Confieso que este artículo lo escribo más desde la indignación que desde la razón. Sin dudas, el tema comidilla de todos los medios la semana pasada fue la carta-desahogo de monseñor Francisco Ozoria que destapó una especie de guerra fría existente a lo interno del clero diocesano de la iglesia dominicana.
Quienes tuvieron la oportunidad de leer esa carta podrían notar que no fue escrita para ser divulgada, sino como aclaración a algunas personas y también como desahogo, pues obviamente no se sentía bien con la situación; lo que no se sabe es cómo llegó a la prensa.
Leer que un arzobispo hable abiertamente de que tiene enemigos y que fue destituido por mala administración no es normal y nunca lo diría públicamente; la iglesia no se maneja así, siempre ha sabido barrer para adentro.
Sin embargo, que la carta se diera a conocer confirma que tiene enemigos, pero además la reacción que hubo en la sociedad, sobre todo en los medios de comunicación, evidenció que tampoco Ozoria gozaba de buena aceptación ante la opinión pública porque, literalmente, lo acabaron.
El padre Norverto Rosario (así se escribe su nombre con v) publicó un artículo en un periódico digital que, aparte de arriesgado, lo vi muy revelador, poniendo el acento más en los enemigos que en la mala administración.
De ese artículo compartiré algunos párrafos porque son dichos por un sacerdote valiente y crítico.
«El problema como tal no es en sí el asunto de mal manejo económico por el que le han suspendido la potestad de gobierno y de funciones a Mons. Francisco Ozoria. Eso está por establecerse y tendrá que determinarlo una auditoría forense que compruebe y calcule metro a metro y recibo a recibo la gestión de Mons. Ozoria en una serie de obras y proyectos emprendidos por este durante su gobierno pastoral».
«Esta crisis de la Iglesia Católica en República Dominicana que desde ayer ha explotado por la filtración de una carta de Mons. Francisco Ozoria, al parecer dirigida a ciertos círculos, cito: “a todos mis hermanos y amigos, a quienes quiero y me quieren sinceramente”, es el resultado final de luchas internas entre hombres de iglesia que se rebaten, muchas veces, entre el creerse merecedores de puestos, cargos, dignidades… Y otros, que queriendo la obra de Dios y haciendo su trabajo con empeño misionero, austeridad de vida y sinceridad de entrega, no menos cierto, pecan de ingenuos y quizás no saben rodearse de gentes que hagan las cosas diligentemente como corresponde. No faltan, probablemente, algunos que se cuelan con otras intenciones, fruto de omisiones culposas».
«Es bien sabido en los círculos eclesiales que cayó como una pedrada o trago muy amargo el nombramiento de Mons. Ozoria como arzobispo de Santo Domingo. Porque algunos sucesores se consideraban a sí mismos cuasi como predestinados y con derechos de abolengo».
Lo que dice el padre Norverto es cierto; lamentablemente, lo que existe es una guerra interna que socava la razón de una institución como la Iglesia. Siempre se ha dicho que la Iglesia es santa y pecadora, pero pareciera que está primando más la parte pecadora que la santa.
Lo que sucedió con Monseñor Ozoria no debió pasar nunca; ahora que asuman las consecuencias porque, como concluye Norverto, «el que siembra vientos cosecha tempestades».
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