La moralidad dominicana en sus claves fundamentales es herencia trujillista. La posibilidad de lograr una transición política y cultural de la tiranía hacia una sociedad abierta y justa fue malograda por el golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963 y, cuando se intentó revertir ese crimen contra la democracia dominicana, el gobierno de Estados Unidos invadió nuestro país para garantizar la continuidad del trujillismo bajo el control de las Fuerzas Armadas trujillistas y el gobierno de Joaquín Balaguer.

La creación de esa moralidad, que expresa la esencia de la dictadura, ocurrió entre 1937 y 1946. El testimonio de Juan Bosch a la hora de reconocer esa modificación sustancial en la moralidad dominicana es importante. Él había partido hacia Puerto Rico en enero de 1938 al enterarse del genocidio en la frontera y que el ejecutor de ese crimen quería nombrarlo congresista. Al año siguiente (1939) se mudó a Cuba.

El 14 de junio de 1943 escribe una carta a tres amigos dominicanos que le visitaron en La Habana. En conversaciones con ellos descubre que están imbuidos de un profundo odio hacia el pueblo haitiano, cuestión que no existía a su partida del país. Bosch les señala el origen de esa actitud. “La dictadura ha llegado a conformar una base ideológica que ya parece natural en el aire dominicano y que costará enormemente vencer; si es que puede vencerse alguna vez (…) Me refiero a la actitud mental y moral de Uds. frente a un caso que a todos nos toca: el haitiano”. Bosch muestra una gran agudeza al diagnosticar el mal, delimitar su creador y prever el peso que dicha ideología tendría a futuro en la “actitud mental y moral” de los dominicanos y dominicanas.

Esa identidad deforme de lo dominicano tuvo y tiene a más beneficiarios que exclusivamente Trujillo. Proponer una sociedad dominicana blanca, supuestamente española en sus claves identitarias, es una afirmación del modelo de dominación por parte de una minoría formada por familias de origen europeo que controlan la mayor parte de la riqueza nacional. Esa fórmula niega la negritud de la mayoría del pueblo dominicano pobre y crea un trauma en los segmentos mulatos que se perciben como blancos hasta que son identificados como negros al viajar al extranjero. El origen de esa patología está en constituir una antítesis falsa entre la sociedad haitiana y la dominicana, y por extensión excluir lo dominicano de la identidad caribeña común.

Dicha identidad social, que se prolonga hasta el presente como expresión del trujillismo que se anida en las estructuras políticas y sociales de nuestro país, es un constructo ideológico que aliena la conciencia de la mayor parte de nuestra comunidad nacional, bloqueando la posibilidad de conocer realmente quiénes somos y construir una sociedad democrática, equitativa, solidaria y tolerante. Justo por ese motivo, patologías sociales como el racismo, la aporofobia, la homofobia y el machismo se reproducen constantemente en todos los ambientes de nuestra sociedad en la actualidad. Es la moralidad trujillista que pervive y envenena a las nuevas generaciones.

El centro de toda esa anomalía identitaria, de esa ideología de dominación para ocultar la brutal explotación de millones de dominicanos y haitianos indocumentados, obteniendo de su sudor y sangre una plusvalía inmensa, es la figura de Trujillo como hombre providencial en la historia dominicana para organizar la sociedad dominicana. Todo el discurso identitario de la intelectualidad de la tiranía era para justificar el accionar del dictador, construyendo una imagen falsa que ocultaba su verdadera naturaleza. Trujillo era definido como un hombre blanco, trabajador honrado, protector de la vida y bienestar de todos los dominicanos y esposo con las virtudes enseñadas por el catolicismo.

En realidad, Trujillo era un mulato de ascendencia haitiana, un ladrón voraz que al final de su vida se había apropiado de gran parte de la riqueza nacional, un criminal feroz con más de cincuenta mil víctimas y un depredador sexual impune.

La construcción de la imagen falsa de Trujillo, al mismo tiempo que se reconocía su verdadera naturaleza entre los intelectuales y altos funcionarios del régimen, tenía como propósito mantener a toda la población sometida y provocó una grave crisis en la conciencia de la mayoría con la desaparición física del tirano y la difusión de sus graves crímenes. Frank Moya Pons lo señala de manera precisa en su obra El Pasado Dominicano (1986): “…el trujillismo como ideología se asentó sobre el racismo y otras falacias históricas; a la caída de la dictadura, cuando los dominicanos entraron en contacto con el mundo exterior, entonces descubrieron que habían sido engañados y se dieron cuenta de que eran un país muy pequeño, muy pobre y muy atrasado”. El descubrimiento de esa verdad tocó las fibras más hondas de diversos segmentos sociales, sobre todo los jóvenes de la clase media urbana y el campesinado, que comenzaron a buscar fórmulas políticas para trascender la miseria y el despotismo de la herencia trujillista.

Al abrirse la sociedad dominicana a partir del verano de 1961, se fueron definiendo claramente las posturas de los actores sociales respecto a la dictadura y el camino que tocaba emprender. El ejercito como cuerpo mantuvo su fidelidad a la herencia trujillista, la oligarquía buscaba suplantar a Trujillo en el poder, sectores de clase media que se percibían como los “de primera” se nuclearon en la Unión Cívica Nacional y entendían que el poder político les correspondía como herencia, muchos jóvenes de clase media urbana soñaban con replicar la epopeya castrista bajo el signo del 14 de Junio, una parte significativa del clero temía perder sus privilegios con la democracia y la Constitución del 63, y los campesinos, que para todos los grupos mencionados no tenían valor alguno y eran los más explotados por siglos, no veían una salida a su situación hasta que oyeron a Juan Bosch en sus radios de baterías. Los campesinos soñaron por vez primera con ser artífices de su destino y fueron a votar masivamente por el PRD el 20 de diciembre del 1962.

EN ESTA NOTA

David Álvarez Martín

Filósofo

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Especialista en filosofía política, ética y filosofía latinoamericana.

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