En 1985, en Brasil, creamos el Teatro de pantomima con un grupo de discapacitados auditivos, en Natal, capital de Rio Grande do Norte. Un estado confederado del norte de Brasil. Todos los de las fotos son sordos. El trabajo que realizamos era una continuación del que hicimos años antes en RD. La finalidad era la integración social, cultural y laboral.

Teatro de Pantomimas en Brasil

Puedo atestiguar que el malestar que me producía la exclusión se transformó en un motor ya para finales de la década del 70. Si una sociedad excluyente se caracteriza por la miseria y la discapacidad a borbotones, entonces esa desgracia generó respuestas que para entonces entendí que debían ir más allá de la alfabetización, creando puentes que permitieran a los últimos de la fila de los excluidos demostrar valor y humanidad.

En esos años había dejado la universidad para dedicarme en cuerpo y alma al apasionante acto concreto de poner en práctica las enseñanzas de mi madre y la pedagogía liberadora de Paulo Freire.

Trabajar con no videntes fue un paso natural. Los orienté en la actuación, algo que venía haciendo unos años atrás. Los no videntes son relegados a la mendicidad o a la lástima, y demostramos que podían crear, expresarse y ser productivos mediante el arte y la disciplina.

Al mismo tiempo creamos un grupo de teatro de pantomimas con jóvenes sordos, enseñándoles técnicas básicas de ese arte y expresión corporal. Rápidamente nos involucramos en el montaje de creación colectiva La Restauración, sobre la Guerra de Restauración.

Notamos agudísima percepción del espacio y de la energía de sus compañeros. Aprendieron a coreografiar movimientos acompasados basándose en counts numéricos, palmas, elementos del lenguaje de señas y, sobre todo, la confianza de quien les guiaba con su gestualidad desde mi backstage.

Fue asombroso verlos sobre el proscenio de la Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito. Luego, en actividades populares barriales, el público, primero incrédulo y luego maravillado, rompía en aplausos, no de lástima, sino de genuina admiración. Esos jóvenes sintieron el respeto y el reconocimiento de su comunidad. No eran “sordomudos”, ¡eran actores!

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Grupo de Teatro de Pantomimas en RD, integrado por sordos.

Esas acciones, al repetirlas en Brasil, nos mostraron que las limitaciones individuales se convierten en fuerza colectiva cuando se ejecuta una labor cultural unificada. Así, un grupo no se mira en sus carencias, sino en sus capacidades complementarias. Se convierten en colectivo artístico donde cada cuerpo cuenta una historia diferente, pero todos entrelazados en un mismo mensaje: que la humanidad es diversa por naturaleza, y que es en esa diversidad donde reside la fuerza creativa y su belleza.

La inclusión desde la exclusión en Gualey, Capotillo y Villa Juana (2 de 2)

Hay un hilo conductor entre mi cargadera de agua, alfabetizar y el teatro con personas con discapacidad: que la inclusión solo se construye desde el reconocimiento de nuestra propia exclusión y de nuestra capacidad para excluir. La agotadora tarea de cargar agua me enseñó sobre la escasez de agua, sí, pero también de lo que lo genera y, de cierta manera, a la distancia veo esas vivencias como un motor para la responsabilidad de cargar con los excluidos.

Etzel Báez

Gestor cultural

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