TEL AVIV – La rápida escalada del conflicto militar entre Israel e Irán representa un choque de ambiciones. Irán pretende convertirse en una potencia nuclear y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, anhela ser recordado como el dirigente israelí que frustró categóricamente el programa nuclear iraní, que considera una amenaza existencial para la supervivencia de Israel. Ambos sueños son tan equivocados como peligrosos.
Las ambiciones nucleares de Irán siempre han estado impulsadas principalmente por el objetivo de garantizar la supervivencia del régimen, no de aniquilar a Israel, que tiene muchas más probabilidades de ser destruido al final de una larga guerra de desgaste que bajo un hongo nuclear. Pero Israel no puede permitirse tratar las amenazas iraníes de un Armagedón nuclear como mera palabrería, sobre todo después del ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre, que desencadenó la prolongada y brutal ofensiva israelí en curso contra el apoderado iraní en Gaza. No es un error tenerle miedo a un Irán nuclear.
Pero Netanyahu es una razón clave por la que el programa nuclear iraní está tan avanzado como está. Fue por sus objeciones que el llamado P5+1 (China, Francia, Alemania, Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos), junto con la Unión Europea, negoció el Plan de Acción Integral Conjunto de 2015 con Irán, congelando el programa nuclear de la República Islámica. Y fue bajo la presión de Netanyahu que Donald Trump retiró a Estados Unidos del PAIC tres años después, lo que incitó a Irán a renovar su carrera por la bomba.
Si Israel no puede destruir el programa nuclear iraní, desde luego no puede lograr la victoria total sobre el régimen de Irán.
Los ataques audaces de Israel contra Irán seguramente causarán más tensiones entre Trump y Netanyahu. Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha buscado un nuevo acuerdo nuclear con la República Islámica. Pero nunca iba a ser un proceso fácil, y no solo porque Irán tiene pocos motivos para confiar en Estados Unidos. Si bien Trump no tiene reparos en proclamar acuerdos poco impresionantes (o peores) como avances históricos, seguramente se siente presionado para alcanzar un acuerdo que sea de algún modo mejor que el PAIC que el entonces presidente estadounidense Barack Obama negoció hace diez años.
Por ello, es probable que Trump considere útiles los ataques israelíes en dosis limitadas -justo lo suficiente para aumentar su influencia en las negociaciones nucleares que ya estaban en marcha-. Pero Netanyahu está luchando por su supervivencia política -y, en esa batalla, ningún objetivo es demasiado difícil.
Aunque Israel centró inicialmente sus ataques en instalaciones nucleares y bases de misiles balísticos, el conflicto se ha intensificado hasta incluir blancos que podrían arrastrar a Estados Unidos a la guerra (como instalaciones energéticas y edificios residenciales), y esto no ha hecho más que empezar. En línea con su gran ambición churchilliana -y reflejando la perspectiva que ha aportado a su guerra contra Hamas en Gaza y Hezbollah en el Líbano-, Netanyahu busca la “victoria total” sobre Irán. Esto haría innecesario un acuerdo nuclear.
Solo hay un problema: Israel es incapaz de erradicar el programa nuclear iraní. Israel ha atacado instalaciones nucleares en Natanz e Isfahan, pero el daño a las instalaciones fue limitado, en parte porque Israel reconoció la necesidad de evitar desatar una radiación en toda la región. Además, Israel no dispone de bombas capaces de penetrar en la planta iraní de enriquecimiento de combustible de Fordow, construida en el interior de una montaña.
Por supuesto, la infraestructura física es solo una parte de la ecuación. Por eso Israel también atacó a científicos, así como a altos dirigentes de la Guardia Revolucionaria. Pero el programa nuclear iraní es un proyecto estatal amplio y profundamente arraigado. Matar a unos pocos -o incluso a decenas- de individuos no lo paralizará, y mucho menos lo eliminará.
En cualquier caso, Israel sigue necesitando a Estados Unidos. Y Trump no tiene ningún interés en dejar que Israel haga subir los precios del petróleo o cree una brecha entre él y los aliados estadounidenses del Golfo, que acaban de acordar canalizar billones de dólares en inversiones hacia Estados Unidos.
Israel tampoco puede esperar la complicidad tácita que los estados árabes demostraron en su guerra contra Hamas y Hezbollah. Si bien estos países no quieren a Irán, tienen un gran interés en la estabilidad regional, especialmente mientras trabajan para diversificar sus economías. Un Irán acorralado podría incluso atacar directamente a los estados del Golfo, golpeando sus instalaciones petroleras o alterando las rutas de transporte en el Golfo Pérsico. Estos países quieren un acuerdo nuclear, no una conflagración regional.
Irán probablemente quiera más o menos lo mismo. Aunque se retiró de las conversaciones nucleares programadas en Omán, su respuesta militar se ha limitado a objetivos israelíes. En particular, a pesar de haber invertido miles de millones de dólares en sus apoderados regionales en los últimos años, se ha abstenido de activarlos -por muy mermados que los haya dejado Israel- contra objetivos estadounidenses o árabes.
Pero si Irán se encuentra entre la espada y la pared, puede obligar a un Hezbollah reticente y a sus milicias iraquíes a participar en la lucha. Si no es ahora, ¿cuándo? Para ocasiones como ésta se crearon las alianzas en primer lugar. Irán también puede incitar ataques contra Israel en otros lugares, como Cisjordania. Asimismo, es probable que se retire del Tratado de No Proliferación Nuclear, lo que le abriría las puertas a un avance nuclear -un proceso que llevaría apenas unos meses.
Irán ahora corre el riesgo de caer en la misma trampa estratégica que agotó las energías del panarabismo suní contra el que se rebeló en 1979. Al volcar su energía y sus recursos en una guerra de aniquilación contra Israel, pondría en peligro su objetivo primordial: la supervivencia del régimen.
Pero Irán no es el único que deja que unas ambiciones ilusorias nublen su juicio. Si Israel no puede destruir el programa nuclear iraní, desde luego no puede lograr la victoria total sobre el régimen de Irán. Y no se trata solo de Irán: ninguno de los desafíos de seguridad de Israel puede superarse mediante una victoria total. No importa cuántas bombas lance Netanyahu, la diplomacia seguirá siendo la única respuesta. Mientras tanto, la arrogancia militar de Israel se está volviendo inadmisible para sus aliados árabes moderados. Ellos quieren a Israel como socio igualitario en una paz regional, no como un nuevo poder hegemónico.
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