La pandemia de COVID-19 puso de manifiesto que no hay sustituto para los docentes ni para todo el personal educativo, y la necesidad de transformar la enseñanza para apoyarles mejor; para que puedan responder a una amplia gama de situaciones, modelos y necesidades de aprendizaje.
Los sistemas educativos, en su mayoría, no estaban preparados para impartir una enseñanza a distancia y la crisis de COVID-19 puso de manifiesto la urgencia de dotar a los docentes de competencias digitales y pedagógicas y brindarles el constante apoyo socioemocional que garantice su bienestar. La recuperación de la educación resiliente se logró con los docentes y la tecnología desempeñó un papel fundamental al garantizar la continuidad del aprendizaje durante las crisis y para llegar a los alumnos no escolarizados.
La situación que vivió el país –particularmente con respecto a la educación– fue como una especie de advertencia o de cambio obligado para darnos cuenta de que el mundo ya había cambiado.
En solo unas décadas la sociedad industrial transitó a la sociedad de la información, y esta a la sociedad del conocimiento. Semejante dato debiera impactar, y de hecho impacta, en los sistemas educativos. Todos ellos están intentando cambiar, pero están en difícil situación debido a que la vieja estrategia de ajuste a las demandas sociales por expansión (más alumnos, más escuelas, más docentes) ya no alcanza. Hoy los cambios que se requieren no son solo cuantitativos, sino que deben encararse también cambios cualitativos. Los viejos modelos, que fueron un indudable avance en su momento, han demostrado suficientemente, que ya no son la respuesta.
En este escrito no se va a plantear un perfil del profesor en la sociedad del conocimiento –estos perfiles abundan y sobran en las universidades según el enfoque que sigue cada una– sí se van a identificar las tendencias que pudieran orientar la formación del docente del siglo XXI.
Es importante ubicarnos en una sociedad que demanda cambios, donde lo valioso es el capital humano que pueda dar calor al frío de estas innovaciones propias de los avances científicos y tecnológicos. Al respecto, Mertens (1996) plantea la búsqueda del equilibrio en la formación del futuro docente: por un lado, ajustarse a las necesidades sociales, personales y empresariales y, por otro, el designio de la realidad contemporánea global. No implica apartarnos del ser humano, de sus intereses y su sentir; por el contrario, es acercarnos a él mediante acciones de respeto y convivencia en escenarios diferidos en el tiempo.
Este planteamiento invita a adentrarnos a la realidad subjetiva e intersubjetiva para comprender la sociedad del paradigma tecnológico signado por la producción cultural que circula por Internet, tal como lo ha expresado Castell (2000). No obstante, es este el momento de reto para que los docentes afronten que las nuevas tecnologías representan evolución y progreso, con base en la connotación de que generan avances científicos y técnicos posibles, gracias a la reducción de obstáculos de tiempo-distancia.
Las viejas ideas de hacer capacitación en aspectos muy puntuales y operativos para la ejecución del currículo es una visión reduccionista que ha primado en el sistema educativo dominicano que disminuye la dimensión del docente, en esta línea el docente es un profesional, también es un ser humano que trasciende y su trascendencia le aporta a los espacios sociales donde está participando por lo que además de cursos cortos y talleres, el docente debe ser formado al más alto nivel y con itinerarios formativos de educación permanente que les permitan trascender y atender a las diferentes demandas sociales tanto de gestión como de los procesos pedagógicos y didácticos que demanda el sistema educativo.
Esto implica que, más allá de concebir al docente como el conocedor y poseedor de saberes en una disciplina específica, él es un ser humano con toda la complejidad que envuelve el término, con razón, mente, espíritu, sentimientos, intereses y expectativas.
En tanto que tales planteamientos sean el norte para entender el perfil del docente de este siglo, se precisa argumentar que dejaríamos a un lado la concepción pasada de un profesional conocedor y transmisor de un conocimiento, egresado de una institución educativa con capacidad para buscar un empleo en un área tan compleja como lo es la educación; es entender la concepción desde una visión integradora que no sólo está centrada en la producción y gestión del conocimiento, que aborda el investigar para ubicarse en acción–conocimiento–información y uso de nuevas tecnologías al servicio del quehacer pedagógico.
Además, debe proyectarse como un crítico, reflexivo de su práctica para ahondar en lo que está haciendo y darle un sentido ético y moral. Implica, por ende, el desarrollo de un plan de crecimiento personal; de emancipación profesional, en cuya acción refleje valores como libertad, paz, equidad, amor, respeto, solidaridad, responsabilidad y honestidad, así como compromiso con su entorno social.
Por otra parte, la implantación misma de un modelo es un tanto compleja en un mundo donde no prima la certeza sino la incertidumbre, en palabras de Ines Aguerrondo, “El problema es especialmente complicado porque la rapidez del cambio hace que el objetivo sea una especie de “blanco móvil”. Ya no basta diseñar un sistema educativo más moderno que el que tenemos y llevarlo a la realidad porque lo cierto es que cuando se concrete ya será obsoleto. A diferencia de las anteriores, las actuales propuestas de cambio educativo deben incorporar como novedad el dato del cambio constante. Se necesita inventar nuevos modelos de oferta educativa que contengan, en su mismo diseño, los mecanismos adecuados para actualizarse permanentemente”.
En esta línea, siguiendo a Oviedo C. (2009) La formación docente debe proveer oportunidades e incitar la capacidad creativa para imaginar respuestas en un marco de acción, en el cual no exista la certeza; presentar escenarios complejos de entramados teóricos que brinden un abanico de construcciones posibles e inimaginables, pero que den respuestas a las necesidades emergentes en el ámbito de la sociedad del conocimiento. En este sentido, cabe destacar la convergencia de actitudes y creencias que, aunadas a este contexto histórico, demandan un accionar crítico en tiempo y espacio con connotaciones diferentes.
El abordaje en la formación del futuro docente debe partir de recrear las interacciones entre el conocimiento, el proceso formativo, el desarrollo humano y el contexto para actuar, a fin de garantizar la búsqueda de múltiples y complejas respuestas. Es ahí donde pondríamos mayor hincapié para una formación integral, en la cual tendrá cabida el desarrollo de competencias que le permitan su desempeño en el ámbito de las TIC como protagonistas de estos cambios, además de una dimensión pedagógica.
Tal situación implica el posesionarse de herramientas y estrategias que le faciliten mediar entre la tecnología y el estudiante, así como el manejo de competencias comunicativas orales y escritas como herramientas que facilitarán la interactividad en la construcción de aprendizajes mediados por las TIC. Lo expuesto perfila la formación docente en una nueva dimensión que le permita al estudiante adquirir las herramientas cognitivas que le hagan posible acceder, gestar y tomar decisiones en torno a la información disponible ya no en textos, sino en la red, y demandar la puesta en acción de procesos de autorregulación del aprendizaje.
Con estos planteamientos aportamos a la formación del maestro no como una receta o dogmas a seguir por las instituciones formadoras, sino que son líneas que crean tendencias en el mundo, que pudieran servir de referente.
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