Recientemente leí el libro, Lo que el dinero no puede comprar, de Michael Sandel, en el que hace un ejercicio reflexivo sobre el estado actual de las riquezas, las desiguales y las cosas que el capitalismo ha convertido en comprables, algunas de ellas que consideraríamos invariables e inalterables, pues son restringidas por la naturaleza del mundo. Se cuestiona el límite a donde podemos llegar por nuestros intereses individuales. A raíz de esta lectura, me he planteado varias preguntas: ¿La ambición debería tener un límite? ¿Hasta qué punto la acumulación de riqueza debería ser un derecho ilimitado? ¿Cuánto poder es demasiado? ¿Existe la meritocracia real? Todo esto tiene un denominador en común: la desigualdad.

La labor del capital y los mercados están relacionados con la desigualdad. La acumulación de capital es lo que ocurre cuando un individuo genera maas ganancias, reinvirtiendo las ya obtenidas anteriormente. A diferencia del trabajo, que está subordinado al tiempo y a la manualidad, el capital se puede automatizar y así acumularse y crecer. Los mercados son los que facilitan que esto suceda, a través de los espacios financieros, laborales, inmobiliarios, etc. Entonces es cuando esta rentabilidad de capital, que supera el crecimiento de la economía y/o de los salarios, cuando el que ya poseía riquezas es capaz de enriquecerse a una mayor velocidad, que el resto de los competidores: los trabajadores. Es una competencia un tanto desleal, pero sobre todo injusta, pues no se les da la misma capacidad de competir, como reza la base teórica del capitalismo, a todos los agentes involucrados. De ahí viene la famosa frase de Thomas Piketty: “El capital acumulado crea mucha más riqueza que la fuerza de trabajo.” Y decir esto no es una exageración ni una falacia ad populum; es algo realmente básico y lógico de entender. Si un empresario ganase 7% anual por su inversión en bienes raíces y la economía creciese 2%, su fortuna crecerá más rápido que los ingresos de un trabajador promedio, pues la fuerza de trabajo está limitada a un número finito de horas que un hombre puede trabajar. Sin embargo, el capital acumulado trabaja sin horario, y sin límites ni restricciones de salario ni productividad, pues puede ser multiplicado en cantidades infinitas. Como un libro de arena. El trabajo es como una función lineal: limitada y predecible, donde cada hora adicional de trabajo genera una cantidad fija de valor. El capital es como una función exponencial: donde el crecimiento es acumulativo y se acelera con el tiempo.

Sin embargo, en la antigüedad, este capital acumulado no podía crecer de formas anormales ni absurdas, sino que crecía naturalmente, a medida que los inmuebles se valorizaban con respecto al número de habitantes en una zona. Con el desarrollo de los mercados financieros y la financiarización de la economía moderna, el capital ha podido crecer a ritmos mucho mayores, beneficiando desproporcionadamente a quienes ya poseen activos financieros, lo cual ha contribuido al incremento de la desigualdad en las últimas décadas.

Los ETF, fondos diversificados como el S&P 500 (Standards & Poors de las 500 compañías más rentables de EE. UU.) les han dado una oportunidad única a los poseedores de grandes riquezas: la perpetuación de la misma. El capital acumulado se multiplica exponencialmente, por rendimientos que pueden ser tanto fijos como variables.

No se puede estimar cuanto se puede ganar con inversiones en el mercado de valores, lo cual puede alarmar a algunos cautelosos. Sin embargo, aunque han existido caídas significativas en algunos momentos específicos de la historia, e.g. 2008 y 2020, lo cierto es que siempre han venido acompañados de recuperaciones aún mayores y crecimientos sostenidos por largos periodos. Por eso, a pesar de que muchos prefieren mantener su dinero fuera del mercado “para no arriesgarse”, pierden la oportunidad de beneficiarse de la rentabilidad histórica, la cual tiende a premiar la paciencia.

Desde su creación en 1957, el S&P 500 ha generado un rendimiento promedio anual de aproximadamente 10%, incluso contando con las recesiones. Por ejemplo, una inversión de $10,000 en el S&P 500 en 1960 valdría hoy más de $4,950,000, sin contar dividendos reinvertidos. Algo similar ocurrió con Microsoft, cuyas acciones se han revalorizado más de 370,000% desde 1986; $10,000 invertidos en su IPO hoy valdrían más de $37 millones. Un auténtico negociazo para quienes pueden permitirse invertir decenas o cientos de millones y dejar que ese capital trabaje, sin horarios ni esfuerzo humano, durante 10, 20 o 30 años. Los trust funds (fondos fiduciarios) también son una pieza clave en el tema de acumulación y perpetuación del capital, sobre todo entre las familias más ricas. Estas estructuras fiduciarias aseguran que ese capital siga creciendo de forma controlada y protegida, generación tras generación. Así, el capital no solo se multiplica, sino que se blinda, a través de la herencia y se perpetúa sin necesidad de intervención directa.

