La República Dominicana vive una etapa interesante. Por un lado, se denuncian casos de corrupción indignantes; por otro lado, se observa que la ciudadanía está atenta como veedora permanente de lo que afecta a la colectividad. Esto se comprueba con la postura generada por los casos SENASA e INABIE. El repudio ha sido amplio y diversidad de sectores han expresado su posición sobre los mismos. Esta intervención de la ciudadanía es pertinente y oportuna.
Pero, para que esta forma de manifestación no pierda su fuerza y su continuidad adoptando un carácter coyuntural, es necesario imprimirle a la educación de pregrado y de educación superior una perspectiva de transformación social, educativa y política. Especialmente, hay que profundizar la formación política.
La educación que se asume como proceso de transformación socioeducativa y política le aporta a la ciudadanía referentes teóricos, metodológicos y prácticos para tomar posición ante los problemas, para aportar soluciones y para comprometerse con acciones concretas. Por ello, es necesario que las propuestas académicas le confieran importancia a la formación contextualizada y valoren los aprendizajes que se producen a partir del análisis, del debate y de la construcción de proyectos para resolver problemas concretos.
Al avanzar en esta dirección, las personas dejan atrás la indiferencia ante lo que afecta a los demás y se involucran en la búsqueda de solución. Pero no siempre es inmediata la solución de la situación problemática. En el trayecto se aprende, también, a indagar factores causales de las situaciones difíciles; a interpretar y a valorar el peso de los factores intervinientes en el problema.
La educación como proceso de transformación socioeducativa y política es imprescindible en la realidad dominicana, por la herencia de control y de autoritarismo que permea nuestra cultura. En este proceso, la formación sociopolítica ha de adquirir fuerza desde la educación primaria. Si se forman con esta perspectiva los estudiantes, los docentes y gestores, desarrollan una conciencia y una práctica más comprometida con la justicia y la equidad educativas. De igual manera, adquieren una visión menos individualista y más solidaria, más allá del aula, de su centro educativo y de su comunidad. En este mismo sentido, estos actores dejan de ser instrumentos manejables irracionalmente, al potenciar su capacidad de optar en libertad y con autonomía.
Hagamos uso del poder de la colaboración para articular fuerzas y trabajar para que las competencias técnicas mantengan su peso específico
La formación sociopolítica hace posible, además, que los actores de los procesos educativos construyan mecanismos de intervención social, educativa y política para cambiar prácticas culturales que dominan y controlan las formas de pensar, de sentir y de actuar de las personas. La formación sociopolítica también favorece que los actores comprendan integralmente qué es y qué implica la política. Esto permite a los actores avanzar de un comportamiento gregario a un comportamiento caracterizado por la madurez, las convicciones propias y la capacidad de autodeterminación. Una actuación en esta dirección cambia la cultura del aula, de las instituciones educativas y de la acción social.
La resistencia a la formación socioeducativa y política en la educación dominicana es encubierta, no es muy visible. En la realidad, se le teme. Contar con un estudiante, un profesor o un gestor con una formación cualificada en la dirección indicada produce pánico. Es más fácil contar con actores sumisos y sin iniciativas propias. Esto crea menos dificultades, porque son más fáciles de manipular y de someter a la obediencia escolar o universitaria; y, mucho más, a la obediencia social. Incentivar esta postura constituye una pérdida de aprendizajes humanizadores y cambiantes del statu quo. Constituye, también, una involución en el desarrollo integral de estos actores y de la sociedad en general.
Esta formación que proponemos es impostergable para que los actores puedan gestionar, con criterios y conciencia plena, la inteligencia artificial, las innovaciones de la cultura digital y, sobre todo, las ofertas de las industrias culturales actuales. Sin una formación socioeducativa y política fundamentada, es difícil saber gestionar los intereses, los productos y los enfoques de las industrias culturales y de las tecnologías. La solución no es rechazar estos dos poderes. Lo que se impone es formar para que las personas sean capaces de analizar, discriminar y seleccionar, en libertad, aquello que potencia su desarrollo humano, profesional y social.
No sé cuándo vamos a darnos cuenta de que las propuestas académicas de las instituciones educativas deben abstenerse de recortar el desarrollo de los actores. Por el contrario, deben emplear todos los medios y recursos que estén a su alcance para impulsar un desarrollo multidimensional en estos. Una formación socioeducativa y política con fundamentos polivalentes constituye una garantía, no solo para los actores. Lo es para las instituciones que los forman, para el sistema educativo nacional y para la sociedad dominicana. La formación en esta dirección es esencialmente colaborativa. Hagamos uso del poder de la colaboración para articular fuerzas y trabajar para que las competencias técnicas mantengan su peso específico; pero, también, para que la formación socioeducativa y política gane y conserve el espacio que le corresponde hoy.
La inteligencia artificial combinada con la formación socioeducativa y política eleva la innovación y crea condiciones cualificadas para una mayor humanización, para una participación política consciente y una postura lúcida y crítica ante las transformaciones de los tiempos actuales.
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