No fueron los deseos de salir esa noche, ni "las ganas" asesinas que brotan, de vez en cuando, por el cuerpo.

No fueron los zapatos ni los segundos "atrasadores" de ensartar los cordones. No fue la hora ni los minutos, ni la pérdida del chofer por otras calles.

Y tampoco la urgencia de entrar al baño ocupado, ni los mosquitos esperando que llegara "al medio" del patio para atacarme.

Ni siquiera tu mirada escrutadora en la oscuridad intentando "captar" "algo" de lo que sostenía en mi mano.

Aquella fue la noche, y la hora y los minutos precisos para pararme en medio de la pista, justo en "aquel pedacito" que evitó tocar el cielo del tejado cuando se desplomó, cansado de tanto peso.

Fueron muchos años sosteniendo los sueños de aquellos niños que bajo su sombra sonreían mirando películas animadas.

¡Los amantes! Que simulaban sus manos en las sombras tratando de alcanzar "aquel néctar" que saciara sus instintos.

Nadie sospechó lo que "algún día pasaría". Ni la policía, ni los bomberos, ni los ingenieros. Tampoco los últimos que colocaron las pesadas cajas refrigerantes buscando llenar de hielo, lo que terminaría en un infierno.

La culpa se fue gestando en la alborada, en los principios mismos de la patria, donde los egos "naturales" de los hombres "quitaban y ponían" rivales de un día para el otro.

Nacimos acostumbrados "al macuteo", a marotear los frutos de los vecinos sin importarnos la propiedad privada.

Toda una "normalidad anómala" que culminó lanzándonos el techo encima. No fueron 225 los muertos ni 200 los heridos. El total fuimos todos: los 11 millones de criados en "esa búsqueda" constante.

La culpa galopó en gatos y burros y se hizo "ciega" ante los desmadres que le beneficiaban sin tener en cuenta las consecuencias.

Una botella, un puesto, una sonrisa, un lambón. Un líder, un aspirante, un presidente, un dictador.

Nadie está atento al techo. Nadie mira la cascada de polvos como presagio de los lodos. Nadie huye ante "el evitable" desastre porque estamos acostumbrados al desorden.

La culpa no es de uno solo. Se bañó en los ríos y en las alcantarillas palaciegas que daban a la cárcel, por cierto, tan "derrumbosas" e inseguras como aquel templo musical.

La culpa se montó en el sistema como "esos fantasmas" buscando apoderarse de un cuerpo, que les permita "manifestarse" y disfrutar, nuevamente, de "la materialidad de la materia".

Entonces, ¿de quién es la culpa? Un día de estos encontraremos "a quién más aplastar", engañándonos, una nueva vez, con que señalar a otro no nos librará de que se siga cayendo la república a pedazos.

Ni nos desembarazará de la "cuota" de culpa que cargamos cada uno de nosotros ante tantos desmadres. ¡Salud! Mínimo Culplero.

Máximo Caminero

Artista

Máximo Caminero; artista plástico dominicano residente en La Florida. Su labor cultural navega ya por más de treinta años entre la pintura y las letras. Sus escritos tocan temas filosóficos, políticos, cotidianos, anecdóticos o como a él le gusta llamar “Todas Las Puertas”. Autor del libro “Patricio, Todas Las Puertas” novela existencialista con pinceladas de humor y realismo mágico.

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