Hay una obsesión que me quita el sueño. Una obsesión que no nace del capricho ni de la nostalgia, sino de una certeza irrefutable: la educación solo mejorará si mejoramos la calidad de nuestros docentes. Esta obsesión me acompaña desde que supe, siendo muy joven, que el destino de un país no se decide en las urnas, ni en los ministerios, ni siquiera en los acuerdos internacionales… sino en las aulas. En el aula está el país que seremos.

La evidencia académica lo confirma una y otra vez: el factor que más incide en el aprendizaje de un estudiante no es la infraestructura, ni los libros, ni las tablets, ni los presupuestos, aunque todos son importantes. El factor más decisivo es la calidad de sus maestros. Un maestro bien formado cambia una vida. Y una vida que cambia, transforma un país.

Por eso, cuando veo los datos de América Latina —una región donde el 70% de los niños de 10 años no comprenden lo que leen— me invade una pregunta que, más que técnica, es moral: ¿cómo permitimos esto? Y la respuesta duele: no hemos invertido en lo esencial. Hemos levantado edificios escolares y olvidado formar a quienes los habitan. Hemos proclamado reformas sin preparar a quienes deben ejecutarlas. Hemos hecho diagnósticos sin sanar la raíz: la formación docente sigue siendo la gran deuda.  Y esto también se aplica a dominicana.  Nos lo dice el Banco Mundial y nos lo dice la OCDE, en el fondo dicen lo mismo.

En el Día del Maestro y la Maestra en República Dominicana

Ya lo advirtió el Banco Mundial: para 2040 América Latina necesitará un 70% más de docentes que en 2017. ¿De dónde saldrán esos maestros? ¿Qué calidad tendrán? ¿Quién se ocupa de atraer, formar y retener vocaciones brillantes en la docencia, especialmente en las comunidades rurales y vulnerables, donde más se necesitan?

El gran compromiso nacional que debemos asumir no es solo por más docentes. Es por mejores docentes.

Formar un buen docente no se logra con programas improvisados ni con diplomados exprés. Se necesita una carrera docente que sea exigente, inspiradora, profesional, bien pagada y socialmente valorada. Que premie el mérito y reconozca la vocación. Que prepare para enseñar en un mundo cambiante y desafiante. Que combine teoría, práctica, ética y compromiso social. Y que no termine nunca, porque el buen maestro nunca deja de aprender.

Algunos países de nuestra región —México, Chile, Uruguay— ya han comenzado a debatir en serio sobre la carrera docente. Se reúnen expertos, se cruzan datos, se proponen políticas. Pero ¿y nosotros? ¿Cuándo haremos de esto una causa nacional? ¿Cuándo dejaremos de mirar a los docentes solo como empleados, o como sujetos miembros de sindicatos que luchan por reivindicar los derechos económicos y los beneficios sociales? ¿Por qué no los vemos como los verdaderos arquitectos del futuro?

Hay que decirlo con todas sus letras: sin buenos maestros no hay buena educación. Y sin buena educación no hay país posible. Ninguna reforma educativa será sostenible si no comienza y termina en el aula. Ningún Pacto Nacional por la Educación será real si no prioriza la formación, el acompañamiento, el respeto y la dignificación de la carrera docente.

Aquí no se trata de ideologías ni de colores partidarios. Se trata de justicia social, de progreso auténtico, de futuro digno. La escuela es la única oportunidad real que tiene un niño pobre para cambiar su destino. Y ese destino empieza —o termina— según el maestro que le toque.

Por eso hago un llamado, no solo a las autoridades educativas y a los legisladores, sino también a la prensa, a los empresarios, a las universidades, a los padres, a los jóvenes que aún dudan de su vocación. Me hago un llamado a mí misma y a mis colegas y amigos más cercanos que comparten mis mismos ideales.  Hagamos de la formación docente una causa común. Hagamos de la excelencia docente un sueño compartido. Porque si nuestros niños no aprenden, nuestro país no avanza. Y si no cuidamos a quienes enseñan, traicionamos la promesa de un mejor mañana.

Aprender es saber. Saber es trabajar. Trabajar es dignidad. Y la dignidad es el verdadero triunfo de una nación. Que no nos falte esa convicción. Ni nos tiemble la voz para repetirlo hasta que todos lo entiendan: sin maestros no hay República. Sin formación docente no hay esperanza.  Que desde el Consejo Económico y Social, se siembre esto en el corazón de todos los dominicanos.  Esto si se logra, despertará al Pacto que parecería o que nos luce como que languidece.  ¡Despiértenlo! ¡Agítenlo! Hagamos los ancianos un lío con este tema como nos dijo el Papa Francisco y yo lo repetí cogiéndome la idea en uno de mis programas de TV.

¿Cómo le introducirías esta idea al Pacto que discutimos, que echamos para adelante, y que echamos para atrás? Y ¿cómo le introducirías el valor que tiene el que los padres participen acompañando en la escuela la educación de sus hijos? Es que tiene que preocuparle a los gobiernos, a los ministerios, a las comunidades, a las familias, a los centros educativos, pero sobre todo al mismo docente en el aula que los niños no entienden lo que leen, que no lo pueden razonar ni le encuentran lógica, y no aprenderán acompañándose de las Matemáticas a ser seres críticos, pensantes, ciudadanos morales, éticos, responsables … cómo lograrlo desde una escuela que no solo carece de un buen docente, carece también, para ser justo de otros elementos que al carecer de ellos, hacen más difícil la tarea del maestro.

Cómo… qué…. dónde…. con quién hacer algo que conmueva la conciencia de la nación.  Que se llegue a la máxima, como si fuera un dogma: que, si aprenden a leer, leerán para aprender.

A partir de mi profunda inquietud, ¿mi obsesión “luminosa?” por la formación docente, y ese dogma del que hablo de que eleva con autoridad moral —si aprenden a leer, leerán para aprender— propongo una versión más amplia, más intensa y más penetrante desde el corazón de la participación de las familias, la corresponsabilidad social, y la tragedia silenciosa que significa que un niño no entienda lo que lee. Con mucho amor y respeto por su misión, aquí les pido el que hagamos de estas ideas nuestra misión.

Jacqueline Malagón

Educadora

Consultora en Educación, Evaluación y Desarrollo Institucional. ExMinistra de Educación Asesora del MINERD, MESCYT, MAP, del INFOTEP y del Senado de la RD Miembro de la Academia de Ciencias RD Miembro de Diálogo Interamericano Miembro de la Coalición Latinoamericana para la Excelencia Docente Consultora en Educación, Evaluación y Desarrollo Institucional

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