“Los imperios no mueren de vejez, sino de arrogancia.” — Arnold J. Toynbee.

Cuando el mundo entero cifraba sus esperanzas en la anunciada cumbre Trump-Putin en Budapest —que debía marcar un giro diplomático en la guerra de Ucrania—, el presidente estadounidense, en su ya conocido estilo de impredecibilidad calculada, sorprendió al planeta cancelando el encuentro. La justificación sonó a frase hueca, pero surtió efectos inmediatos cuando declaró que no sentía que fuéramos a llegar al lugar que teníamos que llegar. Lo dijo luego de reunirse con el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, uno de los más fervientes defensores de la continuidad del sangriento conflicto. Con esas palabras, el mandatario enterró por ahora cualquier posibilidad de un diálogo directo con Moscú.

La cancelación (o quizás posposición) se produjo en medio de una nueva oleada de sanciones económicas. Washington anunció medidas contra las petroleras rusas Rosneft y Lukoil, además de 34 de sus filiales, acusando al Kremlin de falta de compromiso serio con el proceso de paz, sin mencionar, sin embargo, la validez o inaceptabilidad de las condiciones rusas, que no han variado desde 2022. En otro intento de acorralar y doblegar a Moscú, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, declaró que Estados Unidos está preparado para tomar nuevas acciones si Rusia no da pasos concretos hacia un alto el fuego.

El Kremlin, fiel a su proverbial serenidad, que ojalá dure mucho, reiteró su disposición a una solución duradera, pero acusó a Kiev y a sus aliados de obstaculizar cualquier negociación. Moscú incluso elogió la “voluntad realista” de Trump frente a lo que considera una política europea de prolongación del conflicto.

 No es ningún secreto que la Unión Europea se opone deliberadamente a los esfuerzos de paz para proteger los intereses de sus industrias militares. Los Estados que la conforman se preparan para un conflicto de alta intensidad con un adversario comparable, olvidando, como ya es costumbre en Occidente, las inequívocas lecciones de la historia.

La lectura rusa coincide con la dinámica actual. Tras la esperada cancelación de la cumbre, Bruselas aprobó su 19.º paquete de sanciones contra Rusia, dirigido a bancos, bolsas de criptomonedas y empresas chinas e indias, además de afectar diplomáticos clave de Moscú. Con esta nueva andanada, sin estas nuevas medidas hostiles, las restricciones al comercio ruso ya se contaban por decenas de miles. La jefa de política exterior del bloque, Kaja Kallas, una conocida resentida de los tiempos soviéticos de Stalin, justificó las medidas como “una respuesta necesaria al desafío ruso”.

La realidad es que el verdadero temor europeo no es que Rusia represente un peligro inminente, sino que resista, consolide su frente y el mundo termine declarándola vencedora no de Ucrania, sino de todo Occidente. Ucrania no es más que su peón, el perro rabioso que muerde mientras otros aplauden y financian desde la distancia.

La cumbre que no fue o el fin de la cruzada occidental

Las consecuencias para Europa son cada vez más visibles. Sus ciudadanos enfrentan las consecuencias de pérdida de competitividad de sus otroras pujantes industrias, inflación persistente, encarecimiento energético y un creciente descontento social. Países como Hungría y Eslovaquia reclaman una revisión urgente de la estrategia de Bruselas y un compromiso político que evite seguir hundiendo sus economías, mientras Ucrania se desangra. Son voces disonantes que casi nadie quiere oír, especialmente en un continente donde las industrias de defensa cosechan beneficios récord y los gobiernos de la UE pagan facturas cada vez más abultadas a los fabricantes estadounidenses.

Trump, entretanto, parece estar redefiniendo la política exterior estadounidense. Lo que antes se interpretaba como desinterés por Ucrania hoy luce como una doctrina de contención pragmática, o lo que es lo mismo, sancionar sin intervenir, presionar sin comprometer tropas, reducir costos sin renunciar al poder. Una estrategia que le permite hacer negocios con sangre ajena, enarbolando el discurso de la paz que los propios círculos de poder sabotean a puertas cerradas.

El presidente no busca expandir la guerra, sino transformarla en un expediente financiero y geopolítico, donde la economía actúe como instrumento de control. Con Trump Estados Unidos no seguirá siendo rehén de una causa sin horizonte ni de aliados que no compartan los sacrificios, aunque es su determinación seguir obteniendo el máximo provecho económico, militar y estratégico del conflicto. Este es la verdadera y no declarada esencia del declarado pacifismo de Trump.

Para Zelenski, la cancelación de la cumbre y el endurecimiento de Washington representan una paradoja. Lejos de significar aislamiento, reavivan su esperanza de que el hostigamiento a Rusia prolongue su propia supervivencia política. Su estrategia de eternizar la guerra hasta lograr una “victoria absoluta” en su subconsciente recobra sentido con las nuevas sanciones, aunque ello implique más destrucción y muerte. Europa, que insiste en la derrota total del “oso ruso”, todavía puede ofrecer garantías al presidente ucraniano, pese a que la ayuda militar del bloque ha caído más de un 50 % desde el verano y la opinión pública muestra un cansancio irreversible.

Trump sabe que las guerras no se ganan con discursos, sino con dinero, poder y tiempo, y que ninguno de esos factores juega ya a favor de Ucrania. Con su habitual mezcla de frialdad calculada y audacia política, busca proyectar la imagen de un líder práctico, que no promete imposibles ni prolonga batallas sin salida.

La cumbre cancelada no es solo un episodio diplomático, es más bien el síntoma visible del reacomodo del poder mundial. Estados Unidos ya no encabeza una cruzada moral, que sabemos que casi siempre fue más retórica que real, sino una gestión de intereses para beneficio de una América fortalecida. Europa se fractura entre la fidelidad a Washington y la necesidad de sobrevivir a su propia recesión. Zelenski, cada vez más aislado, enfrenta la amarga certeza de que el mundo ya no se moviliza por su causa y que, dadas las circunstancias en el frente, sus días están contados.

Sigue anclado en un relato heroico que ya no encuentra eco. La guerra que alguna vez se presentó como defensa de Europa emerge ahora como lo que realmente es y ha sido, lo cual significa un conflicto de intereses cruzados donde nadie quiere pagar la factura final. En ese escenario, su soledad no es solo política, sino también simbólica pues es el reflejo de un mundo que regresa, sin pudor, al cálculo.

El tablero ha cambiado. Rusia resiste la presión, China y la India expanden su influencia comercial y los países del Sur global observan con escepticismo el derrumbe del discurso occidental sobre la “defensa de la democracia”. Así, la decisión de Trump de cancelar la cumbre con Putin, lejos de un gesto improvisado, parece parte de una estrategia más amplia que pretende colocar a Washington en el centro de un nuevo orden mundial, esta vez basado en la negociación coercitiva, las represalias económicas y la demostración de fuerza en todos los mares.

Julio Santana

Economista

Economista, especialista en calidad y planificación estratégica. Director de Planificación y Desarrollo del Ministerio de Energía y Minas.

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