Por esto, hoy en día, muchos de estos grandes ricos pueden asegurar que sus fortunas son generacionales, pues ya existen muchas formas de blindar las mismas. Esto es lo que crea la percepción de que el rico será cada vez más rico. Inclusive, se ha visto un aumento exponencial en la cantidad de NiNis (Ni trabajan Ni estudian) con grandes herencias, ya que encuentran en esta forma de perpetuar sus riquezas, una excusa para no trabajar, pues pueden vivir perfectamente de las rentas que estos capitales heredados generen, bastante cómodamente, por el resto de sus vidas.

¿Y que tiene esto de malo? Teóricamente, nada: tiene una correlación positiva en cuanto al incremento de las riquezas y productividad del mundo. Si el rico se hace cada vez más rico, esto significaría que el pobre también se está haciendo más rico, o por lo menos, menos pobre. Y esto lo defienden distintas teorías económicas como la de las gotas de agua que recaen y van mojando mientras bajan. No obstante, sí tiene consecuencias negativas, sobre todo en cuanto a los niveles de igualdad económica y poder. “Si el estado no interviniera para nada, una gran cantidad de personas estarían en pobreza extrema”, como lo muestra Malthus con el "darwinismo humano".

La principal prioridad del mundo debe ser erradicar la miseria. En un mundo capitalista, siempre existirá desigualdad y, por ende, gente más pobre que otros, pues, el capitalismo, por su naturaleza, no busca la igualdad como objetivo, sino la eficiencia y el crecimiento económico.

Sin embargo, lamentablemente, y como explica Sandel en su libro, hoy en día, hay cosas que el dinero puede comprar, que antes hubiesen sido inconcebibles. Aquí les cito algunas: comodidad en el castigo (elegir tu celda y sus condiciones); hijos (in vitro o de alquiler); ciudadanía (pagar o tener cierta cantidad de inversiones en un país te otorga ciudadanía o residencia, es decir, ser de un país ya no es cultura o herencia, es tener o no dinero); doctor 24/7 (hasta el número de teléfono algunos doctores lo venden por cuotas); derecho a emitir contaminación; prestigio (pagar para que a tu hijo lo entren en una gran universidad o comprar puestos en el gobierno al dar dinero para la campaña).

No todo el mundo puede competir para conseguir estas cosas. ¿Cuáles son esas libertades que son accesibles por todo el mundo de la misma manera? O, mejor dicho, por qué algunos son más libres que otros para hacer ciertas cosas. Se tiene libertad para emprender por ausencia de coerción, sin embargo, no se tiene capacidad real para actuar en consecuencia. Es una libertad teórica, invalidada en la práctica.

¿Entonces, de que somos realmente libres de hacer en sociedad, dadas las restricciones económicas? Automáticamente, al pensar en las cosas que inclusive poseemos todos, pero algunos más que otros, podemos inferir una especie de restricción de nuestra libertad.

Así como hay cosas que el dinero puede comprar para ventaja del que paga, también hay cosas que, gracias al dinero, podemos vender. Aquí alguna de ellas que son ciertamente lucrativas hoy en día: ridiculizarse (alquilar un espacio de tu frente para anuncios); poner en riesgo tu vida (cobaya humana probando medicinas); perder tu tiempo (hacer cola o fila de un concierto); apostar a la muerte de otra gente (compra el seguro de vida de un enfermo o anciano, pagas las primas mientras está viva y luego obtienes los beneficios del seguro cuando se muera, potencialmente millones).

Vivimos en una época en que casi todo puede comprarse o venderse. En los 80, la prosperidad se confió a los mercados, no a los gobiernos. En los 90, Clinton y Blair suavizaron, pero reforzaron esa fe en el mercado como vía al bien común. Hoy, ese mercado se ha alejado de la moral, impulsado por la codicia y el riesgo irresponsable.

Los mercados deben producir con un objetivo que sea beneficioso para la sociedad: no producir dinero por producir.  No hay razón detrás de la búsqueda infinita de la eficiencia. Muchas de estas actividades, que están siendo muy productivas, no añaden valor al mundo, como las apuestas en casinos, apuestas en el mercado especulando (betting on the market), criptomonedas tipo rug pull (proyectos fraudulentos en los que los desarrolladores abandonan la iniciativa, tras quedarse con el dinero de los inversores).

Necesitamos repensar el papel que los mercados deben desempeñar en nuestra sociedad. Debemos preguntarnos si hay ciertas cosas que el dinero no debe comprar. ¿Dónde hemos trazado los límites morales del mercado?

Amadeus Belliard

Estudiante de economía

Escritor. Estudiante de Economía, Ciencias Políticas y Filosofía por la University of Pittsburgh, Estados Unidos. En el año 2022, publicó su primer libro de aforismos, Ermitaño de la montaña.

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