Santo Domingo, 16 de agosto de 1863. En el cerro de Capotillo, un pequeño grupo de hombres izó la bandera tricolor que ondeó en 1844. Fue la chispa que encendió uno de los conflictos más decisivos de la historia dominicana: la Guerra de la Restauración. A partir de ese momento, la lucha por recuperar la independencia perdida con la anexión a España en 1861 se convirtió en una causa nacional.
La anexión, promovida por el presidente Pedro Santana, había devuelto el país al dominio español tras 17 años de independencia. Aunque presentada como un acto de protección frente a amenazas externas, pronto generó rechazo. Las políticas coloniales, los impuestos y el desplazamiento de autoridades locales encendieron el descontento. Campesinos, comerciantes y soldados retirados del cuartel se sumaron a una resistencia que pronto sería imparable.
El levantamiento iniciado en Capotillo se extendió rápidamente por el Cibao. En Santiago, los insurgentes formaron el Gobierno Provisional Restaurador, encabezado por José Antonio Salcedo, con figuras como Santiago Rodríguez, Benito Monción, Gaspar Polanco, Gregorio Luperón, José María Cabral, Ramón Matías Mella, entre otros, en la dirección militar. La guerra adoptó un estilo de combate irregular: emboscadas, ataques sorpresivos y dominio de la montaña. Frente a las disciplinadas tropas españolas, los restauradores aprovecharon su conocimiento del terreno y el apoyo popular.
El conflicto no tardó en volverse encarnizado. En el Sitio de Santiago, las fuerzas españolas comandadas por el general José de la Gándara intentaron sofocar la rebelión, pero fueron contenidas. Mientras tanto, las guerrillas hostigaban las comunicaciones y cortaban los suministros. Haití, aunque oficialmente neutral, sirvió como retaguardia estratégica, permitiendo el paso de armas y hombres.
En 1864, las divisiones internas golpearon el liderazgo restaurador. Salcedo fue destituido y posteriormente ejecutado, asumiendo el mando Gaspar Polanco. A pesar de estas tensiones, la presión sobre las fuerzas españolas aumentó. El desgaste, sumado a un contexto internacional adverso para España —la Guerra de Secesión en Estados Unidos, la intervención francesa en México y conflictos en Sudamérica—, debilitó la posición colonial.
Finalmente, en marzo de 1865, la Corona española decretó la evacuación de la isla. El 11 de julio, el último contingente militar abandonó Santo Domingo, poniendo fin a casi dos años de combates. La República Dominicana recuperaba así su soberanía, pero quedaba marcada por la destrucción, las pérdidas humanas y la inestabilidad política.
La Guerra de la Restauración no solo fue un episodio militar, fue una afirmación del derecho de un pueblo a decidir su destino. En las montañas, en las ciudades asediadas y en los caminos polvorientos se forjó un sentimiento nacional que reafirmó, para siempre, que la independencia conquistada en 1844 y la semilla bien plantada por el Padre de Patria Juan Pablo Duarte, no era una concesión, sino una conquista que debía defenderse, una y otra vez hasta con la vida, si era necesario.
Compartir esta nota