Somos, como especie, seres que captan lo exterior a través de cinco sentidos, en nuestro interior imaginamos cosas diversas, prevemos escenarios futuros a partir de hechos actuales, suponemos que son reales las muchas creencias que forjamos o aceptamos de otros, tenemos la capacidad de vivir orientados por perspectivas trascendentes que nos llevan a percibir fraternalmente a toda la especie y hasta la naturaleza, pero también nos hundimos muchas veces en conductas tribales violentas y mostramos una enorme capacidad de alcanzar grados de lucidez desde nuestra razón y ser críticamente escépticos sobre los resultados de nuestra sensibilidad y racionalidad.
Cada hombre o mujer al nacer no solo es producto biológico de sus ancestros, sino que nace en el seno de una cultura, de una lengua, en un momento histórico determinado, que le articulan su conexiones neuronales de una manera específica y que es esculpido de manera individual por el núcleo familiar y cercano en sus primeros años. No obstante somos libres.
Actuamos en base a emociones (que luego las formulamos como sentimientos de manera subjetiva), somos condicionados por estructuras de poder desde que salimos del útero materno y durante toda nuestra vida las formulaciones ideológicas (incluidas en ellas las creencias de todo tipo) nos ponen anteojos que falsean lo real y nos empujan a comportarnos en bases a ilusiones y no en función de nuestras verdaderas necesidades. Nuestra libertad por tanto está condicionada por muchos filtros. Tiene sentido lo que dijo Sartre: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”.
Conscientes de todo lo que acabo de decir abordamos la formulación de Heidegger de un preguntar que él cataloga como auténtica investigación. Investigar para él es “la búsqueda cognoscitiva” que puede (no necesariamente) “convertirse en “investigación”, es decir, en una determinación descubridora de aquello por lo que se pregunta”. Tarea asumida por muy pocos y que demanda un compromiso existencial. La determinación descubridora es un acto volitivo que se esfuerza en trascender toda forma de ingenuidad, ideologías comprometidas con intereses al margen de buscar lo verdadero y por supuesto el preguntar por el preguntar, vicio generalizado entre mentes simples que se jactan de ser inquisitivas.
Heidegger propone tres aspectos básicos de lo que se llamaría el preguntar como investigación. De lo que se trata es de afinar correctamente el instrumento para iniciar la tarea óntica. Analógicamente es el violinista que afina el violín antes de interpretar una composición.
El primero: “Todo preguntar implica, en cuanto preguntar por…, algo puesto en cuestión”. Si no somos capaces de cuestionar lo que nos brindan los sentidos y la razón sobre determinado ente o campo de lo que suponemos real, es decir, poner en cuestión algo, no seremos capaces de asumir una pregunta de investigación propiamente dicho.
Asumir esa postura es literalmente nadar en contra de la corriente ya que todo el ordenamiento social, educativo y el sentido común nos conduce a aceptar como verdadero lo que la mayor parte de nuestro entorno considera verdadero. Nuestras vidas se ordenan en torno a un conjunto de certezas, recibidas de quienes nos formaron y la comunidad de la que somos parte. La mayor parte de las personas valora más sentirse en armonía con quienes les rodean, asumiendo hondamente sus creencias y claves ideológicas, que cuestionar “verdades” del grupo que lo convertirían en una suerte de hereje u orate.
Poner en cuestión algo por tanto es el primer paso, ya que todo preguntar de investigación es “preguntar por”.
El segundo aspecto es a la vez resultado del primero y clave para la tarea que asumió Heidegger en Ser y Tiempo. Si efectivamente se está preguntando, y el verbo preguntar es transitivo, hay que determinar a quién se pregunta. Lo afirma nuestro autor de la siguiente forma: “Todo preguntar por… es de alguna manera un interrogar a… Al preguntar le pertenece, además de lo puesto en cuestión, un interrogado.” Es innegable que en muchas ocasiones formulamos preguntas en el seno de nuestra conciencia, dirigida a uno mismo, o evocando a Machado: “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”
¿A quién preguntarle? Indudablemente tendría que ser a un ente capaz de entender nuestra pregunta y con capacidad para responderla. Preguntarle a un árbol o una roca, incluso a una vaca, sobre algo tan elemental como si le gusta el tibio del sol de ese día es una insensatez. La soledad en nuestras grandes ciudades ha llevado a muchas personas a tener parlamentos (porque diálogos no son) con sus mascotas. Sobre este punto volveré en el futuro.
Y el tercero y más específico de la pregunta de investigación es el siguiente: “En la pregunta investigadora, específicamente teorética, lo puesto en cuestión debe ser determinado y llevado a concepto. En lo puesto en cuestión tenemos entonces, como aquello a lo que propiamente se tiende, lo preguntado, aquello donde el preguntar llega a su meta.” El objetivo último es poder conceptualizar el resultado de nuestro preguntar, es el resultado de la ciencia y la filosofía.
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