Cuando escucho a alguien lamentar su soledad, no entiendo. No es lo mismo sentir soledad que estar sola.
Como siempre tengo muchas cosas que hacer, no tengo tiempo de pensar si me hace falta alguien para compartir el momento.
Me fascina cocinar, me gusta inventar. Cada madrugada organizo en mi mente qué voy a hacer en la cocina. Generalmente galletas y polvorones, los cuales regalo a mis hijos y nueras.
Mi gran ilusión siempre ha sido el hacer pan, pero ¡qué va! Dicen que a las tres es la vencida, pues no, los primeros que hice me quedaron duros como una piedra. Los segundos al ver que el polvo de hornear estaba vencido, consulté al “Sr. Google” y le pregunté por qué podía sustituir este ingrediente y me dijo por bicarbonato, creí que si le ponía el doble de lo que me indicaba la receta, el pan me quedaría más esponjoso. Al sacarlos del horno, preciosos, ya por fin di en el clavo, pensé. Con mucha expectativa, probé uno y la reacción que tuve no la quiero recordar, la lengua se me quemó, “Don Google” también me orientó en este incidente, azúcar, miel, agua fría. La irritación me quedó hasta el otro día. Para mi tercer intento había comprado polvo de hornear con fecha de vencimiento hasta seis meses después, me dije que con las medidas que tenía iba a tener pocos panes, por lo que doblé la cantidad de ingredientes. Cuando entusiasmada saqué mis productos del horno… crudos. Ahí terminó mi sueño de panadera. Cuando quiero pan, voy al supermercado.
Al vivir sola he descubierto otro pasatiempo: “reposar”, así le llamo a perder el tiempo. Me tiendo en la cama, me arropo, me pongo de ladito y echo una pavita, esto a cualquier hora del día. Este pasatiempo se lo he trasmitido a mi sobrina Darina que vive en EE.UU. y ella se lo ha traspasado a Doña Lourdes la abuela de su esposo. Muchas veces la llamo y no toma el teléfono, luego me dice que estaba “reposando”.
Recuerdo que cuando estaba adolescente me levantaba, tomaba mi café y me acostaba otra vez. Mi hermana Araceli me decía que yo era la única persona que se levantaba para acostarse. Pero como son las cosas… me comentaba mi amiga Idalia que su hija Linabel también tiene la costumbre de acostarse nuevamente después de tomar el café. Qué bueno, no me siento tan rara.
Otra de las ventajas de vivir sola es el dormir. Lo primero, me acuesto a las siete y media de la noche. Mi cama que es bien grande para una persona, puede alojar tres controles para la televisión, otro para el aire acondicionado, un mentol, un friccilicone, un ace polar, un berrón, (los cuales no uso, pero por si acaso), una manita para rascarme la espalda, dos almohadas, un foco, una frazada y un celular. Un verdadero mercado de pulgas que es producto de la edad, porque no voy a negar que es muy bueno en vez de una frazada tener unos brazos y en vez de una manita de palo, unas manos de carne y hueso.
El dormir sola me permite acostarme transversal, algo que a mi nieto le molesta cuando se acuesta conmigo por las tardes. Me gusta poner la almohada a mitad de la cama y que los pies me queden en el aire.
Al acostarme tan temprano, ya a las cuatro de la madrugada estoy en pie leyendo los periódicos locales e internacionales. Pero hay otra cosa, enciendo la luz desde las tres y fácilmente sigo durmiendo.
Si a media noche tengo deseos de caminar por la sala, lo hago, a nadie le molesta. Si quiero, prendo la televisión y veo noticias.
Muchas veces me eximo de arreglar la cama por si tengo que “reposar”.
Puedo ver películas en YouTube o Netflix si se me antoja, cocino lo que quiero, atiendo mi jardín, recibo visitas, hablo por teléfono, escribo, leo y lo mejor, no tengo a nadie que me esté fiscalizando, ni exigiendo.
¡Qué más se puede pedir!
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