La vocación es un animal de varias patas que se mueve por caminos sinuosos. Algunas veces vienen revueltos con las voces marginales de nuestro ser, en especial, aquellos que no encuentran satisfacción, por tantas preguntas que van surgiendo según los marcos de observación y el conjunto de relatos que se escucha. Intentamos descifrar los significantes y pautas que rigen esos escenarios de búsquedas etnográficas.

Comenzamos buscando las similitudes y luego las diferencias para tratar de dibujar con nuestros pinceles, lo que creemos que podría ser un palmo de realidad o que se corresponde con ese estado particular de los sujetos que residen y resisten en los escenarios de pequeños o grandes teatros. Para mí es un deleite quedarme por horas hablando y escuchando a los hombres y mujeres de la ruralia. Buscamos responder nuestras propias interrogantes y no es raro que se dé un juego equitativo, pues ellos también se convierten en investigadores sobre nosotros.

Ese momento, es tan singular que una se deja llevar y de igual modo nos enfrentamos con nuestras vicisitudes e ignorancia de tantos enfoques que se desarrollan dentro y fuera del mundo protocolar de nuestras universidades.

No obstantes, en los bosques existen muchos cantos que se relatan y se observan con intenciones, las cuales están atrapadas en las normas que siguen los modelos de conocimientos que arropan la etnografía y qué le dan significación a ese peregrinar por distintos senderos, montañas y valles mirando y preguntando sobre lo que sabemos desde nuestro lazos culturales o simplemente ignoramos con gran maestría, porque eso implica en la mayoría de las ocasiones que son múltiples las respuestas y en muchas ocasiones duele.

La etnografía es ese vestido que me ajusto para tener la posibilidad de caminar y sentir a la gente. Observar la condición humana desde un ángulo científico, pero también humano es una manera de movilizar las coaliciones de experiencia que tienen los humanos y que son a la vez coyunturales, porque así somos los humanos cambiantes y diversos.

Nuestro laboratorio social es difuso y complejo. Por tales razones desde hace mucho tiempo asumo que los análisis críticos de esos estados dialógicos tienden a mantener en alerta a estas dinámicas que intentamos agarrar, pero que no se dejan atrapar por la sonrisa y buenas maneras de los etnógrafos.

En mi humildad de etnógrafa, creo que esto responde a mecanismos particulares que se desarrollan en las comunidades o en el otro que se convierte en objeto de estudio, porque son formas complejas que por sí misma se defiende y enmascaran las respuestas con diálogos circulares, difusos y otros se ocultan como secretos y formas religiosas.

Como etnógrafa me encanta ir descifrando el lenguaje, las identidades, y formas diversas de acciones, comportamientos que anudó a mi delantal para ser descifrado, usando diversas técnicas que permitan que la información fluya. Algunas de estas metodología van desde conversaciones informales, los diálogos de enfoques, las observaciones directas, o por medios del uso de diferentes registros que colocamos sobre la mesa para escuchar los relatos y observar.

En el devenir de los años, estoy a gusto con esas largas caminatas y las historias que voy conociendo, porque en cierto modo, los etnógrafos somos particularmente los que activamos la visión cueste lo que cueste y nos mezclamos en ellas con el cuerpo y la necesidad de respuestas.

Fátima Portorreal

Antropóloga

Antropóloga. Activista por los derechos civiles. Defensora de las mujeres y los hombres que trabajan la tierra. Instagram: fatimaportlir

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