La adicción en psicología se entiende como una dependencia extrema, compulsiva, con respecto a alguien o algo, ya se trate de sustancias, personas o actividades. Sus efectos generan conductas nocivas para la salud y el equilibrio psíquico. Se adquiere de manera voluntaria, pero una vez instalada en los sistemas de recompensas del cerebro, resulta difícil de superar, a pesar de sus consecuencias negativas, porque produce placer o apacigua el malestar, y llena el vacío interior de forma inmediata y momentánea.
Existen distintos tipos de adicciones, entre ellas las químicas, como el alcohol, las sustancias ilícitas, el tabaco y las conductuales, como el juego, el sexo, las redes sociales y el poder.
Voy a detenerme en la adicción al poder, una de las más peligrosas. Por ahora no aparece entre los trastornos de personalidad importantes, pero se describe en psicología y sociología como un proceso que ocurre en la mente y en las relaciones humanas, en el cual la persona actúa para sentirse tranquila y segura, preservar su autoestima y su ego, y obtener reconocimiento y gratificación. Cuando esto no ocurre, se siente amenazada, ansiosa, depresiva y agresiva. Los dictadores son adictos al poder; en consecuencia, humillan y agreden, física o verbalmente, a ciertas personas de su entorno.
Se cita el ejemplo del dictador Trujillo, quien, a raíz del desplante de la joven Minerva Mirabal en octubre de 1949, dominado al parecer por un arrebato del espectro narcisista —este ya aparece en el DSM-5 entre los trastornos de personalidad— abofeteó a uno de sus colaboradores por haberla dejado salir de la fiesta sin su autorización; y no le bastó eso: al otro día encarceló a Minerva y a su padre por irreverentes al poder. Esa fue la primera de cuatro prisiones sufridas por ella, hasta que el dictador ordenó su asesinato.
La palabra poder, desde la antigüedad, ha despertado fascinación y misterio. Ya lo planteó mi profesor y pensador dominicano, el Dr. Leonte Brea, en su interesante texto sobre el poder, al decir que no es un espacio ni un objeto determinado, sino que está conformado por diversos saberes, además de la sociología, por la psicología y la ciencia política.
En psicología, el poder se relaciona con la capacidad de influir en los demás y en uno mismo, de resistirse o emprender una acción. Alfred Adler, uno de los fundadores del psicoanálisis y de la psicología moderna, planteó que el motivo o fuerza central del comportamiento del individuo es precisamente la búsqueda del poder. Sin embargo, para Byung-Chul Han, influyente pensador surcoreano, en su ensayo sobre Psicopolítica afirma que sentirse libre es una ilusión, porque cada individuo es amo y esclavo, y se explota a sí mismo en su proceso laboral.
Max Weber, uno de los fundadores de la sociología, señala que el poder es la posibilidad de que una o varias personas impongan su voluntad sobre otras y establezcan un orden político, económico y social particular. Esta concepción puede ser aplicable a la permanente crisis en Haití.
El poder político, ejercido a través del Estado, es una herramienta esencial para organizar a la sociedad, pero su fuerza depende de la legitimidad, la ética y la capacidad de equilibrar intereses de quien lo ejerza. Este poder debe propiciar la estabilidad política, social y económica. Su principal responsabilidad es gobernar de la manera más razonable posible en favor de la mayoría. Quienes lo aplican tienen en sus manos la vida, la libertad y la riqueza de las personas. Pero cuando el poder se desvía de la ley y del bien común, deriva en autoritarismo y se torna peligroso, una tendencia que crece en el mundo.
Así las cosas, los expertos en ciencias de la salud mental ven en la adicción al poder una de las drogas más poderosas. La asocian a la llamada “enfermedad del poder” o hibris, que conduce, a quienes la padecen, a actuar con arrogancia, con soberbia, al margen de la realidad, creerse indispensables y redentores; se sienten llamados a cumplir misiones superiores, como si fueran casi dioses. Por eso, el intelectual venezolano Moisés Naím sostiene que el poder se está degradando, es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder.
Compartir esta nota