, el impacto de mediano plazo es ambivalente. Por un lado, las remesas han sido un amortiguador clave frente a choques externos; así, durante y después de la pandemia se comportaron de forma sorprendentemente resiliente, algo que autores como Dilip Ratha y los informes Migration and Development Brief del Banco Mundial describen ya como un rasgo estructural del sistema mundial de remesas, más estable que la inversión extranjera directa y la ayuda oficial al desarrollo (Ratha, 2023; World Bank, 2024). En la República Dominicana, esto se ha traducido en reservas internacionales más robustas, cobertura de importaciones por encima de los estándares del FMI y un déficit de cuenta corriente manejable, incluso con una economía muy abierta y dependiente de bienes importados (BCRD, 2025a; CEPAL, 2025).
Sin embargo, el mismo éxito crea vulnerabilidades de mediano y largo plazo; si el 9–10% del PIB, una fracción alta de las exportaciones netas y una porción significativa del consumo de los hogares descansan en decisiones de empleo y política migratoria tomadas en Estados Unidos y Canadá, el país internalizará un riesgo externo difícil de gestionar. Las iniciativas periódicas para gravar remesas en Estados Unidos —como el debate en torno a impuestos específicos sobre transferencias de migrantes o mayores controles regulatorios— ilustran que este riesgo ya no es teórico, toda vez que un impuesto del 1–3% sobre remesas formales podría sustraer cientos de millones de dólares anuales a los hogares dominicanos más dependientes, encarecer las transferencias y empujar una parte de los flujos hacia canales informales más riesgosos (World Bank, 2024; Ratha, 2023).
A más largo plazo, el efecto sobre el desarrollo es todavía más complejo. La evidencia global sintetizada por Clemens y McKenzie muestra que, aunque las remesas tienen efectos claros sobre la reducción de la pobreza y la inversión en capital humano (educación, salud), su impacto sobre el crecimiento económico agregado es difícil de detectar y, en muchos casos, el aumento en remesas va acompañado de cambios en la medición, sustitución de ingresos laborales domésticos por ingresos externos y patrones de consumo que no necesariamente se traducen en incrementos sostenidos de productividad (Clemens & McKenzie, 2018). En la República Dominicana, los trabajos de Paulino y de investigadores del BCRD y la academia local apuntan en la misma dirección:
- Para los hogares receptores, las remesas reducen la probabilidad de pobreza, mejoran indicadores de consumo de alimentos, educación y salud, y permiten amortiguar desempleo o informalidad (Paulino, 2019; Peña & Paulino, 2020);
- Pero, a nivel agregado, el peso de las remesas puede desincentivar reformas profundas del mercado laboral y del sistema de protección social, y consolidar una suerte de “modelo de desarrollo vía migración”, en el que el país exporta fuerza de trabajo y reimporta ingresos en lugar de elevar sistemáticamente su productividad interna (CEPAL, 2025; World Bank, 2024).
Si aceptamos que más del 94% del monto remitido termina en hogares no pobres (BID, 2025) —muchos de ellos en zonas urbanas dinámicas— y que menos del 1% llega a hogares en pobreza extrema, el reto no es solo reconocer que las remesas “reducen la pobreza”, sino admitir que, sin políticas públicas complementarias, pueden profundizar las brechas entre quienes tienen acceso a la migración y quienes no. El dato del Banco Mundial de que, en los hogares más pobres, las remesas pueden representar alrededor del 40% del ingreso total sugiere que, cuando existen, son literalmente la diferencia entre comer y no comer; pero el hecho de que muchos hogares extremadamente pobres no tengan migrantes implica que la política social del Estado sigue siendo insustituible para cerrar brechas (World Bank, 2024; Acosta et al., 2008).
En este contexto, la agenda de mediano y largo plazo no puede limitarse a celebrar récords anuales de US$11–12 mil millones. La evidencia disponible apunta, al menos, a cuatro líneas estratégicas: (1) Reducir drásticamente los costos de envío —hoy todavía cercanos al 7% por operación en el caso dominicano—, lo que liberaría decenas de millones de dólares adicionales para los hogares receptores cada año; (2) Profundizar la inclusión financiera de la diáspora y sus familias, articulando remesas con ahorro formal, seguros y crédito para actividades productivas locales; (3) Diseñar instrumentos específicos para canalizar una parte de las remesas hacia inversión en activos productivos y en proyectos territoriales (bonos de la diáspora, fondos de coinversión local, programas de capital semilla apalancados en remesas), evitando que el 100% del flujo se agote en consumo corriente; y (4) Reconstruir el contrato social interno para que la reducción de la pobreza y la mejora en el bienestar no dependan estructuralmente de decisiones de política y ciclos económicos de otros países (CEPAL, 2025; World Bank, 2024; Ratha, 2023).
En suma, la nota técnica Las remesas a América Latina y el Caribe en 2025: adaptaciones en un contexto de incertidumbre (BID, 2025) y sus afirmaciones sobre la República Dominicana trazan un mapa muy fino de los efectos inmediatos de las remesas sobre la pobreza y el bienestar de los hogares dominicanos. Lo que la evidencia reciente añade es un matiz clave; en el mediano plazo, las remesas se han convertido en un estabilizador macro y social imprescindible, pero, en el largo plazo, sin una estrategia deliberada del Estado y de la sociedad para transformar ese flujo en productividad, diversificación productiva y protección social universal, corremos el riesgo de consolidar un modelo de desarrollo “a crédito” con la diáspora, vulnerable a decisiones externas y que deja a los más pobres —precisamente quienes no migran— en la orilla equivocada de la historia.
Referencias
- Acosta, P., Calderón, C., Fajnzylber, P., & López, H. (2008). What is the impact of international remittances on poverty and inequality in Latin America? World Bank.
- Banco Central de la República Dominicana. (2025a). BCRD informa que los flujos de remesas alcanzaron los US$9,878.4 millones entre enero y octubre de 2025. Santo Domingo, RD.
- Banco Central de la República Dominicana. (2025b). BCRD informa que las remesas alcanzaron US$10,756.0 millones en 2024. Santo Domingo, RD.
- BID. (2025). Las remesas a América Latina y el Caribe en 2025: adaptaciones en un contexto de incertidumbre / René Maldonado, Jeremy Harris, Pablo Cortés Sánchez.
- CEPAL. (2025). Las remesas a América Latina y el Caribe en 2025: adaptaciones en un contexto de incertidumbre. Santiago de Chile.
- Clemens, M. A., & McKenzie, D. (2018). Why don’t remittances appear to affect growth? The Economic Journal, 128(612), F179–F209.
- Diario Libre. (2025, 9 de enero). Remesas alcanzan los 10,756.0 millones de dólares en 2024. Santo Domingo.
- EFE. (2025, 10 de noviembre). República Dominicana recibe 9,878.4 millones de dólares en remesas entre enero y octubre.
- Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo. (2025). Boletín de estadísticas oficiales de pobreza monetaria en la República Dominicana 2024. Santo Domingo, RD.
- Paulino, E. G. (2019). Impacto de las remesas sobre el alivio de la pobreza en República Dominicana. Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo.
- Peña, P., & Paulino, G. (2020). Incidencia de las remesas en la pobreza y la desigualdad en República Dominicana. En Oeconomia, ensayos sobre economía y finanzas. Banco Central de la República Dominicana.
- Ratha, D. (2023). Resilient remittances. Finance & Development, International Monetary Fund.
- World Bank. (2024). Migration and Development Brief 40: Remittances slowed in 2023, expected to grow faster in 2024. Washington, DC.
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